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5 días antes

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5 días antes.


Aquella noche, soñó que volvía a tener seis años y que las traviesas aguas del río Santiago hacían que sus pies se elevaran mientras su padre sostenía sus manos, en su sueño, Hilario todavía era joven y aún guardaba todas las respuestas del mundo. El río colindaba con el rancho de los Meléndez, sus turbulentas y cristalinas aguas daban vida a los sembradíos que día con día se producían en las extensas tierras de las que Hilario era dueño; un verde intenso invadía la visión de Sebastián, olía a humedad, a frescura, a libertad, la voz de su padre se mezclaba con el sonido del agua que chocaba contra las piedras en busca de su destino. Entre el temor y la osadía que invita al cuerpo a tener una nueva aventura, Sebastián seguía los consejos de su padre, llenaba sus pulmones de aire y movía sus pies de arriba abajo en un intento de mantenerse a flote. De pronto, su padre soltaba sus manos y la desesperación lo invadía, su cuerpo se hundía en la profundidad del agua, quería tocar el suelo, pero solo se encontraba con un vacío, movía las manos y pies con urgencia e intentaba salir a flote y, para su sorpresa, lo conseguía. Tomaba un largo respiro para volver a cargar combustible, entonces, veía a su padre reír a carcajadas, Hilario nadaba hacia atrás y se alejaba de él sin quitarle la vista de encima, desesperado, Sebastián daba largas brazadas para tratar de alcanzarlo; la vida se definía en ese momento entre hundirse y perder a su padre o mantenerse a flote y llegar a él, hundirse en la soledad del rio no era una opción, así que con dificultad lograba llegar a su padre, Hilario extendía las manos y lo abrazaba mientras él lloraba por la frustración «solo quería que aprendieras a salir a flote, pero si te hundías ahí iba a estar yo para rescatarte» le decía Hilario Mientras besaba su frente.

Despertó de golpe en la penumbra del calabozo cuando escuchó que la puerta de metal se abría, estaba empapado en sudor frío y todavía podía sentir la inmensidad del agua a su alrededor. Un hecho inusual ocurrió esa noche: una intensa luz iluminó el pequeño espacio en el que Sebastián había pasado los últimos veinticinco días, Sebastián cerró los ojos al instante y puso ambas manos en su rostro, creyó que ante el destello podía quedar ciego. Tardó cerca de diez minutos en poder acostumbrarse a la incandescente iluminación; poco a poco fue deshaciéndose de la protección que le daban sus manos, lento y sin prisas, abrió los ojos, al principio solo vio manchas sin sentido, por lo que tuvo que tallarse los ojos en repetidas ocasiones. Un hombre alto y corpulento fue haciéndose claro ante su visión, llevaba un pasamontañas para no ser reconocido y, en sus manos, sostenía un cobertor grisáceo y de lana que arrojo hacia Sebastián.

—Ponte de pie y cubre tu cuerpo con ese cobertor —ordenó el hombre con voz era ronca y autoritaria.

Sebastián quiso seguir las órdenes de aquel hombre, sin embargo, en el momento en que intentó ponerse de pie, las piernas le temblaron y terminó cayendo de rodillas, desesperado ante su lentitud, el hombre detrás del pasamontañas lo tomó del antebrazo y, con un movimiento brusco, lo levantó. Sintió que iba a caer de nuevo así que se apoyó en la pared, se acomodó el cobertor alrededor del cuerpo y comenzó a arrastrar los pies en forma de pasos, llevaba ambas manos amarradas al frente y en sus adentros se preguntó si estaría iniciando su camino hacia la muerte. Llegó a la puerta de metal y un enorme pasillo construido a base de piedras se extendió ante sus ojos, el sujeto del pasamontañas iba tras él, podía sentir su respiración en la nuca, consigo llevaba un enorme bate de metal con el que le sugería que mejor no intentara hacer nada extraño.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora