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55 días después

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55 días después.


El general Rodríguez no lograba entender por qué la sonrisa en el rostro de Salvador no se borraba, esa curva en sus labios le molestaba, el brillo en sus ojos hacía que la sangre le hirviera, en verdad no podía tolerar su cinismo. Rodríguez le apuntaba directo a la cabeza y estaba tentado a disparar, a perforarle los sesos y terminar con su insolencia de una vez por todas. Sin embargo, él no podía saber lo qué sucedería cuando terminara la batalla que acontecía tras esas paredes, lo que vendría luego del caos, él debía ser prudente ahora mismo para luego aprovechar el desconcierto y la debacle en la que quedaría el país; Salvador podía seguir siendo de utilidad, vivo, el as bajo la manga para sacar en el momento preciso.

—Entonces, general, ¿qué ambiciona?, ¿qué es lo que quiere lograr? —le preguntó Salvador.

—Todo el caos que escuchas ahí afuera ha sucedido porque el país siempre ha sido gobernado por agachones, por idiotas que han permitido que se nos utilice como a algunos mejor les convenga y mejor les plazca —le respondió Rodríguez sin dejar de apuntarle—. Ya basta de eso, este país necesita liderarse con mano firme.

La sonrisa en el rostro de Salvador se amplió.

—Y déjeme adivinar, usted general es el idóneo para tomar las riendas del país y sacarnos de la hecatombe en la que nos encontramos, ¿me equivoco?

Rodríguez empuño el arma con más fuerza y caminó alrededor de la mesa para que nada se interpusiese entre ellos.

—No sabes cómo voy a disfrutar cuando te borre esa sonrisita de la cara.

—No respondió a mi pregunta, general.

El pomo del arma de Rodríguez fue impactado contra el rostro de Salvador, su cabeza giró levemente ante el golpe y una herida se abrió en su cachete derecho, la sangre comenzó a escurrir. Salvador enderezó la cabeza con la sonrisa en su rostro más curvada y miró al general con ese cinismo que él sabía que le fastidiaba.

—Se acabaron los juegos, Salvador Arriaga.

—¿Por qué, general? ¿Por qué hizo enojar al almirante de esa forma? Traicionaste al hombre que te llevó a la cima, al hombre que te sacó de la miseria en la que vivías; creí que lo admirabas y respetabas, pero veo que me equivoque. Abandonaste muy pronto el barco, pero, aunque no lo creas, lo entiendo, ¿quién lo iba a decir? Antonio de la Barrera destruido. Yo gané, general, al final de cuentas gané: el hombre en el que tantos años trabajaron, el hombre que fue su líder y su ejemplo, su caballo ganador, fue derrotado, yo lo hundí, yo lo destruí. Gané.

—Antonio perdió el juicio, dejó de ser el hombre que demostraba con hechos el cómo se hacían las cosas, no llegaría a la presidencia, eso lo sabíamos todos a estas alturas.

—Y entonces tú lo aprovechaste, el alumno superó al maestro, fuiste más ruin y desgraciado que Antonio de la Barrera y le diste la estocada final... bueno, no, no fue así, fallaste y Antonio te descubrió y lo hiciste enojar, general. Y lo admito, Antonio enojado da miedo, yo lo traicioné y soy testigo fehaciente de su ira. Jamás pensé decir esto, pero espero que Antonio gané, ojalá que contigo gané.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora