23 días después.
El capitán, Alejandro Ramírez, abrió la puerta y el olor a fierro oxidado y orines impregnó sus fosas nasales. Sus dos compañeros entraron tras él, pero ante el fétido olor, se detuvieron al inicio de la enorme bodega y se llevaron la mano a la nariz, él siguió su camino hasta que tuvo de frente a esos ojos que desprendían odió. Le sorprendió el temple que ese muchachito tenía e incluso sintió admiración; el escuincle no había perdido el orgullo a pesar de las humillaciones y torturas, siguió digno y altivo aunque tuviese los pantalones llenos de orines y quizá también de excremento. Cuando lo vio, el mocoso le regaló una horrible sonrisa llena de sangre cuajada y despreció, era la actitud de alguien que había sido entrenado para matar.
«¿Cómo terminaste así, muchacho?» Se preguntó Alejandro en sus adentros, ahora sentía compasión. Un adolescente de entre dieciséis y diecisiete años, —no pasaba de los dieciocho, de eso el capitán estaba seguro— había sido el francotirador que intentó asesinar a Hilario Meléndez. A su edad era ya un experto en el uso de armas «¿a cuántas personas les habrás quitado la vida» volvió a pensar Alejandro mientras le sostenía la mirada, fue como si el muchachito hubiese escuchado sus pensamientos porque le volvió a mostrar los dientes manchados de sangre a modo de sonrisa.
—Es tu última oportunidad para hablar —le dijo Alejandro acercándose un poco más a él.
Silencio.
—Los periodistas ya ejercen demasiada presión y exigen un nombre, esta tarde sales de aquí teniendo un trato conmigo o sales derechito a tu muerte, cabrón. Serás juzgado como adulto y una vez que estés en prisión, los Arriaga no serán tan buenos como yo, sé inteligente. —volvió a decir Alejandro en un intento de persuadir al muchacho por las buenas, la tortura ya no iba a funcionar.
Otra sonrisa con dientes manchados de sangre acompañó el absoluto silencio del adolescente.
—La ubicación de tu jefe, dime quién te pago, quién es tu contacto, dame nombres... es tu última oportunidad.
Silencio.
—Piensa en tu madre —le dijo Alejandro acercándose a centímetros de su rostro—, en lo mucho que debe estar sufriendo, te estoy dando una oportunidad, no es algo que suela hacer.
Al parecer, que el capitán le mencionara a su madre generó algo en el muchacho, este levantó la mirada y entreabrió los labios.
—Yo no tengo madre, cabrón —le gritó el escuincle y luego le escupió a la cara.
—Bien, tú quisiste que así fuera, pues así será —dijo Alejandro mientras se limpiaba con la manga de su camisa la saliva mezclada con sangre que escurría por su rostro.
—Pinches Arriaga, ya no mandan aquí, se les acabó su suerte —gritó el escuincle—. Los haches somos los nuevos jefes, ¡a huevo que sí!
Alejandro dejó de ver al muchacho y molesto volteó a ver a los dos subalternos que se habían quedado al inicio de la bodega, luego les gritó:
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Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo Pródigo
Roman d'amourUn amor prohibido, dos almas dañadas destinadas a salvarse. Nuevamente gratis. *** Cuando Sebastián Meléndez regresó a su hogar luego de cinco años, pensó que el dilema más grande al que tendría que enfrentarse sería el poder sincerarse con su fami...