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Un día antes

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Un día antes.


«Mi nombre es Salvador Arriaga y nací en Culiacán, Sinaloa en el año 1983. Tengo veinticinco años y soy consciente de que quizá no llegue a cumplir los veintiséis, me quedan muy pocos días de vida, incluso puede que muera mañana, no sé el día exacto, pero pronto seré asesinado. Desde el día en que llegue a este mundo, la muerte me acompañó, se supone que otro igual a mí con la misma edad, el mismo rostro y la misma mala suerte, debería estar viviendo junto a mí, pero la vida, el destino, el universo o Dios, eso tampoco lo sé, decidieron que no fuera así. El que debía ser mi hermano gemelo nació muerto y yo fui tan testarudo que viví; la que fue mi madre murió seis años después de que yo naciera o mejor dicho, mi padre la asesinó cuando descubrió que ella amaba a otro hombre que no era él, a mi padre siempre le costaba entender el amor. A los siete años fui testigo de cómo un venado moría, a los ocho me tocó a mí asesinar a uno, a los catorce arrebaté la primera vida humana y juro por... no, no puedo jurar por Dios porque no sé si existe, tal vez pronto lo sabré. Juro por Isabela, que es lo que más quiero en esta vida, que yo no quería hacerlo, incluso sigo teniendo pesadillas y me lo merezco, es el precio que tengo que pagar. Isabela, como quiero a esa niña, aunque en un principio la odié, por qué tenía que venir a este mundo, por qué tenía que sonreír, por qué tenía que ponerme su cara de "no rompo un plato" y por qué tenía que volver a hacerme reír; te voy a extrañar Isabela. Por qué mi mente no se calla de una vez. Por qué ahora que voy a morir se me da por recordar y comprender quién fui y por qué hice lo que hice. Recuerdo, aunque me duela porque la pérdida y el dolor son lo único que en estos momentos me mantiene cuerdo. Por qué me da miedo morir si por años fue lo que siempre deseé».

Salvador Arriaga enterró su rostro entre su pecho y sus rodillas, contó del uno al cien y luego del cien al uno, inspiró y expiró en repetidas ocasiones, se acostó bocarriba y usó sus brazos como almohada, imaginó que veía la luna y las estrellas, se volteó de lado, se sentó, se puso de pie y arrastró sus pies por todo el calabozo; estaba volviéndose loco. Golpeó con fuerza la puerta metálica una, dos, tres veces. Lo que daría por tener un cigarrillo en esos momentos. Terminó sentándose al otro extremo del calabozo con su espalada recargada en la pared, eso lo tranquilizó un poco, sintió que había avanzado kilómetros en un desierto interminable, aunque en realidad, solo había cambiado de rincón.

Relajó su cuerpo y su mente y se recordó a sí mismo que el cerebro humano era maravilloso, una vez vio un programa de televisión en el que hablan de esa parte del cuerpo que controla todo lo que hacemos, cada movimiento y cada pensamiento, pero en ese programa dijeron que también la persona puede controlar lo que piensa si así lo quiere, por lo que Salvador, comenzó a imaginar que no estaba ahí, que ese oscuro calabozo no era su realidad, imaginó que él no era Salvador Arriaga, que su madre nunca había muerto, que su padre era un bombero y que él no era un asesino. Se encontraba en un país lejano e importante con un bonito traje color azul y listo para recibir un premio por haber hecho muchas cosas buenas, estaba listo para dar un discurso que daría la vuelta al mundo y trascendería a través del tiempo; el sonido de unos gritos y sollozos desesperados lo hizo abandonar su sueño idílico.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora