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41 días después

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41 días después.


Incertidumbre.

El sol apenas asomándose entre las ramas de los árboles que se elevaban desde el suelo y parecían nunca acabar por más que se alzara la vista. La extensión interminable de tierra que hacía que el camino pareciera eterno. Todo alrededor tan tranquilo que daba la falsa sensación de estar en un lugar seguro. Y el canto de los pájaros, apenas perceptible, que rompía el perturbador sonido del silencio. «Terrible belleza» pensó, no había mejor manera de definirlo.

Karla disminuyó la velocidad cuando se dio cuenta de que manejaba sin rumbo fijo, por un momento, las manos dejaron de temblarle y volvió a respirar con tranquilidad. Se olvidó del hombre que transportaba en la cajuela con una pistola entre las manos y que amenazaba con matarse, no con matarla, con matarse. Ella ya estaba muerta, Manuel se lo había dicho, pero no lograba entender por qué se aferraba con tantas fuerzas a su última oportunidad.

Pensó en sus padres y en lo difícil que hubiese sido para ellos perder a un hijo más y en igualdad de circunstancias; su cuerpo sin vida enterrado en medio de la nada, sin que nunca, nadie, pudiese encontrarlo, sin que nadie pudiese llorarle. Morir sola en medio de un grito ensordecedor y desesperado que el viento se lleva y desaparece convirtiéndose así en un cómplice silencioso e inexorable. Morir impotente, con la mirada desviada aferrándose a un último recuerdo que no sea desgarrador y con una lágrima que logra salir, que se escabulle, que es libre. Oscuridad. Silencio. Desolación. Un nudo de palabras que se queda ahí, incrustado entre las cuerdas vocales sin poder escapar, un montón de adioses, disculpas y declaraciones de amor. Morir sola.

Quizás ese era el motivo por el cual se aferraba con tantas fuerzas a la última oportunidad que tenía. Por eso llevaba a un asesino en la cajuela. Esa era la razón por la cual no bajaba del carro para huir. La esperanza de volver a ver a sus padres y abrazarlos la orilló a tomar decisiones improbables; descartó ir a la policía, calló cuando Emiliano gritó su nombre una y otra vez, ¿Emiliano había vuelto? Sí, aquella era su voz. Su compañero de viaje estaba de regreso y la buscaba, y conociéndolo, no pararía hasta encontrarla. No tuvo tiempo para asimilarlo, para reflexionar todo lo que eso implicaba. Tal vez podía tener más de una oportunidad para vivir, pero tenía que darse prisa.

Pisó el acelerador y condujo por el camino alterno en el que el asesino que llevaba en la parte trasera, situó el coche horas atrás. Ya era prácticamente de día y eso complicaba las cosas, si Emiliano avisó a la policía, su descripción física podría delatarla. Siempre había sido una mujer que analizaba los detalles y las probabilidades, si la policía la detenía antes de llegar al destino planeado, ¿qué podría pasar?, ¿qué tanto le convenía proteger al hombre que horas atrás la salvó de su muerte inminente?, que ese hombre viviese o muriese, ¿en realidad afectaba a su destino? Karla se pasó una mano por el cabello y siguió haciéndose esas preguntas una y otra vez. Condujo por cerca de veinte minutos y los inmensos árboles que la rodeaban poco a poco fueron siendo menos, se acercaba a los inicios del municipio de la muerte.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora