20

1.3K 114 19
                                    

—¡Vamos, vamos, vamos! —oigo gritar en mi oído, seguido de unos zarandeos muy bruscos—. ¡Es el gran día, Nora!

Abro los ojos y la luz que se cuela por una rejilla de la ventana me destella. Me escondo bajo las sábanas y soplo. ¿Por qué coño me tiene que levantar así, joder?
No había cosa que me diera más rabia. Aún recordaba como mi padre me levantaba de pequeña, a gritos y tirando todas las mantas que cubrían mi cuerpo al suelo. Al final se hizo costumbre, después venía el desayuno donde casi siempre volvía a rematar el ojo morado de mi madre, ya que no le gustaba la comida.

—Dafne, joder, ¿qué hora es? —lamento y asomo la cabeza. Observo a mi compañera, y también amiga. Tiene el pelo húmedo, señal que hace poco ha pasado por las duchas. Está vestida, luciendo el negro, como siempre desde que la conocí. También se ha maquillado. Sus ojos negros, se ven aún más oscuros por el contorno pintado de un color grisáceo del párpado.

Veo mi maleta tumbada en el suelo, junto a la de Dafne. Sólo en estos días nos permiten lucir nuestra ropa, y a decir verdad, no sé si mi ropa es mas o menos sosa que el uniforme este de el correccional.

—Quedan treinta minutos para poder salir de aquí, tía —se sienta en mi cama y me sonríe.

Entonces caigo. En Ryan, Coleman, la piscina, más piscina y en lo poco que he dormido.

Dafne me mira curiosa. ¿Se habrá dado cuenta? Pensaba que durmiendo olvidaría al menos, una pequeña parte de lo que pasó ayer o lo recordaría menos, pero las manos de Coleman recorriendo mi cuerpo era algo difícil de olvidar, y cada vez que pensaba en ello un fuerte escalofrío me dejaba los pelos de punta.

—Ehmm... —me incorporo, dispuesta a salir a la ducha—. ¿Qué te parece si pasamos el día juntas? —Dafne me mira extrañada—. No sé, hasta la noche no veré a Ryan, y cómo tú también irás a la fiesta, no sé, podríamos ir por ahí. A parte, me debes un buen conjunto para esta noche.

Esboza una sonrisa que deja entrever su piercing en el frenillo de la boca. Se levanta y me tiende la mano.

—Vamos a pasarlo en grande —me guiña un ojo y agarro su mano para ayudarme a levantarme de la cama.

—Necesito ducharme, no tardo —le prometo y abandono la habitación rápidamente.

COLEMAN

Froto mi pelo con una toalla pequeña, secándolo.
Mike está en frente mío, poniéndose unos pantalones vaqueros. A decir verdad, no le quedan nada mal. Siempre que hemos salido, Mike y yo nos hemos llevado casi toda la atención, sobre todo en las fiestas, y la de esta noche no iba a ser menos.

—¿Cómo le sueltas eso, tío? —suelta asombrado tras contarle lo sucedido ayer con Scott.

Mike es lo más parecido a un hermano que tengo aquí, y aunque a veces no ve bien las cosas que hago, no suele reprochármelo, ya que él también lo hace.
Siempre me ha insistido con qué Scott me gusta, y ya ha llegado a un punto en qué es obsesión. Él dice que hacemos buena pareja, que no estaría mal ir juntos Dafne y él, y Scott y yo.

Lleva encaprichado de la gótica, amiga de Nora, bastante tiempo. Últimamente esta no le hace ni puto caso, pero se le nota que le gusta jugar, como a mí, y no dudo que acabe en la cama de Mike esta noche en la fiesta.

En conclusión, mi amigo ya podía dejarse de fantasía de parejitas, ya que desde ayer, se había acabado, y por muchas ganas que tuviera de estar con ella y volver a sentirla como hace horas, no lo iba a hacer, y estaba seguro que ella tampoco.

—¿Te crees que me hacía gracia que tuviera novio? —me justifico.

—¿Y desde cuándo a ti te importa que tengan pareja o no? —ríe Mike. Hijo de puta. No se le pasa ni una.
Es cierto, nunca me ha importado, no me supone un problema acostarme o enrollarme con una chica con novio. No sería la primera con la que acabo a puñetazos con el amado.

Ruedo los ojos y miro a Mike.

—Es raro, ¿vale, tío? —ato el cordón de mi zapato y me coloco en frente del espejo, estirando mi camiseta de manga corta para estirar las arrugas de la maleta.

Me había puesto un pantalón pitillo negro y una camiseta azul con estampados verdes. Me veía extraño con esa ropa, sólo poder ponerte tu ropa una vez al mes hacía cuestionarte si realmente era tuya o no.

Pensaba acercarme luego aquí para poder prepararme para la fiesta. Medio correccional iba, y tampoco me extrañaba, la mitad no tenían ni la más mínima relación con sus padres, ya que por ellos están aquí metidos.
Esta noche iba a disfrutarlo a lo grande, me iba a permitir el gozo de desconectar de todo, incluso de Nora, no me iba a importar nada.

—Sólo te aconsejo una cosa, hermanito —apoya su hombro en el mío y me abraza sutilmente—. No hagas cosas de las que luego te puedas arrepentir, ¿sí? Usa esta —toca repetidas veces con su dedo índice su cabeza.

Asiento y le abrazo con fuerza. A Mike tampoco le quedaba mucho para abandonar esta mierda, y estaba seguro que, cuando eso pasara, nunca iba a perder el contacto con él. Muchas veces habíamos hablado de coger un piso compartido, pero el encontrar trabajo era algo complicado. Aún así, no le quería lejos, le había cuidado como a un hermano pequeño desde que llegó a Giddings, mucho más tarde que yo. Parecía un ratón acobardado, y tras muchas palizas de las que tuve que salvarle el culo, acabó siendo de esos que imponen a cualquier parte del correccional que va.

Nos respetaban, y ganarte el respeto de la gente aquí era algo difícil y que convenía. No me importaba estar en la boca de todas las niñatas, pero quería evitar que me clavaran una navaja en el costado como a más de uno.
Por esa misma razón me importaba Scott. No sabía cuando era su cumpleaños, por lo tanto, no tenía ni puta idea de cuándo saldría de aquí. ¿Quién cojones la cuidaría si yo no estaba?

Y otra maldita vez pensaba en ella. Noto como la rabia crece en mi interior. Qué impotencia, joder. Vete de mi vida ya.

—Ya volveremos a prepararnos cuando se haga de noche. Mientras tanto, vámonos por ahí, vamos a comer como Dios manda —río y guiño el ojo a Mike, que me devuelve una sonrisa, recordando todos los sitios lujosos donde vamos cada mes a comer por el permiso.

Abandonamos la habitación y bajamos las escaleras abarrotadas de gente que se dispone a abandonar el correccional. Veo a Candice y a Cyntia, que, casi al unísono, me dedican una mirada coqueta seguida un saludo. Vaya par.

A lo lejos, las puertas que nos separan de la calle, de la maldita libertad que deseamos cada día.

—Vamos, hermanito —choco mi mano con la de Mike, en un gesto amistoso y cruzamos la carretera.

Se avecinaba una buena fiesta.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora