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30 días antes

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30 días antes.


El efímero sentimiento de felicidad se podía respirar entre el aire de esas cuatro paredes, el semblante de los asistentes a esa cena cambió por unos cuantos minutos: había sonrisas, anécdotas graciosas que se rememoraban entre cada copa de vino; la esperanza invadía los corazones de los revolucionarios que aquella noche iniciaban una guerra al ritmo de cumbia. Los inocentes asesinados, desaparecidos y mutilados daban tregua y permitían que a los que todavía no les tocaba descansar en paz, hicieran honor al lugar en donde estaban y vivieran en lugar de solo sobrevivir.

Esa noche quedaba demostrado que las palabras eran un arma a la que había que temerle, un discurso de cinco minutos podía ser más peligroso que todo un arsenal de pistolas del calibre más letal. Hacía cinco minutos que Carlos había regresado al salón y, a la distancia, observaba la escena mientras se tomaba un coñac y se preparaba para disfrutar lo que estaba por venir. Karla y Emiliano eran parte de esos revolucionarios que bailaban al ritmo de cumbia, por un momento cambiaron las palabras, las imágenes, los hechos y la información fidedigna, por música, por cadencia, por giros y por sonrisas.

Hilario no se había quedado atrás y de igual forma bailaba con su esposa, celebraba la vida y la fortuna de tener a su familia unida. Los ahí presentes hubiesen querido que ese momento fuera eterno o, al menos, que cuando terminara, la realidad que los esperaba al día siguiente pudiera ser distinta. No pudo ser así, sus anhelos se desvanecieron como agua entre las manos, la ráfaga continua de disparos al aire, hizo que todos despertaran de su sueño idílico. Tres camionetas blancas llenas de hombres encapuchados entraron al rancho de los Meléndez y, desde afuera, dispararon hacia el cielo, no tenían la intención de matar a nadie, solo querían que todos supieran que estaban ahí.

El instinto de supervivencia hizo que muchos se tiraran al suelo, algunos otros, a los que la ansiedad no los dejaba pensar con claridad, gritaban y corrían sin rumbo fijo, los restantes se quedaron pasmados sin saber qué hacer. El único que sonreía era Carlos, terminó su coñac y entonces comenzó a reaccionar como se suponía que el asistente y hombre de confianza del candidato a la presidencia municipal tenía que reaccionar; varios hombres del equipo de seguridad ya tenían a Hilario rodeado, el resto se había desplazado al jardín para proteger la entrada y tratar de identificar a los agresores, las camionetas ya salían del rancho a gran velocidad así que no se le podría poner rostro ni nombre a los perpetradores del ataque.

—Ya estoy llamando a la comandancia para que vengan lo más pronto posible —dijo Carlos a Hilario sosteniendo su celular.

—¿Cómo esos hombres pudieron burlar la seguridad del rancho? —preguntó Hilario.

—Solo teníamos a cuatro hombres en la entrada, el resto vigilaba aquí dentro y a los alrededores de la casa.

Hilario asintió abatido y se abrió paso entre la multitud para llegar al micrófono.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora