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44 días después

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44 días después.


Cuando escuchó el ruido del cristal haciéndose añicos contra el suelo Salvador supo que algo pasaba.

Cerró la llave del agua caliente y enredándose una toalla a la cintura, tomó la pistola del lavabo y salió a prisa de la ducha. El vapor estaba disperso en el cuarto de baño y en cuanto Salvador abrió la puerta se filtró por todo el pasillo. Un par de pasos le bastaron para llegar al comedor, llevaba la pistola en alto listo para disparar; primero vio los cristales esparcidos y el líquido incoloro derramado en el piso, luego la vio a ella con las manos en el rostro, los ojos llorosos y la mirada perdida en la pantalla del computador, en cuanto se dio cuenta de su presencia, Karla se puso de pie y lo abrazó con fuerza desmedida.

Salvador no lograba entender qué pasaba, bajó la pistola y con el brazo libre correspondió al abrazo de Karla, sin embargo, ella se desprendió de él y su cuerpo tembló, quiso hablar, pero todos sus esfuerzos se quedaron atorados en su garganta, se llevó la mano al pecho y desesperada se recargó contra la pared, no podía respirar. Salvador sabía lo que era un ataque de pánico, había tenido que aprender a vivir con ello, el último que recordaba fue aquel que sufrió cuando tuvo que cortar el cuello de la oveja durante el ritual tarahumara para evitar que Sebastián tuviese que pasar por eso, se apresuró a situarse junto a Karla y se dirigió a ella con tranquilidad.

—Karla, soy yo: Salvador. Estoy aquí contigo —dijo acercándose un poco a ella—. Intenta respirar despacio, ¿puedo tomar tu mano?

Ella asintió y Salvador la sujetó, con calma le habló sobre temas triviales y poco a poco le dio instrucciones sencillas. Conforme Salvador hablaba, ella recuperó el control de su respiración: inhaló y exhaló lento y sobó su pecho hasta que los temblores y la sensación de asfixia se fueron por completo, miró a Salvador y volvió a abrazarlo y luego de varios minutos y sollozos por fin pudo hablar.

—Emiliano, Salvador, Emiliano está a punto de morir —logró articular con la voz entre cortada.

Salvador la miró extrañado e intentó analizar de dónde sacaba Karla esas conclusiones.

—¿A qué te refieres, Karla? —preguntó él aún sin entender.

Ella señaló el computador y negó con la cabeza en reiteradas ocasiones, Salvador notó que las manos de Karla volvían a temblar, cansado de especular se dirigió a la computadora para entender a qué se refería. La pantalla estaba negra casi en su totalidad, solo en el centro se podía apreciar la característica flecha de reproducción de vídeos, Salvador le dio clic y vio como Karla se alejaba, negándose a ver una vez más el contenido del vídeo, la pantalla cambió de color y la imagen tomó forma, solo uno segundos bastaron para que Salvador entendiera el motivo que causó el ataque de pánico de Karla: un hombre encapuchado se dirigía a la cámara, fuerte y claro, y a su lado otro hombre crucificado y amordazado se resistía a mirar a la cámara, desviaba la mirada y negaba con movimientos lentos; ese hombre tenía un nombre y un rostro que Salvador conocía muy bien, era su amigo, era su hermano, era Emiliano.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora