48

2.8K 324 103
                                    

41 días después

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

41 días después.


Cuando sintió que la muerte le soplaba en la nunca, Jaime Favela tembló. Los escalofríos le subieron desde su espalda baja hasta su cuello, su corazón se constriñó y el aire llegó con dificultad a sus pulmones. Nunca había sentido la muerte tan cerca, llevaba años en el municipio siendo testigo de cómo las estadísticas de muertos y desaparecidos se desbordaban a diario, estuvo junto a Hilario en los dos atentados que hubo en su contra y, a pesar de ello, jamás fue invadido por esa sensación de asfixia que ahora sentía.

Jaime miró a Emiliano arrastrarse pecho tierra con una determinación que envidió, de vez en cuando el fotógrafo tenía que detenerse por varios segundos para que él pudiese alcanzarlo. La noche había seguido su curso y dejó de protegerlos, el sol en cambio, brillaba en lo más alto del cielo convirtiéndose en su peor verdugo, sudaban y tenían la boca y la garganta secas. Jaime no podía dejar de pensar en Sebastián, en Hilario y en toda la familia Meléndez, aún intentaba hilvanar los hechos de lo que ocurrió desde que Sebastián regresó; ahora él tenía información que podía darle tranquilidad a la familia, sin embargo, todo lo que sabía era también lo que hacía que no pudiese respirar, lo que hacía que su vida pendiera de un hilo. Quería gritar y sacar de su pecho lo que acababa de descubrir, pero a la vez, sentía que un asesino impasible recorría su garganta con la punta de un cuchillo, amenazante, dispuesto a atravesar cada fibra hasta rebanarle las cuerdas vocales y dejarlo sin voz.

Sintió un poco de alivio cuando el pequeño coche blanco que los había internado en lo más profundo de la sierra madre occidental se hizo visible ante sus ojos. Quería salir de ahí y nunca regresar, le perturbaba la incertidumbre que el ambiente a su alrededor desprendía, el no saber qué era lo que se escondía detrás de esos inmensos árboles incrustados en la tierra como paredes impenetrables de hierro, el silencio que regía en el lugar como un depredador expectante, el tiempo que sentía que avanzaba más rápido que nunca, ese sentimiento de abandono al estar a kilómetros de distancia de todo lo que amaba. Sus dedos tocaron la manija de la puerta y se esforzó para mantenerse tranquilo, pero cuando estuvo arriba del carro, llenó sus pulmones de aire y un grito desesperado salió de su garganta crispada.

—Sebastián solo regresó para morir, ¿verdad? —Las palabras lograron salir de la boca de Jaime una vez que terminó de gritar y de cierta forma se liberó.

—Estaba muerto desde que puso un pie aquí —confirmó Emiliano sin dirigirle la mirada.

—Siento que la cabeza me explotará, Emiliano. Necesito entender todo lo que ha pasado, de cierta forma estoy metido hasta el fondo con Hilario y tengo miedo, mucho miedo. Tengo un hijo, tengo una esposa y no quiero que paguen por mis errores, pero al mismo tiempo quiero que se haga justicia. Es un tira y afloja que me está volviendo loco, es como si estuviera parado al filo de un precipicio y una parte dentro de mí me obligase a retirarme, a cuestionarme, a callar, pero hay otra parte que hace que mi pulso se acelere, que hace que mi sangre hierva y me incita a saltar.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora