22 días antes.
Un día o quizá pasaron tres, podía haber estado ahí por apenas cinco horas o a lo mejor ya había pasado toda una vida. Sebastián perdió la noción del tiempo, dejo de contar a los cincuenta mil segundos y, desde entonces, solo hubo oscuridad; en un principio gritó hasta que sintió que sus cuerdas vocales estuvieron cerca de romperse, se retorció como una babosa cuando le echan sal, se arrastró como serpiente buscando un hueco por donde pudiese salir, todo esfuerzo fue en vano. Por primera vez sintió lo que un ciego vive, en algún momento un ataque de pánico lo invadió y el aire dejó de entrar a sus pulmones, llegó a sentir que respiraba ácido en vez de oxígeno. Estuvo cerca de perder el conocimiento, pero se aferró a la imagen de su padre paseando con él a caballo cuando era niño, comenzó a inhalar aire de forma rápida y constante, pudo estabilizarse, sin embargo, volvió el estómago en repetidas ocasiones.
«Agua» quiso gritar, pero de su boca sólo salió un gruñido ininteligible. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, apretó los ojos con fuerza para tratar de impedirlo, fue imposible, era como so fuese una presa que, por las lluvias, ha llegado a su límite y, entonces, se tienen que abrir las compuertas para liberar agua y evitar que se reviente. Sollozó y contuvo la frustración que quería salir en forma de gritos desesperados, trató a toda costa que nadie lo escuchara llorar, aún en esas circunstancias Sebastián guardaba una pizca de orgullo y valentía. Se preguntó si podría salir con vida de ahí, si lo hubiesen querido matar ya lo hubieran hecho o quizá sólo esperaban el momento adecuado para hacerlo, todo era muy extraño, lo mantenían cautivo en las peores condiciones, pero, aun así, le llevaban agua y comida.
Se encontraba desnudo por completo y amarrado de pies y manos, si sus cálculos no fallaban, estaba recluido en un cuarto de dos metros cuadrados, tenía que hacer sus necesidades fisiológicas ahí mismo. Al principio acostumbrarse a los fétidos olores fue todo un suplicio que le ocasionó vómito y mareos, pero con el tiempo, su olfato dejó de distinguir o tal vez su mente solo se acostumbró. Siempre era una sola persona la que le llevaba un pan duro y medio vaso de leche, lo supo a pesar de tener los ojos vendados. Quiso medir el tiempo a través de los horarios en que le llevaban la comida, no logró nada porque no había horarios fijos, a veces sentía que pasaban horas entre una comida y otra, en cambio otras ocasiones, sentía que pasaban minutos; querían confundirlo y volverlo loco, de eso no le quedaba duda.
Las primeras veces se negó a comer, era un acto de rebeldía y protesta, sin embargo, lo revolucionario le duró muy poco y al final terminó sucumbiendo a las necesidades de su cuerpo. La persona que le llevaba la comida, tenía que dársela en la boca, jamás le desamarraba las manos. El hombre o mujer que lo alimentaba, no estaba seguro de cuál era su sexo, jamás hablaba ni hacía nada que no fuera darle de comer. Sebastián jamás pudo sentir ningún tipo de agradecimiento hacia esa persona, que lo alimentara en ese cuarto y en esas condiciones era un tipo de tortura más. Aquel día, estaba cerca de quebrarse y de perder la poca voluntad que le quedaba, no creía que pudiera resistir más tiempo en esas condiciones inhumanas.
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Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo Pródigo
RomansaUn amor prohibido, dos almas dañadas destinadas a salvarse. Nuevamente gratis. *** Cuando Sebastián Meléndez regresó a su hogar luego de cinco años, pensó que el dilema más grande al que tendría que enfrentarse sería el poder sincerarse con su fami...