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40 días después

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40 días después.


Cuando Emiliano y Jaime entraron a la cabaña, la sangre aún corría hacia debajo de la pequeña cama ceñida en un rincón. Carlos Ruiz, tenía los ojos abiertos, su mirada estaba perdida en el techo de madera, las comisuras de sus labios se habían quedado entreabiertas, como guardando un grito que no pudo salir, un gesto de ira desbordada congelado en sus facciones oscas y su cuerpo inerte, desplomado en medio del charco de sangre con una nota al centro de su frente escrita en mayúsculas, el papel cubría la herida de bala que le había arrebatado la vida.

Jaime se quedó pasmado a un lado del cuerpo y sus labios temblaron al igual que sus manos, quiso decir algo, pero sus palabras se quedaron atoradas en su garganta. Emiliano en cambio, se agachó de inmediato a un lado del cuerpo, lo analizó con minuciosidad y se detuvo a leer y releer la nota escrita en mayúsculas para tratar de embonar las piezas. Las palabras en el papel eran una amenaza directa hacia el almirante y la nota dejaba claro que esto era solo el comienzo de una venganza, la persona responsable de la muerte de Carlos, no descansaría hasta que Antonio tuviese el mismo final que su hermanastro o incluso uno peor, cada letra había sido escrita con saña, se notaba en los trazos irregulares y descontrolados, cada palabra reflejaba un odio exasperado, violento, inquietante. El asesino no tuvo reparo en dejar sus iniciales, como si fuese un reto, una provocación «ven y búscame que te estaré esperando» decía la amenaza entre líneas, con palabras no escritas, pero ahí presentes. La nota estaba firmada por M. A. «M. A —repitió Emiliano en un susurro y, en un momento de certeza, su mente se iluminó—: Manuel Arriaga, musitó». El hijo mayor del Chepe iba tras el hombre que fue su aliado y si a Emiliano algo le quedaba claro, era que no había nada más peligroso que un hombre traicionado, lamentó no llevar su cámara consigo.

—¿Por qué alguien asesinaría a Carlos? —preguntó Jaime luego de la conmoción.

—No lo sé —mintió Emiliano—. Hay una nota en su frente, pero no logró comprender.

Jaime se inclinó un poco sobre el cuerpo y dirigió su mirada hacia el papel manchado de sangre, leyó las palabras con detenimiento y pensó en Carlos, recordó el día que lo conoció y los momentos en que convivió con él, era un hombre serio y hermético, pero muy educado y gentil, cuidaba a Hilario con una vehemencia que en ocasiones le parecía exagerada, pero supuso que de eso se trataba la amistad. Releyó una vez más las palabras, siguió sin entender cómo Carlos pudo terminar así.

—¿Qué relacionan tenían Carlos y el almirante? —preguntó—, jamás supe que fueran amigos cercanos.

—Es muy extraño, ¿verdad? —reflexionó Emiliano en voz alta con el propósito de que Jaime comenzara a dudar y así sacara conclusiones—. Según sé, Carlos era la mano derecha de Hilario Meléndez y no tenía familia, era un hombre muy solitario.

—Estás en lo correcto, Carlos tenía una amistad de más de diez años con Hilario —empezó a contar Jaime—. Hace más de cinco años, cuando yo llegué aquí, viví por un tiempo en la casa de los Meléndez y Carlos ya estaba ahí, establecido con la familia, era un gran amigo de Hilario y pieza clave en todos los trabajos que emprendía, Carlos lo asesoraba en todo.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora