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44 días después

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44 días después.


Cuando Salvador despertó todavía se aferraba al portarretrato con la fotografía de Sebastián.

Miró el reloj en la pared y las manecillas indicaban que faltaban diez minutos para las cuatro de la madrugada. Salvador se puso de pie y su sudor se quedó impregnado en el colchón, su playera estaba empapada, así que se la sacó de un tirón y hurgó en los cajones para tomar una playera de su compañero de desgracias y se la puso, aunque no lo reconociera, aquella era una forma más de llevar Sebastián consigo. Miró por última vez la fotografía entre las sombras, la colocó en el buró y aspiró el aroma que la habitación desprendía, juró nunca olvidarlo.

Salvador caminó hacia la puerta y la golpeó tres veces con fuerza, al otro lado pudo escuchar a un par de voces susurrar, y antes de que su camino hacia la realidad se abriera ante él, miró hacia atrás y se permitió imaginarse a Sebastián ahí, recostado en total parsimonia, con su mirada perdida en las decoraciones del techo, ojalá con una sonrisa en el rostro al recordar los días en el los que fue feliz junto a él. Salvador escuchó la llave deslizarse entre el metal, y la perilla de la puerta giró a gran velocidad, en segundos quedó liberado y se encontró con la mirada sentimental de Karla, él le sonrió, pero ella permaneció impasible. Denisse estaba recargada en el marco de la puerta de enfrente con los brazos cruzados y la mirada perdida, en cuanto ella vio a Salvador, buscó sus ojos de inmediato, él correspondió a su mirada y, por un instante, sintió que a quien veía era Sebastián, los hermanos no eran del todo parecidos, pero la forma en que sus ojos observaban, la forma en que brillaban, la forma en la que interrogaban y suplicaban, hacía que no hubiese duda de que eran hermanos.

—Todo este tiempo —dijo Denisse y tomó a Salvador de las manos—, he intentado ser fuerte, he luchado para no derrumbarme, para estar ahí para mi padre, para mi mamá, para todos. La guerra más dura ha sido la de poder aceptar, comprender, asimilar que mi hermano estaba muerto. Todos los días y a todas horas, obligaba a mi mente a pensar en Sebastián muerto, entre más pronto lo admitiera más pronto podría aprender a vivir con ello, sin embargo, cada vez que pensaba en Sebastián, algo dentro de mi pecho se removía, mi corazón se aceleraba y las manos comenzaban a temblarme, cerraba los ojos y escuchaba su voz, cerraba los ojos y veía su sonrisa.

Salvador apretó los dientes con fuerza y se obligó a respirar más deprisa de lo normal, desvió su mirada hacia Karla para que le explicara qué le había contado a Denisse, ella no tuvo el valor para mirarlo a la cara.

—No quiero creer en nada, pero tal vez es demasiado tarde para eso —continuó Denisse—. Quisiera decirte que la llama de la esperanza no se ha encendido en mi pecho, sin embargo, siento que mi sangre arde, que me falta el aire y que mi corazón traspasará mi piel, las manos y las piernas me tiemblan y el estómago se me ha constreñido. Si mi hermano está vivo, Salvador... —Denisse lo llamó ya por su verdadero nombre—, tráelo de vuelta, por favor, tráelo aquí con vida, protégelo, sálvalo.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora