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—John... —oigo a mi madre advertirle. ¿Qué pretendía, retenerme?

—Tengo dieciocho años, puedo decidir lo que quiera con mi vida —amenazo y me abro paso, apartándole a un lado —. Si no fuera ahora, en cuanto consiguiera dinero ya me habríais perdido de vista.

Mi madre temerosa, se acerca a mi padre y le agarra el brazo con cautela. ¿Qué?

—¡¿Y dónde coño pretendes ir?! —vocifera, estampando el botellín de cerveza al suelo, provocando que mi madre se estremezca y cierre los ojos con fuerza. Estaba temblando.

En ese mismo instante, entendí que nada había cambiado. Todo seguía tal cuál lo recordaba hace nueve años; él era el mismo alcohólico que abusaba de su mujer y ella la que recibía sin cesar y no denunciaba su maltrato. Que ella hubiera podido pensar por un segundo que él había cambiado me resultaba impresionante, no daba crédito.

Una vez me arrastraron a la ruina, no iba a permitir que pasara de nuevo.

—No soy la niña que recuerdas, no te pases un pelo conmigo —gruño a centímetros de su cara —. Mamá, llama a la policía.

—No —susurra.

—Llámala —insisto, sin desviar la mirada de los ojos azules de mi padre.

—¡Tú no vas a llamar a nadie! —se encara contra ella al ver que se mueve y abofetea su rostro dos veces, tirándola al suelo.

Desesperada, agarro un jarrón que descansa en un mueble, que es lo primero que mi vista visualiza, y sin miramientos, lo estampo contra la cabeza de mi padre, haciendo que entre gritos de dolor, se aparte del cuerpo encogido de mi madre.

Levanto a mi madre y mantengo firme mis manos alrededor de su cabeza, obligando a sus ojos que me miren fijamente.

—Vete de aquí y busca ayuda.

Asiente y entre sollozos sale de la casa corriendo.

—Maldita zorra... —murmura mi padre, recomponiéndose. Se levanta, ayudándose con el sofá y me mira amenazante —. Acabamos de recuperarte y no vas a ir a ninguna parte, ¿me oyes, Nora?

Sin esperarlo, se abalanza sobre mí, estampándome contra la vitrina de cristal, que se rompe ante el choque en miles de pequeños cristales. Me sujeta del cuello y me eleva, hasta el punto en que mis pies no rozan el suelo. El aire deja de fluir en mi interior y agarro con fuerza su brazo intentando zafarme de él.

Con las pocas fuerzas que consigo, lanzo una patada en su entrepierna y caigo al suelo automáticamente. Toco mi cabeza dolorida y al desviar la mano veo en ella unas gotas de sangre. Notaba mi vena del cuello palpitar con fuerza, apenas podía articular palabra del dolor que me provocaba.

—Eres dura de pelar como tu madre —estira de mi pelo, echando mi cabeza a un lado. Sus dientes, amarillos a falta de higiene me sonríen.

—Vete al infierno —escupo en su cara, notando como la rabia se apoderaba de él aún más. Antes que pueda propinarme un puñetazo, me muevo rápida y lanzo mi puño en su mentón.

Parece no inmutarse, ya que, acto seguido, estampa su rodilla en mi barriga retorciéndome.

Ya había pasado por todo ese dolor; la primera vez, viéndolo en mi madre todos los días cuando era pequeña, y la segunda, cuando Ryan me apaleó en la fiesta.

Desistir ya no era una opción. Mis fuerzas flaqueaban y cada golpe que impactaba en mi cara me debilitaba más. Grito e intento salir de su agarre, rezando en mi interior para que la policía irrumpiera en ese mismo momento.

—¿Por qué me haces esto? —logro susurrar. Notaba la sangre caer por mis mejillas, proveniente de mi ceja, mi nariz y mi cabeza. El ojo izquierdo lo notaba hinchado y dolía una barbaridad, a penas podía abrirlo.

Obtengo como respuesta un puñetazo en mi costado. Mi padre se remueve, sudoroso y camina hasta la cocina para beberse un vaso de agua. Estaba loco.

Aprovecho la situación para arrastrarme hasta la puerta, y es demasiado tarde para alcanzarme cuando salgo rodando escaleras abajo hasta el sendero que da a la casa. Mi cuerpo no cedía, por más que intentaba levantarme y salir corriendo, mis piernas no lograban mantenerse firmes. Arrastro mis brazos entre jadeos, cuando escucho los pasos amenazadores de mi padre a mis espaldas. Me giro, preparada para defenderme, cuando alguien se tira encima de él, tirándolo al suelo.

Noto los brazos de mi madre que me intentan levantar.

—Dios mío, Nora... —llora desconsolada, tirando de mí —. La policía está de camino... Lo siento, lo siento tanto...

La policía. Si no se trataba de un agente la persona que se había abalanzado encima de mi padre... Desvío la mirada y reconozco al momento los tatuajes de Jude, que sobresalen por el cuello de su camiseta. Lanzaba puñetazos sin cesar a su cara, entre miles de insultos que no lograba entender. Por un momento deseé que lo matara, que le hiciera pagar por todo el daño que nos había causado.

Las sirenas del coche policía suenan a lo lejos, alarmándome por completo.

—¡Jude! —vocifero con todas mis fuerzas. Debía separarse de él. No sería nada bueno que lo encontraran dándole una paliza a mi padre tras salir de un correccional.

Me arrastro hasta ellos y tiro con fuerza de la camiseta de Jude.

—¡Suéltale! —obtengo su atención, y es la primera vez que nuestros ojos se encuentran tras despedirnos en el centro. Su cara cambia por completo al ver mi rostro y reconozco esa mirada. Veo su labio temblar y cómo sus ojos se tornan brillantes —. La policía está llegando...

Un puñetazo impacta contra la boca de mi padre justo antes de que se separe de él y que la policía se plante delante de la casa. Jude me envuelve entre sus brazos y me aleja de él lo máximo posible.

—Nora... —me abraza y oigo como un sollozo sale despavorido por su boca.

—Estoy bien —intento sonreír, sabiendo que tengo la cara completamente destrozada, mucho peor que la última vez.

Un policía se halla hablando con mi madre, mientras el otro, rápido, esposa a mi padre y lo mete en el coche.

—He llamado a la ambulancia —el agente se aproxima a mí—, debería verte un médico. Su madre me ha explicado y ahora nos acompañará para denunciar. Usted está en todo su derecho a hacerlo —me informa.

No sabía bien si reír o llorar; que tuviera que suceder esto para que al fin se atreviera a denunciarlo era algo que me entristecía.

—Después de que la vea un médico —aclara Jude, acogiéndome entre sus brazos.

La ambulancia no tarda en llegar y tras subirme con la ayuda de Jude, me tumban en la camilla para proceder a examinarme superficialmente, cerciorándose de que no tenía ningún hueso roto.

Jude agarra mi mano, mordiéndose el labio con fuerza.

—Te quiero tanto... —una lágrima desciende por su mejilla. Aprieto su mano. Nunca le había visto llorar.

—Ven aquí —susurro. Acerca su rostro al mío entre sollozos —. Te quiero.

Beso sus labios con delicadeza, procurando no hacerme más daño. Necesitaba sentirlo después de todo. Le necesitaba. Añoraba su tacto. Empujo la lengua dentro de su boca y enredo mis manos en su cabello. Era el único sitio dónde debía estar. Con él.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora