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Ese día

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Ese día.


«Futuro» qué significaba esa palabra para Sebastián, hace un año el futuro que se imaginaba consistía en trabajar en la administración de esa empresa de publicidad en Madrid, conocer el continente asiático en sus vacaciones de verano junto a otro aventurero como él o por qué no, en completa soledad. Le mandaría fotos a sus padres en las que les mostraría su vida, ya sin miedos ni tapujos e incluso, en los días de descanso por la Navidad, se los llevaría al viejo continente, los instalaría en su departamento y pasaría junto a ellos divertidos momentos, disfrutaría al ver sus caras cuando descubrieran que fuera del pequeño municipio en el que crecieron, había un mundo maravilloso, ese era el futuro que Sebastián vislumbraba antes de regresar a México. Ahora todo había cambiado.

«Futuro, ¡qué palabra tan traicionera, falsa y endeble! —pensó Sebastián—. Toda una vida construyendo un futuro para que en un segundo todo se desvanezca como agua entre las manos. Lo fui todo y ahora no soy nada». Estaba de pie, recargado en la pared con la esperanza de volver a oír esa voz, al principio pensó que los nervios lo estaban traicionando, que el creer que otra persona le hablaba a través de la pared, era parte del estrés al que había estado sometido los últimos días, pero cuando la persona al otro lado siguió haciendo preguntas, se dio cuenta de que todo era real, en los calabozos continuos al suyo había más personas recluidas. No tenía idea de quiénes podían ser y bajo qué circunstancias terminaron ahí, sin embargo, una sensación extraña lo invadió; sintió pena y empatía aun sin conocerlos, pero también se sintió menos solo, no era el único al que torturaban de esa manera. Se reprimió a sí mismo por tener ese pensamiento tan egoísta, cómo podía sentirse bien sabiendo que a otros también los habían torturado como él, reflexionó y pudo entender que no se alegraba por el sufrimiento ajeno, ese sentimiento extraño llegó en forma de esperanza, no estaba solo.

En la parte de arriba de esa casa perdida en medio de la nada, Elías Hernández, quien había sido el vigilante de Sebastián las últimas semanas, daba vueltas alrededor de la habitación, sabía que con lo que estaba por hacer lo arriesgaba todo, pero también, lo veía como una oportunidad para poder dejar esa mierda de una vez por todas y así darles otra vida a sus hijos. Toda la noche reflexionó sobre el plan que había puesto en marcha: el almirante le habló para decirle que uno de los dos secuestrados moriría por la bomba que tenía pegada en su estómago, la cual, explotaría y acabaría con todo a su paso cuando el reloj marcara las doce del mediodía, antes de que eso sucediera, él tenía que sacar al otro muchacho secuestrado y llevarlo a la segunda casa de seguridad, donde lo asesinarían con un balazo en la cabeza, en vivo y en directo. Una vez muerto el segundo de los secuestrados, recibiría el pago de cinco mil pesos que le habían prometido, lo que el almirante no sabía, era que en la cabeza de Elías ya se desarrollaban otros planes.

Hacía días que en todas las noticias se hablaba de la recompensa de un millón de pesos que la familia ofrecía a quien diera información precisa del lugar en donde se encontraba Sebastián Meléndez. Elías era consciente que si traicionaba al almirante, su vida y la de su esposa y cuatro hijos estaría en riesgo, pero por esa cantidad de dinero, era un riesgo que estaba dispuesto a asumir. Para que su plan funcionara necesitaba de la ayuda de su compadre Juan, el cual llegaría a la primera casa de seguridad para poner todo en marcha; sacarían a Sebastián del calabozo y su compadre se lo llevaría en su carro a donde inicia la carretera que lleva hasta la sierra madre occidental, Elías ya había hablado con la familia de Sebastián y les había dado instrucciones precisas de dónde tendrían que dejar el dinero, si trataban de ponerle una trampa, Sebastián moriría.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora