Un adios en concreto

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El silencio domina. Mi respiración sesa, el tiempo se para. No hay ni un solo ruido, más que el de mi corazón latiendo con intensidad.
Mi cuerpo se vuelve débil y mis fuerzas nulas. Mi vista se nubla y amargas lágrimas inician a descender por mi rostro. No tengo palabra alguna, ni siquiera cabeza para hacer O pensar en algo.

Él se fue, Alex se fue sin siquiera un aviso o advertencia, simplemente lo volvió hacer, Alex se marchó.

-¿Señorita Cooper?, ¿sigue ahí?.

Sin más por decir sólo puedo colgar y quedarme ahí, sentada, paralizada.
Mi cuerpo no reacciona, y mi mente sólo está centrada en él, en Alex, en la idea de que no volveré a verlo y lo más triste es que está vez tuve la oportunidad de decirle todo lo que en mi se guarda, y no lo hice, de expresarle mi amor por él, pero preferí callarlo.

Me acuesto en posición fetal y sólo puedo llorar hasta que mi pecho duele, mi garganta arde y mi cabeza punsa.

-¿Bailey?- alguien me llama afuera pero sólo puedo seguir llorando con mis manos en el pecho, apretando con fuerza mi camisa. La puerta se abre y de inmediato Jack viene a mi y me toma entre sus brazos. Lo presionó con tanta fuerza, tanto dolor que arde, un dolor indescriptible, penetrante, el dolor que es haber perdido al amor de tu vida nuevamente.

Alex

Me bajo del autobús y todo parece estar igual que cuando me fui. El edificio sigue siendo algo clásico pero moderno, a excepción de que ahora todos los departamentos están habitados, menos uno: El de Bailey.

Voy hacia aquel lugar donde todo comenzó y terminó. Me quedo frente a la puerta y recuerdo la primera vez que la vi entrando por esta, con una mirada cansada, su delgado cuerpo tapado por cajas que casi no me permitían ver su lindo rostro. Supe desde ese momento que todo cambiaría, desde el jodidos momento en el que sus ojos parecían un reto.

Tomo entre mis manos la copia de la llave de este lugar y sin más que esperar entró. Una oleada de soledad y ausencia me reciben. El lugar está cubierto por bolsas dándole una vista terrorífica. Las cortinas están decoloridas y desgastadas, sin embargo mantienen el lugar a oscuras. Tal vez no sea bueno volver aquí, tal vez sea la peor de las ideas, pero necesito unos días para pensar en lo que haré. Se bien que no me queda mucho por hacer, pero aún hay relaciones que necesito reponer, y entre esas está la de mi padre y madre. Suena incongruente después de haber dejado a Bailey sin siquiera un adiós concreto, pero si para algo no tengo valor ni fuerza es para eso; para despedirme de ella. Pues me cuesta afrontar el hecho de que la perdí, la realidad de que Bailey y yo somos personas que no van por el mismo camino.

Paso por el pasillo y observo lo frío y lúgubre que se ve todo, tan idéntico a como se veo a antes de que Bailey llegará aquí y le si era un giro completo a las cosas, pues cuando ella llegó la alacena se llenó de tazas con temática de algún súper héroe, el lugar se mantenía fresco, ventilado, cosa que me gustaba y por tanto, cuando ella mantenía las cortinas cerradas yo las abría, nos turnavamos los quehaceres sin siquiera ponernos de acuerdo, simplemente era una comunicación que no necesitaba de palabras alguna, era una manera única de comunicarnos, así de grande era nuestra conexión, hasta que nuestros sentimientos iniciaron a dominarnos y aquella conexión se quebranto tanto que hasta la fecha sigue debilitandose y se que no tarda en ser nula.

Paso por cada cuarto y sólo vienen a mi mente imágenes de ella haciendo sus actividades en cada rincón de la habitación. Me paro frente a la puerta de la que solía ser su recámara y con titubeos la abro. Igual que el resto de la casa, sus muebles están cubiertos por platico lleno de polvo. La habitación es fría y lúgubre señal de que Bailey era quien le daba luz, color a este lugar.

Voy a mi habitación y cuando intento abrir la puerta me doy cuenta de que está cerrada con llave. Busco entre mis cosas las llaves y luego de varios minutos al fin encuentro el manojo con todas las llaves del lugar, y de la moto. Abro la puerta de la habitación en espera de encontrarla como todo en la casa pero el escenario que me recibe es distinto. Cada rincón de la habitación está tapado por cuadros. Tiro del platico que cubre uno de estos y retrocedo cuando veo que es ella pintada. Tiro del plástico de los demás cuadros y no puedo evitar alterarme al verla a ella por todas partes.

Un coraje inmenso me inicia a segar, un coraje que sólo la culpa de ser quien me destrozo aún más. Mi vista se inicia a nublar y mis músculos se tensan. Ya repulsión por todo lo que veo me abunda y sin pensarlo dos veces tomo uno de los cuadros y lo parto por mitad. Tomo un trozo de la madera y lo uso para rasgar el resto de cuadros, golpeo, tiro y perforó cada uno de los cuadros hasta que mi respiración es tan agitada que estoy por hiperventilar. Me tiro al piso a intentar calmarme mientras observo los trozos de tela y madera frente a mi. Un odio está creciendo en mi, y ese odio es por una persona; Bailey.

El suplicio de BaileyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora