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53 días después

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53 días después.


La bala salió disparada a gran velocidad e hizo añicos la botella de cristal frente a todos. Era su quinto día de práctica y, esta vez, Sebastián logró atinar al objetivo en su primer intento. Karla lo consiguió luego de seis disparos, pero Sebastián intuyó que se debía a su miedo y abstención a usar armas. Después de leer la carta y decirle a Willy que estaba dispuesto a ir a México, Sebastián le había exigido al oficial de la DEA que le diera una pistola, Karla se opuso al instante, pero cuando Sebastián le recordó que había muchas personas que los querían ver muertos y que si llegaban a encontrarlos no tendrían oportunidad de defenderse, la periodista accedió. Sin embargo, que ella accediera a tener una pistola entre sus manos costó demasiado tiempo, palabras y sermones, fue hasta que Willy le confesó a Karla que Emiliano estaba vivo y que la necesitaba más que nunca, que ella tomó el arma entre lágrimas con sus propias manos y se unió a los entrenamientos.

Willy les entregó las pistolas y sonrió, quizás en un intento de mantenerse optimista a pesar de las circunstancias: de nada les servirá tener una pistola entre sus manos si no saben cómo usarla —les había dicho Willy mientras reía—, y una hora después quedó claro que el oficial de la DEA tenía razón, y no solo en cuanto a las cuestiones técnicas que implicaba usar un arma, eso era lo más sencillo, lo complicado venía con la parte consciente de tener un arma y saber que bastaba con jalar el gatillo para arrebatarle la vida a otro en un par de segundos. Sebastián ya lo había hecho aquella vez que escapó junto a Salvador, fue un acto de legítima defensa, sin embargo, tuvieron que pasar varias noches de pesadillas para que Sebastián lograra enterrar los recuerdos y pudiera seguir adelante.

Esta vez era diferente, por las venas de Sebastián corría lava, así lo sentía en su pecho, en sus extremidades, en su corazón y en su mente; el tener la pistola entre sus manos, a diferencia de Karla a él no le asustó, lo excitó, lo mantuvo cuerdo y centrado, lo alejó del abismo profundo en el que meses atrás cayó, Sebastián se prometió no ceder ante sus sentimientos, ya no más llanto, ya no más debilidad. Cada vez que la imagen, la voz o cualquier atisbo de Salvador amenazaba con apoderarse de él, Sebastián apretaba los dientes y cambiaba los recuerdos y las sensaciones hacia Antonio, se trasladaba a aquel único día que lo conoció, aquel día que ese hombre fue un cínico ante él, aquel día en el que el almirante lo humilló y se burló en su cara, aquel día que lo hizo comer como un cerdo ante su presencia para mofarse de él. Ni una lágrima escurrió por el rostro de Sebastián, los recuerdos dolorosos y la debilidad venían solo cuando el cansancio ganaba la batalla y él se quedaba dormido, en esos momentos perdía porque no podía controlar su subconsciente, por eso evitó a toda costa dormir, solo lo hacía cuando su cerebro lo vencía, y eso ocurrió muy pocas veces.

Karla estaba muy preocupada por él, observaba con tristeza sus comportamientos y sus actitudes, sabía que la forma en la que Sebastián afrontaba las cosas lo estaba destruyendo poco a poco. Ella quiso acercarse a él y hacérselo ver pero no pudo, él no se lo permitió, Sebastián había formado una barrera impenetrable, no hablaba, mucho menos escuchaba, se había encerrado en sí mismo y aferrado a sentimientos que lo mantenían de pie, aunque quizá a un precio muy caro y ella lo sabía; la impotencia se apoderaba de Karla porque fallaba en su misión, en su promesa, porque poco podía hacer. Sin embargo, Antes de finalizar el quinto día de entrenamiento Sebastián volvió a hablarle:

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora