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38 días después

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38 días después.


Durante aquellos días, los compañeros de desgracias experimentaron cosas que jamás olvidarían, sus mejores momentos ocurrían por las tardes cuando terminaban de comer y juntos subían a la terraza para contemplar cómo el inmenso mar se comía al astro rey en bocados pequeños, en esos instantes el cielo se pintaba de un naranja intenso que los ponía silenciosos, reflexivos, melancólicos; por casi dos horas, lo único que se escuchaba en el ambiente eran las olas que golpeaban contra las rocas una y otra vez con una constancia y sincronía casi perfectas. Salvador veía a su... ¿Amigo? ¿Compañero? ¿Amante? Sebastián era algo que en realidad le costaba definir, se había cruzado en su vida como un eslabón importante para la ejecución de sus planes, pero nunca imaginó que terminaría así... con la añoranza de verlo sonreír, con el deseo inminente de comerle los labios, de silenciarlo a besos. Jamás pensó que necesitaría sentir sus brazos alrededor de su cuerpo para estar tranquilo. Nunca necesitó tanto amanecer con alguien a su lado. No concibió que ese cabrón con cara de fresita lo hiciera experimentar sensaciones e instantes que desconocía podían ocurrir, se acostumbraba a eso aunque era consciente de que no debía hacerlo, él mejor que nadie sabía que más temprano que tarde todo eso bueno y fascinante que por primera vez había sentido en su vida, llegaría a su fin.

Cuando el cielo dejaba de ser naranja para comenzar a teñirse de un rosa oscuro que anunciaba la llegada de la noche, Salvador hacía que el sonido de las olas se mezclara con las voces de intérpretes que al ritmo de distintas melodías se convertían en sus mejores amigos, lograban empatizar con ellos, con sus sentimientos, le daban voz a esos pensamientos que guardaban y que, en ocasiones, les daba miedo exteriorizar. Aquella noche de verano, Salvador siguió el ritual de todos los días e hizo que el estéreo comenzará a sonar, José Alfredo los acompañó con sus canciones y una botella de tequila que, Salvador se atrevió a abrir. Sebastián había permanecido toda la noche en absoluto silencio, pero cuando sonó "sin nos dejan" volteó a ver a su compañero de desgracias y con una sonrisa en el rostro, disminuyó la distancia entre ellos y le cantó al oído, Salvador le siguió el juego y turnándose, ambos cantaron letra de la canción en un acto de confesiones y promesas:

—Si nos dejan...

—Nos vamos a querer toda la vida...

—Si nos dejan...

—Nos vamos a vivir a un mundo nuevo...

—Yo creo podemos ver el nuevo amanecer de un nuevo día...

—Yo pienso que tú y yo podemos ser felices todavía...

Justo en el momento que la canción terminó, los labios de aquellos dos desgraciados estaban unidos y una lágrima bajaba con lentitud por el rostro de Salvador, esa noche sería la segunda vez que Sebastián, vería al hombre que le salvó la vida y al que él salvó también, quebrándose por completo. Salvador lo abrazaba con fuerza, lo apretaba con necesidad, como alguien que se aferra a un imposible y eso lo asustó, pero quiso ser fuerte, así como Salvador lo fue tantas veces para él.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora