27

5.5K 619 179
                                    

20 días después

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

20 días después.


Salvador y Sebastián voltearon al cielo al mismo tiempo, justo cuando una parvada de gorriones se posaba en el enorme pino que estaba ante ellos. Los últimos días habían iniciado un viaje, pero este, era un viaje poco común; llevaban cerca de cuatro días internados en la inmensidad de los bosques y en la majestuosidad de las barrancas de la sierra madre occidental. «Antes de irse tienen que sanar por completo» les había dicho Rahui con su peculiar forma de hablar el español y fue así que un día después emprendieron una travesía junto al chamán tarahumara y varios hombres más para buscar jícuri.

En las semanas que convivieron con las personas de esa comunidad, tanto Salvador como Sebastián aprendieron a respetarlos, pero, sobre todo, a admirarlos. Los tarahumaras eran personas trabajadoras y serviciales dispuestas a ayudar a quien lo necesitara, siempre y cuando la persona fuese respetuosa de su comunidad, de sus tradiciones y sus creencias. Sebastián estaba fascinado ante todo lo que había aprendido sobre la forma de vida de esos individuos que hasta hace semanas eran ajenos y desconocidos para él. Aprendió a admirar la devoción y la pasión con la que esos que se habían convertido en sus salvadores, honraban sus raíces y sus costumbres.

Antes de emprender el viaje, aprendieron lo que era el jícuri y la importancia que tenía para los tarahumaras, no solo emprendían un viaje para encontrar una planta, viajaban para encontrarse a sí mismos y todo lo que eso implicaba: encontrar sus demonios y luchar contra ellos, descubrir los dioses tarahumaras y tratar de redimirse, descubrir su fe y su espiritualidad, hacer una introspección hacia el alma y charlar con ella para pedirle perdón. Según las palabras de Rahui tendrían el honor de entrar en el círculo, pero para ello, primero tendrían que encontrar el jícuri, que, según las tradiciones tarahumaras, este solo se revelaba ante las personas que en realidad lo necesitan.

Cuando Rahui les enseñó una muestra de lo que deseaban encontrar, Salvador se dio cuenta de que lo que buscarían era peyote, algo que si bien, nunca había consumido, sí que conocía gracias a su padre. Le fue imposible no sonreír entre dientes y pudo darse cuenta cómo Sebastián lo miraba con extrañeza ante su reacción, la verdad era que Sebastián no dejaba de mirarlo de forma extraña desde la última plática que habían tenido, era como si lo estudiara, como si todavía tuviese miedo de que en cualquier momento pudiera asesinarlo y lo entendía, en verdad Salvador entendía su actitud, aunque también le causaba un poco de gracia.

Salvador tomo la muestra de peyote entre sus manos y volvió a sonreír, era una especie de cactus sin espinas y con un color entre verde y azul; jugueteó un rato con él y luego se lo lanzó a Sebastián, este lo tomó entre sus manos y lo miró de la misma forma que había mirado a Salvador los últimos días: lo estudió, volteándolo de una y otra manera, lo encerró con fuerza entre todos sus dedos para comprobar su dureza, lo olfateo y lo miró una vez más y, por su cara, parecía que había llegado a la conclusión de que no tenía ni la más remota idea de lo que era.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora