6

8.2K 910 409
                                    

31 días antes

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

31 días antes.


Salvador Arriaga se restregaba el estropajo por toda su piel, dejaba que el agua cayese y cayese por todo su cuerpo, respiraba acelerado y apretaba los dientes para evitar llorar, no quería hacerlo, no podía ser débil, no en este momento. Acababa de tener sexo con Antonio de la Barrera, otras veces solo se dejaba llevar, ponía su mente en otro lugar y se obligaba a recordar que lo que hacía, era necesario para poder avanzar en sus objetivos. Esta vez había sido distinto, intentó luchar contra su conciencia, contra las sensaciones repulsivas, contra sí mismo. Consiguió ganar la batalla hasta que Antonio suspiró contra su cuello, saciado, sin embargo, inmediatamente después, Salvador se apresuró al baño y comenzó a ducharse; llevaba ya más de quince minutos bajo el agua.

Su padre le había dado donde más le dolía, Salvador era consciente a plenitud que esa era la fuente del dolor que sentía, de los sentimientos aversivos que lo invadían, de la desesperación que lo estaba ahogando «Tu hermana vuelve en unos días», le había dicho su padre esa mañana. Sin imaginarlo, el Chepe Arriaga despertó una furia que dormía en su interior, Salvador no expresó nada ni puso objeción alguna, pero en sus adentros, sintió como si un volcán que llevase siglos durmiendo hiciera erupción, su sangre se convirtió en lava. ¿Por qué su padre tenía la brillante idea de traer a la más pequeña de los Arriaga al infierno justo ahora que las llamas ardían con una ferocidad incesante? Salvador seguía en este mundo solo por ella, la pequeña Isabela fue el ancla que mantuvo en puerto el barco que se dirigía a la tormenta, no permitiría que esa inocente tuviese la misma suerte que él, a ella no le arruinarían la vida, no estando él para impedirlo.

Ya no podía postergar ni un minuto más su escape. Salvador cortó el agua de golpe y salió de la ducha, se acercó al lavabo y se enjuagó la boca, le daba miedo ver su rostro, pero al final perdió la batalla y fijó su mirada en el espejo: tenía los ojos rojos, su piel morena brillaba por las gotas de agua que aún escurrían por su cuerpo, le daba pánico su propia mirada, por un instante dejó de ver su reflejo y comenzó a ver el de Isabela; la pequeña sonreía como lo hace una niña de siete años que aún no descubre la crueldad de este mundo, Salvador cerró los ojos y golpeó con fuerza la pared lateral, tomó un respiro y se volvió a mojar la cara en varias ocasiones, recordó que en la habitación todavía lo esperaba su amante.

Se esforzó por apaciguar lo que sentía en su interior, tomó un último respiro y salió del baño, a él mismo le sorprendió la tranquilidad que lograba aparentar. Iba desnudo, era consciente de que su físico volvía loco al hombre que lo esperaba en la cama, la ira no le podía nublar el buen juicio, estaba ahí con un objetivo.

—Has estado pletórico hoy, Salvador —dijo el almirante cuando vio que salía del baño.

Salvador sonrió entre dientes, le causó gracia que Antonio definiera lo que acaba de suceder de esa forma, para él había sido como un costal de boxeo en el que liberó su frustración.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora