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44 días después

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44 días después.


Antonio se puso en cuclillas para mirar más de cerca las tres gotas de sangre que estaban impregnadas en el piso al lado de la cama y analizó con minuciosidad la habitación: miró la silla al centro y la cuerda que se encontraba tirada en el suelo alrededor de las patas, supo de inmediato que alguien estuvo amarrado ahí, la cama estaba distendida y en el ambiente todavía se podía oler el aromatizante con el que horas atrás limpiaron el piso, no con la escrupulosidad suficiente como para deshacerse de las tres pequeñas manchas rojas; también olía a tabaco y a sudor y unos zapatos negros de los que solían utilizar los policías se podían ver al rincón del dormitorio. El almirante se puso de pie y frunció los labios, en esa casa había estado alguien minutos atrás y no le quedaba duda de que ese alguien era Manuel Arriaga.

—Aquí estuvieron varias personas —dijo el policía enviado por el secretario de seguridad que había entrado a la habitación junto a Antonio—, y parece que se fueron hace solo unos minutos o tal vez horas, salieron deprisa, se puede observar en los objetos.

El almirante solo asintió ante las palabras del policía que llegaba a la misma conclusión a la que él llegó desde que puso un pie dentro de la casa.

—Hay sangre al lado de la cama —le dijo el almirante—, que la analicen.

En continuación de su análisis, Antonio se dirigió hacia el closet que se encontraba ubicado en el otro extremo de la habitación, se ajustó los guantes de látex y deslizó las puertas despacio, se encontró con un montón de ropa de hombre, perfectamente colgada y doblada, revolvió un poco en busca de encontrar algo fuera de lo común, hurgó en cada rincón, pero ahí no había nada más que camisas, pantalones y zapatos. Cambió de objetivo y se dirigió hacia el tocador, lo primero que vio fue el portarretrato que estaba en la esquina, lo tomó para verlo más de cerca y se encontró con los ojos verdes de ella, la periodista, y a su lado estaba él, quien se suponía era un simple fotógrafo periodístico, un hombre que, para desgracia de Antonio, había pasado desapercibido por completo, eso hasta hace unas horas atrás que descubrió quién era en realidad.

—Antonio, tenemos que salir a la capital ahora mismo o no llegaremos —dijo Rodríguez al entrar a la habitación.

—Rodríguez en esta casa pasó algo o pasa, tiene que estar vigilada las veinticuatro horas del día —indicó Antonio mientras hurgaba en el tocador.

—Ya veo —replicó Rodríguez, miraba cada rincón en la habitación como Antonio lo había hecho minutos atrás.

—Ven, tenemos que hablar —le pidió Antonio al teniente Rodríguez sacándolo de la habitación para poder conversar en libertad, lo arrastró hasta el rincón más alejado donde no hubiese nadie que los pudiese escuchar —. Tengo que admitir que estoy preocupado, nada de lo que está pasando me gusta.

—Sí, hay que admitir que las cosas se están poniendo color de hormiga —dijo Rodríguez en coincidencia con el almirante—, tenemos que actuar rápido.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora