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32 días antes

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32 días antes.


Y ahí estaba de vuelta en la tierra que representaba la paradoja más grande de su vida, la tierra que amaba y odiaba, que a ratos desdeñaba y en otros tantos añoraba. Ahí estaba y ya no había marcha atrás. Sebastián Meléndez no pudo evitar sonreír entre dientes y pensó «vuelve el hijo pródigo, el orgullo de la familia, el varón que dará nietos que llevarán el apellido Meléndez; el fuerte, inteligente y carismático. No —se dijo a sí mismo—, luego de cinco años fuera de esta tierra, regresa el mismo cobarde de siempre, sólo que ahora con una pizca de esperanza en la punta del zapato».

El avión aterrizó puntual en la ciudad de Durango capital, le pareció contradictorio llegar a la hora exacta a un país en el que todo era caos y desorden. Quizá la vida le jugaba una treta y tendría que enfrentarse a su destino más pronto de lo que pensaba. Días antes de decidir si era hora de regresar a México, reflexionó los pros y los contras, puso todo en una balanza y aunque su corazón le decía que se quedara en Madrid disfrutando de la libertad y seguridad que por muchos años había ansiado, su mente le dijo de una forma fría y contundente que dejara de engañarse; esa libertad de la que presumía estando a kilómetros de México, era una farsa, si no se sinceraba con su familia, jamás podría ser libre. Tres semanas después de reflexionar a conciencia, ahí estaba de vuelta, haciéndole caso a la razón que le había dado la dosis de realidad necesaria para tomar la decisión final.

Alguna vez escuchó a su abuela decir que aquellos que niegan su pasado están condenados a repetirlo y, desde que se subió en el avión que lo llevaría al otro lado del mundo cinco años atrás, Sebastián había prometido olvidarse de lo vivido en su país, en Europa comenzaría desde cero, «borrón y cuenta nueva» —dijo una vez que puso un pie en suelo madrileño—. En ese entonces no se daba cuenta de cuan equivocado estaba, porque la vida es una hija de puta que no te deja ser feliz sin antes saldar cuentas pasadas, y ahora lo sabía mejor que nunca; por eso estaba de regreso, para evitar el vivir condenado a su pasado, un pasado de mentiras y engaños.

Sebastián ansiaba que el momento de hablar con toda sinceridad ante su familia, llegara, era una enorme piedra que ya no quería seguir cargando en la espalda, deseaba liberarse de una vez por todas de ese peso y esperaba de todo corazón que su familia lo entendiera y nada cambiara. Sabía que lo amaban, que estaban orgullosos de él, por lo que esperaba que ese amor fuera más fuerte que las creencias y los prejuicios absurdos. En el fondo tenía miedo, las cosas podían salir opuesto a lo que esperaba, todo podía irse al carajo. Su padre era un diputado respetado y querido que tenía que cuidar su imagen. Su madre lo amaba, de eso no le quedaba duda, pero ella era una creyente, una mujer religiosa y muy devota. Cómo se tomarían esto, cuál sería su reacción. No lo rechazarían y de eso estaba seguro, pero entonces, ¿a qué le tenía miedo? 

Durante muchos días pasó por su mente esa pregunta y estando de regreso en su tierra la respuesta llegó; le temía a la decepción, Sebastián sabía que en cuanto se los dijera todos pondrían una sonrisa y harían como si no pasara nada, sin embargo, la confesión los decepcionaría y eso era lo que realmente le dolía. Toda su vida se la pasó cumpliendo las expectativas de otros y creció pensando que nunca decepcionaría a nadie, tenía que superar ese miedo para poder seguir, era hora de que su felicidad no dependiera de los demás.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora