65

2.2K 283 287
                                    

54 días después

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

54 días después.


«Sebastián».

Salvador creía que reconocería esos ojos y esa mirada en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia, había prometido no olvidar nunca la forma en la que esos ojos lo miraron, esa mirada que le hizo entender lo que era estar vivo, ese reflejo en el que se encontró y pudo conocerse a sí mismo. «Sebastián», volvió a pensar Salvador en sus adentros, el policía a su costado no dejó de mirarlo y él correspondió, sus miradas coincidieron hasta que fue empujado para entrar a la que sabía que era la residencia presidencial.

Debía estar imaginándolo, aferrándose a ello para poder seguir, seguro su mente jugaba con él. Prometió nunca olvidar esa mirada y en la ansiedad por lograrlo se obligaba a sí mismo a encontrarla en todos lados para sobrevivir. Salvador era consciente de que no podía confiar del todo en sus percepciones, lo que sucedía a su alrededor era tan abrumador que en momentos no lograba discernir qué era real y qué no. Llevaba cerca de veinticuatro horas sin ingerir alimentos, luego de que volvieron a capturarlo solo le dieron medio vaso con agua, sabía que era parte del proceso, que intentaban romperlo, llevarlo a su límite, sin embargo, aún estaba entero, aún podía luchar, necesitarían mucho más que eso para vencerlo, no se rendiría hasta que diese su último respiro.

Fue extraño que lo llevasen a la residencia presidencial, todavía no lo matarían, aún no obtenían lo que querían de él, no obstante, Salvador creyó que lo refundirían en la peor de las cárceles mexicanas, que lo mantendrían cautivo en una deplorable celda sin iluminación y llena a de ratas mientras tenía que comer del suelo; ese momento tarde o temprano llegaría, ya habían violentado sus derechos, ni pensar en solicitar a un abogado, su destino estaba marcado, no le darían ni una sola oportunidad.

Dentro de la residencia presidencial, personas iban y venían de un lado para otro, el país pasaba por una de las crisis más grandes de su historia y el caos era también reflejado en el imperio de los más altos mandos. Salvador fue conducido por un pasillo que le pareció interminable, se encontró con las fotografías de todos los hombres que presidieron el poder absoluto del país. Los policías dejaron de empujarlo cuando estuvieron frente a una enorme puerta de madera negra, Salvador vio acercarse a Andrea Ramos hacia él con esa sonrisa que a primera vista parecía tan genuina, nadie podía negar el carisma que la primera dama desprendía a cada paso. Andrea se detuvo a su lado y lo miró sin dejar de sonreír, se acercó un par de pasos hasta que estuvo a centímetros de él y le susurró al oído:

—Ten mucho cuidado con lo que vas a decir, recuerda que los tenemos en nuestro poder.

La puerta de madera se abrió y Salvador se encontró con una mesa rectangular que ocupaba casi todo el espacio en el salón, las sillas alrededor de la mesa estaban ocupadas por soldados, policías, hombres y algunas mujeres que debían ser políticos y funcionarios. Fernando Castrejón estaba sentado hasta el fondo, su mirada cambiaba de forma constante de las personas en la mesa a la pantalla en la pared posterior; cuando los policías entraron con Salvador, la primera dama y el teniente Rodríguez tras ellos, todos en la sala guardaron silencio.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora