26 días después.
—No había tenido tiempo de venir a darle mis condolencias y decirle lo mucho que lamento la muerte de su hijo —expresó el almirante con aflicción en el rostro mientras en un gesto de solidaridad apretaba el hombro de Hilario Meléndez.
—Gracias, almirante —respondió Hilario en medio de una sonrisa que reflejaba la tristeza de un hombre que comenzaba a perder la fe.
—Lamento también la situación por la que está pasando, intentaron asesinarlo dos veces, esos cabrones se han ensañado con usted —dijo el almirante sentándose en la silla que se encontraba al lado de la cama para así estar a la altura de la mirada de Hilario.
—Sabe, almirante, los últimos días me he estado preguntando si todo lo que he hecho realmente ha valido la pena, esos hombres me arrancaron ya el corazón, terminaron conmigo sin necesidad de acribillarme a balazos. La ley natural dicta que los hijos deben sepultar a los padres y no al revés, ellos me arrebataron a uno de los seres que yo más amaba y todo para qué, para tener más dinero, más poder... solo porque represento un obstáculo para sus planes. Lo único que yo quería era darle paz, seguridad y progreso a las personas que habitan la tierra que me vio nacer, pero tal vez ésta siempre fue una batalla perdida y, en el recuento de los daños, yo perdí demasiado.
El almirante observó a Hilario con atención, el hombre se encontraba devastado y no era para menos, tenía razón en todo lo que decía, su buena voluntad lo había llevado a perder demasiado y ahora parecía que ese ímpetu que lo caracterizaba se diluía: su mirada había perdido el brillo, su semblante era sombrío y el hombre ya no sonreía. Hilario comenzaba a perder las ganas de luchar y eso, Antonio de la Barrera, no lo podía permitir.
—La muerte de su hijo no quedará impune, quienes sean los responsables terminaran pagando por el daño que le hicieron a ese muchacho inocente que no debía nada —dijo el almirante, miraba directo a los ojos de Hilario.
—Pueden refundirlos en la cárcel por el resto de su vida, pero eso no me devolverá a mi hijo. —La voz de Hilario se escuchó fría, distante, parecía que era un hombre distinto.
Antonio comenzó a alarmarse, todo el trabajo realizado no podía irse a la chingada, Hilario era su hombre, trabajaron en él por años y ese trabajo rindió frutos. Nunca, ningún candidato, logró sacar a las personas de sus casas para que marcharan y pidieran justicia por un político, Hilario lo consiguió. Convirtieron al hombre en un mártir que movía masas en grandes niveles y, aunque la muerte de Sebastián no se efectuó como estaba planeado, el muchacho, murió de una forma que terminó conmocionando a todo el país y le dio a Hilario Meléndez todos los reflectores; faltaban menos de veintiún días para que las elecciones se llevaran a cabo, Antonio no permitiría que Hilario desistiera cuando estaba solo a unos pasos de alcanzar su primera meta.
—A veces pensamientos como el suyo también me invaden, don Hilario —dijo el almirante acariciándose la barbilla—, he dedicado más de la mitad de mi vida a defender este país, mi vida ha estado en riesgo en varias ocasiones y ni siquiera he podido tener una familia estable y todo por luchar contra criminales que nunca dejaran de existir, el criminal siempre quiere más y más y defiende su ideología hasta la muerte, y cuando muere, otro le precede y continua con su legado. Hay ocasiones que quisiera dejarlo todo, olvidarme de que los malos existen... dedicarme a otra cosa, pero luego, pienso en todos esos niños inocentes, en el futuro que les dejaré; tal vez sea una batalla que nunca gane, no podré terminar con las personas que tanto daño hacen a este país, pero en lo que me quedé de vida haré lo imposible por dejar un mundo mejor.
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Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo Pródigo
RomanceUn amor prohibido, dos almas dañadas destinadas a salvarse. Nuevamente gratis. *** Cuando Sebastián Meléndez regresó a su hogar luego de cinco años, pensó que el dilema más grande al que tendría que enfrentarse sería el poder sincerarse con su fami...