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54 días después

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54 días después.


—A partir de ahora, ya no hay marcha atrás, Sebastián —le susurró Karla al oído cuando la camioneta se detuvo a la afueras del municipio de la muerte.

Sebastián siempre creyó que sabría qué hacer cuando llegara el momento de enfrentarse a aquellos que quisieron destruirlo. Ahora que al fin les hacía frente descubrió que no tenía idea de lo que le esperaba, sin embargo, no escapaba de esa incertidumbre, la afrontaba con la mirada en alto. En otras circunstancias estaría huyendo de ahí, arrepintiéndose de esa valentía que sacó a relucir, pero que no iba para nada con él, en otras circunstancias tomaría el consejo que él mismo le dio a Karla y se iría a otro país para iniciar desde cero. En cambio, a este Sebastián que se encontraba frente a su tétrico pasado y presente abrumador, le seguía ardiendo la sangre, sentía con más intensidad que su pecho estaba a punto de explotar, su garganta quemaba y sus manos temblaban; no caía en ese abismo profundo, quería luchar y que todo terminara, para bien o para mal, él le pondría fin.

—Lo sé, ya no hay marcha atrás, Karla, lo sé —le dijo Sebastián mientras miraba a Isabela que seguía dormida.

Hacía más de tres horas que habían aterrizado, pero el camino hacia el municipio tuvieron que hacerlo por tierra, un helicóptero hubiese sido demasiado escandaloso y provocador.

—Tenemos que llegar hasta la bodega de Ramírez, ahí nos reuniremos con él —avisó Willy desde el asiento del copiloto.

—¿Y qué haremos con la niña? —preguntó Sebastián—, tenemos que llevarla un lugar seguro.

—Encontrar un lugar seguro para la niña y...

—Ofelia, mi nombre es Ofelia —completó la mujer que cargaba a Isabela en sus brazos cuando los ojos curiosos de Willy la miraron.

—Encontrar un lugar seguro para Isabela y Ofelia es una de las cosas que concretaremos con la ayuda de Ramírez —terminó Willy.

—No perdamos más tiempo entonces —dijo Sebastián al tiempo que encendía un cigarro y lanzaba el humo por la ventana, si Salvador lo viese lo reprendería por fumar en una situación así, pero él no estaba, ya no estaba más.

La bodega de Ramírez parecía un viejo taller abandonado, les tomó cerca de media hora llegar, el lugar estaba escondido entre caminos alternos y árboles. Sebastián no tenía idea de quién era el hombre del que hablaban, pero si Willy y Karla confiaban en él, entonces no había de qué preocuparse, la periodista y el oficial de la DEA habían demostrado con creces que estaban de su lado. Afuera de la bodega se encontraban estacionadas tres camionetas de la policía federal, Sebastián se sobresaltó un poco cuando las vio, se tranquilizó cuando Karla apretó su pierna y le sonrió lanzándole esa mirada de que todo estaba bien. Al otro lado de la cortina metálica que permitía ingresar a la bodega, un hombre un poco más bajo que Sebastián que debía rondar los cuarenta años, ya los esperaba, también fumaba con una tranquilidad reflexiva.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora