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21 días después

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21 días después.


Con su mano derecha, Dalia Camarena sostenía la mano de su esposo mientras rezaba un padrenuestro y un avemaría, en su mano izquierda, llevaba consigo un rosario de plata que su madre le había regalado cuando cumplió quince años, al cual se aferraba con todas sus fuerzas. Los pitidos constantes de las maquinitas que tenía Hilario a su alrededor le ponían los nervios de punta, olía a cloro mezclado con medicina y adonde volteara, sus ojos solo veían un color blanco intenso que le causaba desesperación; estaba mareada y le dolía la cabeza. Después de durar semanas dormida sin ser consciente de lo que pasaba a su alrededor, ahora llevaba las últimas dos noches sin poder pegar el ojo, la realidad la abofeteó sin contemplación alguna, su hijo había muerto hace tres semanas y ahora su esposo yacía en la cama de un hospital mientras luchaba por sobrevivir.

La muerte y la desgracia se instalaron en su hogar como esos parientes lejanos e incómodos que nadie espera y nadie quiere. En qué momento su vida se derrumbó de esa manera, qué hizo mal para merecer lo que vivía, en dónde estaba Dios en esos momentos que tanto lo necesitaba. Todas esas interrogantes pasaron por su cabeza, Dalia se santiguó y pidió disculpas por sus pensamientos blasfemos, tomó la mano de su marido con más fuerza y luego de dudar por más de cinco horas, se atrevió a mirarlo a la cara; las lágrimas escurrieron por su rostro y por más que luchó, perdió la batalla y el nudo que sentía en su garganta salió como un grito agudo y despiadado, «maldita sea la hora en que decidiste ser un hombre justo y solidario, maldita sea la hora en que decidiste convertirte en héroe» pensó Delfina mientras volvía a apretarle la mano a Hilario como si el que el hombre viviera o no, dependiera de ello.

Ramiro Gutiérrez entró a la habitación acompañado de dos enfermeras, iba vestido con su pulcro uniforme blanco que combinaba con su bigote y su cabello, en cuanto los tres entraron al lugar donde Hilario luchaba por sobrevivir, los dos miembros de la policía federal que resguardaban la morada del candidato independiente las veinticuatro horas del día, cerraron la puerta y volvieron a su lugar de guardia. Delia soltó la mano de su esposo y se limpió las lágrimas, el doctor Ramiro, amigo de la familia de tantos años se acercó a ella y le dio un abrazo.

—Tienes que ser fuerte, Delia, así como lo está siendo Hilario, él sigue con vida y en pie de lucha, no te puedes rendir —dijo Ramiro mientras tomaba a la mujer de las manos en un gesto de respaldo y solidaridad.

—Mi hijo fue a asesinado de la manera más cruel y violenta, han tratado de asesinar a mi marido en dos ocasiones y si sobrevive, seguro que habrá un tercer intento, esos hombres no descansarán hasta cumplir su objetivo, yo... no puedo ser fuerte ante esto, aunque así lo quiera, no puedo, no sé cómo es que he logrado levantarme de la cama y salir de mi habitación —dijo Dalia con la voz entrecortada.

—Y lo entiendo, en verdad entiendo tu sentir, pero por la memoria de tu hijo y el bienestar de tu marido tienes que sacar fuerzas de donde sea, tienes que ser fuerte y sensata para salvar a los que quieres, así como lo haces ahora estando aquí.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora