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8 días después

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8 días después.


La noción de estar vivo le había llegado de golpe, sin esperarlo. Abrió los ojos y se encontró en cuarto oscuro que olía como a pasto quemado, sudaba a chorros y su sudor se mezclaba con un líquido que estaba esparcido por todo su cuerpo y que tenía un color entre negro y café, el lugar estaba lleno de velas y un humo blanquecino invadía el ambiente. Se mantuvo en silencio por un largo rato mientras sus pensamientos se aclaraban y lograba entender cómo había llegado ahí.

Pasaron segundos, minutos y horas hasta que una extraña mujer se paró frente a él, llevaba un tipo de turbante de color rojo en la cabeza, varios collares de distintos colores colgaban de su cuello y unos largos aretes que parecían bordados a mano adornaban sus orejas, cuando la tuvo más cerca pudo darse cuenta de que era una anciana, su piel estaba arrugada, algunos cabellos blancos se escapaban del trapo que cubría su cabeza y sus ojos delataban tener la sabiduría de alguien a quien la vida ya no podía sorprender; la mujer llevaba consigo una cazuela en las manos, la sostuvo con la mano izquierda y su mano derecha la puso detrás del cuello del joven al que quería ayudar y que la miraba entre el miedo y la confusión, la anciana enderezó la cabeza del muchacho y luego arrimó la cazuela a su boca.

Sebastián dudó por unos instantes y negó con un movimiento lento, pero la anciana no desistió en su labor. Un olor a hogar y a vida que provenía del recipiente que esa extraña mujer sostenía, invadió su olfato, Sebastián volvió a dudar por unos segundos, sin embargo, al final terminó sucumbiendo a eso que su estómago le exigía, abrió la boca y sorbió con cuidado, un sabor que le recordó a su niñez y a su abuela Ágata bajó por su esófago hasta llegar a su estómago, fue reconfortante sentir ese líquido caliente esparciéndose en su barriga, volvió a tomar en repetidas ocasiones ya sin dudar hasta que no quedó ni una sola gota.

La anciana sonrió y Sebastián pudo darse cuenta de que le faltaban casi todos los dientes y luego dijo unas palabras que él no logró entender; la extraña mujer se fue del lugar caminando lento y apoyándose de un palo que era incluso más grande que ella. Cuando la mujer salió, él se enderezó y permaneció sentado en la mesa en la que había estado acostado los últimos días, el cuerpo todavía le dolía y se sentía algo mareado, pero ahora su mente estaba más despejada, podía pensar con más claridad. Despacio, alzó la mano izquierda hasta que la tuvo frente a sus ojos y se dio cuenta de que no había sido una pesadilla, en realidad le faltaban parte de dos dedos, en ese momento los tenía cubiertos con pequeñas hojas verdes y ese líquido negro que también cubría casi todo su cuerpo, prefirió quitar esa imagen de su vista y pensar en otra cosa.

Trató de recordar cómo había llegado hasta ahí, pero solo tenía recuerdos vagos de él escapando de ese lugar en el que lo tuvieron recluido por varios días, intentaba que su memoria reconstruyese los hechos que se le escapaban, cuando de pronto, un hombre entró a la choza en la que se encontraba, llevaba vestimentas coloridas y llenas de vida como las de la mujer que había entrado antes, era chaparro y su piel tenía un color moreno, el desconocido se acercó a él y lo miró de arriba abajo, tomó su mano y observó sus dedos, le tocó la frente y analizó sus pupilas.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora