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39 días después

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39 días después.


Manuel Arriaga logró contar ochocientas sesenta y cuatro gotas de suero que caían por el catéter antes que su padre abriera los ojos. Permaneció en la silla en completo silencio y sin saber qué hacer, contemplaba al hombre que le había dado la vida y no podía evitar sentirse culpable, odiaba ese sentimiento, no le gustaba ser dominado por sus emociones; desde el día de las elecciones intentó congelar todo lo que pasaba por su cabeza, pero ni el alcohol ni las drogas fueron suficientes para vencer a sus demonios, había perdido esa batalla y a él no le gustaba perder. Luchó con uñas y dientes, pero no pudo evitarlo, sentía dolor por ver a su padre en esas condiciones, deseaba con todas sus fuerzas que el Chepe Arriaga volviese a ser el mismo hombre que fue años atrás: fuerte, valiente, terco, arrogante, decidido... añoraba que su padre volviese a ser el hombre que alguna vez respetó.

Se puso de pie y, sin dudarlo, miró el rostro del Chepe Arriaga, se encontró con una mirada triste y llena de arrepentimiento, con una mirada que imploraba clemencia, con una mirada que desconoció por completo. Manuel giró su rostro y con discreción se limpió la lágrima que comenzaba a descender por su mejilla, no pensó que enfrentarse a la imagen de su padre derrotado y moribundo iba a ser tan complicado. El doctor dijo que, con los cuidados necesarios, el aún líder del cartel del norte podría sobrevivir, sin embargo, Manuel sabía que su padre se había rendido, que ya no quería seguir, que todo terminaba para ese hombre que ya era leyenda, que marcó un antes y un después en el narcotráfico en México, el hombre que lo había traído a este mundo.

Respiró tres veces seguidas, mantuvo el aire por un momento e hizo de tripas corazón para tragarse el nudo que tenía en la garganta y poder recuperar el valor para volver a mirarlo a la cara. Volvió a encontrarse con una piel roja, llena de llagas y pus; sonrió cunado recordó a su padre echando balas como en los viejos tiempos; aquel día de las elecciones, el Chepe Arriaga logró mandar al infierno a un chingo de mudos y les demostró por qué era considerado una leyenda viviente en el mundo del narcotráfico. A Manuel se le borró la sonrisa cuando vino a su mente la imagen de sí mismo sin poder hacer nada para ayudar a su padre; la euforia del momento había ocasionado que el Chepe no midiera las consecuencias de sus actos y la camioneta en la que iban esos maniacos, explotó a metros de él. Manuel se recordaba llorando y maldiciendo a gritos, el resultado de la imprudencia de su padre terminó en quemaduras de segundo y tercer grado en casi todo el cuerpo.

En la redada perdieron a varios de sus hombres y aunque en el recuento de los daños, el almirante consideró aquella batalla como ganada, porque los mudos tuvieron muchas más perdidas,  ya que lograron evitar la masacre... o una masacre más, porque Hilario Meléndez ganó las elecciones e hizo historia, porque Antonio de la Barrera siendo uno de los líderes de las fuerzas armadas mexicanas, aquel día quedó como un héroe, «pinche almirante» pensó Manuel, él no estaba seguro de haber ganado nada, nada en absoluto. Dejó sus pensamientos de lado cuando sintió que una mano lo apretaba con una fuerza que ya no ejercía demasiada presión, volteó al lugar del estímulo y se encontró con la mano chamuscada de su padre.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora