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12 días antes

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12 días antes.


En el mundo que a Salvador le tocó crecer existían tres reglas básicas.

La primera: no confíes ni en tu sombra.

La segunda: no dejes que te atrapen.

La tercera: si te atrapan, ruega porque te maten al primer intento.

Salvador Arriaga había fallado y roto las tres reglas primordiales, confió demasiado en sí mismo que al final, descubrieron parte de sus planes, cayó como idiota en una trampa y lo atraparon sin siquiera tener oportunidad de hacer algo, y la tercera y más importante, no lo mataron en el primer intento. Llevaba más de una semana siendo sometido a todo tipo de torturas, las peores sucedían cuando era Antonio quien las perpetuaba, el almirante conocía lo suficiente a Salvador para saber cómo hacerlo sufrir, estaba dolido y se sentía traicionado y cuando un hombre se siente así, no hay atracción sexual suficiente que aplaque la ira del que ha sido engañado.

Salvador no lo sabía, pero a kilómetros de distancia estaba por iniciar una de las más sangrientas guerras entre carteles de la droga de la que se tenga registro y esa guerra llevaría su nombre, cada gota de sangre derramada sería una ofrenda en su honor. El día que el Chepe Arriaga se enteró del rapto de su hijo, lloró en silencio como pocas veces lo hacía, miró al cielo y pidió misericordia para Salvador a un Dios al que pocas veces le rezaba y al que no tenía cara para pedirle nada, pero es que por un hijo se hacía lo que fuera, incluso recuperar la fe. Quizás era la edad o tal vez el cansancio de llevar una vida así de ajetreada, a lo mejor la vida comenzaba a cobrarle factura por vivir cada día al límite, fuese lo que fuese, los últimos días el, Chepe Arriaga, la leyenda del narcotráfico, el hombre más buscado... se sentía como una basura.

Era consciente de que había sido un mal padre, que les había dado a sus hijos una vida llena de violencia y muerte, que el camino pudo haber sido otro, que el poder y el dinero ya no tenían sentido, que si su madre viviera estaría avergonzado de él, que él debería estar en lugar de Salvador. Muchos «que» empezaron a llegar a su cabeza, lo atormentaban y lo hacían sufrir, a sus sesenta y dos años, el hombre que mató a cientos de personas a sangre fría y a otros cientos de personas más con lo que traficaba, comenzó a sufrir por lo que pudo haber sido y no fue. Al Chepe le dolía que el último intercambio de palabras con su hijo hubiese sido una pelea, pero no tuvo la paciencia suficiente para explicarle por qué traía a Isabela a México, ahora era demasiado tarde para hacerlo... o tal vez no, el Chepe iría por los de la letra muda y les haría ver su suerte, arreglaría las cosas como él aprendió, traería a Salvador de vuelta y tenía la esperanza de que aún con vida y, entonces, les enseñaría a los haches a respetar los tratados de honor, a la familia del otro no se le toca.

Salvador tenía los ojos vendados, pero podía sentir como el aire le golpeaba la cara, el piar de los pájaros retumba en sus membranas timpánicas, olía a tierra mojada, a encino, a bosque, las manos las tenía amarradas por detrás, colgaba de cabeza a una altura de dos metros y debajo de él, había una enorme tina de agua helada, casi congelada. La primera vez que lo sumergieron no se lo esperaba, estuvo a nada de tragar agua, pero alcanzó a cerrar la boca antes de entrar por completo; luego de cinco segundos lo volvieron a elevar y dio un respiro largo y desesperado, duró cerca de cuatro minutos arriba y cuando menos lo esperaba, lo volvieron a sumergir. Esta vez pudo aspirar un poco de aire antes de entrar, sin embargo, los segundos bajo el agua se prolongaron mucho más.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora