45 días después.
Cuando el diminuto celular sonó de forma constante, Sebastián cerró deprisa el libro que leía y, desconcertado, enderezó su cuerpo para mirar el reloj en la pared. Faltaban diez minutos para las dos de la tarde, su pulso se aceleró y las manos comenzaron a temblarle. Aquel amanecer había despertado de forma abrupta, una sensación de asfixia lo invadió y por más que lo intentó, ya no logró conciliar el sueño. Durante toda la mañana se esforzó por mantenerse ocupado: limpió la habitación, escuchó música y por varias horas se perdió entre las páginas de una historia que lo hacía olvidarse de todo, sin embargo, ese inusual día ni la lectura impidió que estuviese intranquilo. El celular siguió sonando y Sebastián se quedó inmóvil, en el tocadiscos, Juan Gabriel cantaba amor eterno y en sus adentros la voz de Salvador resonaba, crispante y melancólica, como la última vez que se vieron a los ojos «Si este celular suena antes o después de las seis de la tarde: huye, vete muy lejos, escapa porque yo estaré muerto y no podré protegerte, intenta a toda costa salvarte y si la vida te alcanza, salva también a Isabela».
Una ráfaga de viento que se filtró por la ventana alborotó el cabello despeinado de Sebastián, el sol brillaba rebosante en los cielos de Washington y Juan Gabriel no dejaba de cantar sobre el amor, los reencuentros y la eternidad. La pantalla del diminuto celular parpadeaba de forma constante y el bip-bip se infiltraba siniestro por sus oídos. Sebastián estiró el brazo izquierdo y tomó el aparato entre sus dedos: lo miró con duda, con miedo, con desconcierto; la mano no dejaba de temblarle y su corazón estaba a punto de traspasar su pecho, decidió ponerle final a ese bip-bip exasperante y presionó la tecla verde para responder.
—Sebastián, escucha muy bien lo que tengo que decirte —le indicó una voz femenina que le resultó ajena por completo—, necesito que salgas de esa casa a la brevedad posible y te alejes de ahí todo cuanto puedas, por favor corre y trata de esconderte. El guardaespaldas que te cuida acaba de recibir instrucciones para protegerte, confía en él y corre, escapa de ahí ahora mismo y por favor lleva el celular que yo estaré comunicándome contigo hasta que podamos encontrarnos.
No tuvo tiempo de decir nada, la mujer al otro lado del teléfono colgó y a él una sensación de náuseas lo invadió, los escalofríos que durante noches enteras le quitaron el sueño volvieron a apoderarse de su cuerpo, su pecho se sintió tan apretado que tuvo que abrir la boca para dejar el aire pasar. Tampoco tuvo tiempo de pensar en lo que sucedía, tiempo para comprender esa llamada y tratar de ser sensato. Robert hizo arribo a su habitación con pistola en mano y, sin explicarle nada, lo estiró del brazo para sacarlo a toda prisa de ahí, Sebastián solo tuvo tiempo de ponerse los tenis sin siquiera amarrarse las cintas y corrió, corrió junto a Robert sin mirar atrás.
Ajustándose el cinturón de seguridad por décima vez durante el trayecto, Karla miró por la diminuta ventana el cielo azul diáfano que de vez en cuando se mezclaba con el gris claro de las nubes que la avioneta traspasaba a gran velocidad. En cada turbulencia, la periodista se aferraba con las uñas a su asiento y cerraba los ojos para tratar de guardar la compostura. Willy Jensen, sentado frente a ella, la miraba con atención, no se había sorprendido de la determinación con la que la chica tomó las cosas; cuando Willy arribó de vuelta al rancho de los Meléndez y les explicó lo sucedido, la joven frente a él parecía preparada, actuó de inmediato y entendió que el tiempo era primordial. Ahora que el frenesí de los hechos había disminuido su intensidad, podía ver el miedo que ella sentía, se estaba permitiendo ser débil por unos momentos y Willy la entendía, entendía sus dudas, sus temores. Él mismo había sido invadido por esa sensación tantas veces, hace apenas unas horas había arriesgado su pellejo en una misión que no salió bien del todo, no tuvo siquiera tiempo para afrontarlo, cuando logró salir con vida de los túneles ya estaba enfrascado en otra misión en la que no podía fallar: salvar la vida de Sebastián Meléndez.
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Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo Pródigo
RomanceUn amor prohibido, dos almas dañadas destinadas a salvarse. Nuevamente gratis. *** Cuando Sebastián Meléndez regresó a su hogar luego de cinco años, pensó que el dilema más grande al que tendría que enfrentarse sería el poder sincerarse con su fami...