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41 días después

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41 días después.


El orificio en la frente de su hermano se quedaría grabado para siempre en su memoria. Antonio llegó a la comisaría y de inmediato se metió a los baños adjuntos a la oficina del fiscal, le puso seguro a la puerta y se mojó la cara una y otra y otra vez, como si el agua pudiese borrar de su mente las imágenes, los hechos, el dolor que tenía incrustado en la garganta como un alambre de púas. Se miró en el moHoso espejo y sintió un pánico ciego, irracional, un miedo que removió sentimientos aversivos y lo hizo regresar bastantes años atrás; la imagen de su rostro rojizo, consumido y derrotado que se reflejaba en el espejo, se fue diluyendo hasta que fue sustituido por las facciones tiernas de un niño asustado y enclenque que lo hizo saltar hacia atrás de un respingo.

El chiquillo lo miró con miedo y se tapó la cara con un sarape gris y deshilachado, Antonio echó un vistazo a su alrededor y se pasmó, ya no estaba en los mugrientos baños de una comisaría, se encontraba en una lúgubre y fría habitación; había camas, muchas camas de dos pisos que llenaban todo el aposento, él estaba en la esquina más oscura y desde ahí, observaba el desolador panorama. La respiración de más de una decena de niños llenaba el lugar, el sudor que escurría a chorros por su cuerpo era contradictorio al frío fulmínate que sentía. El chiquillo que lo había visto con miedo en un principio, aún seguía tapándose el rostro, temeroso e inquieto. Una campana sonó a la distancia cuando el reloj en la pared marcó las tres de la madrugada, luego el silencio volvió a imperar en el lugar hasta que, minutos después, la puerta del dormitorio se abrió con una lentitud exasperante; una tenue luz se filtró de forma lineal en la habitación, y con la luminosidad, un hombre alto y fornido irrumpió en el lugar, caminaba de puntillas y llevaba puesta una pijama tan blanca que parecía irradiar luz propia, Antonio se restregó contra la pared y por varios segundos dejó de respirar.

A paso lento el hombre se desplazó por el dormitorio hacia el rincón; Antonio cerró el puño ante la amenaza de llegar a ser descubierto, el chiquillo cubrió totalmente su cabeza con el deshilachado cobertor y su cuerpo tembló con más intensidad, el hombre caminó con calma y una tenue sonrisa en el rostro y cuando estuvo más cerca de la oscura esquina de la habitación, Antonio se despegó de la pared, listo para atacar, sin embargo, el hombre permaneció impasible, como si nadie estuviese ahí. Se posicionó a un costado de la cama del niño y su sonrisa se amplió, ante la presencia de ese extraño sujeto, el niño se hizo bola contra el colchón y apretó el cobertor con fuerza, pero con paciencia, el hombre quitó el cobertor del cuerpo del chiquillo y le tendió la mano. El niño negó un par de veces con la cabeza y apretó sus ojos con fuerza rehusándose a tomar la mano del sujeto, este esperó con tranquilidad por varios minutos hasta que el chiquillo se dio por vencido, tomó su mano y se levantó de la cama para abandonar la habitación junto con él.

Antonio se quedó atónito por varios segundos sin saber qué hacer, miró dudoso alrededor de la habitación y dio un par de pasos hacia el frente, pero su determinación se terminó al instante y volvió a detenerse ante la incertidumbre que lo invadía. El silencio de la habitación fue sustituido por el sonido de algo que golpeaba el suelo, prestó más atención al origen de aquel ruido y se agarró la pierna con fuerza cuando se dio cuenta de que era su zapato el que originaba aquel sonido debido al nerviosismo que sentía. Después de meditarlo, se decidió a abandonar la habitación e ir tras el crío y el extraño hombre, sin embargo, antes de que diera su primer paso, otro niño saltó de una de las literas superiores y cayó de rodillas a centímetros de él.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora