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COLEMAN

Suelto una carcajada y como respuesta recibo una patada en el estómago. Me retuerzo.

—Está totalmente prohibido agredir al personal de seguridad, ¿lo sabes, verdad? —dice el primero, dando vueltas a mi alrededor—. ¿Y, qué haces tú? Agredir a uno —ríe —. Me parece que eres un poco gilipollas.

—Bueno, ya tenemos algo en común —le doy una patada en la espinilla antes de levantarme del suelo—. Ugh, eso ha dolido —hago una mueca al ver como se queja.

El otro guardia no se anda con rodeos, comienza a repartir golpes por todo mi cuerpo. Esquivo unos cuantos, pero al recibir uno en la cabeza, vuelvo a caer al suelo.

—¿Segundo asalto? —se agacha remangándose el uniforme. El otro le imita.

Y sin más dilación, me destrozan la cara a base de puñetazos y golpes de porra, por no hablar del codazo en mi costado.

—¿Ya has tenido suficiente? —ríen al unísono.

Hijos de puta.
No tengo fuerzas para levantarme, el cuerpo me pesa horrores y la cara me palpita. Noto como las gotas de sudor y sangre se unen.

Me levantan del suelo entre los dos y me llevan a mi habitación. Al abrir la puerta, Mike se levanta de la cama de un salto.

—¿Qué cojones...? —me sujeta antes de que caiga al suelo. Los guardias se van, cerrando la puerta con llave—. Tío, ¿qué cojones te han hecho?

Jadeo exhausto y le miro esbozando una sonrisa llena de rabia.

—Estaba enfadado, y me calentaron más —me ayuda a sentarme en la cama—. Eso es todo —me encojo de hombros al ver como espera que siga hablando.

Se sienta en el borde de su cama, mirándome.

—Tío, te han destrozado la cara —me mira con preocupación—. Qué hijos de puta.

Suspiro manteniendo el control para no pegarle un puñetazo a la pared y dañar mis nudillos aún más.

—Joder —hago una mueca de dolor al tocarme la herida del ojo.

Mike se agacha y saca un botiquín de debajo de la cama, robado de la enfermería.

—Vamos a curarte esas heridas, amorcito —imita la voz de Candice, abriendo la caja.

No puedo evitar reírme.

—Candice encerró a Nora en las duchas —suelto sin más.

Su sonrisa se desvanece.

—Entonces, ¿era cierto? —abre la boca, asombrado—. Pensaba que esa chica mentía.

Asiento con la cabeza.

—La dejaron casi dos putas horas en la ducha, Mike —cierro los puños—. Llegué muy tarde.

Saca un bote de alcohol y gasas.

—¿Está bien? —me da un espejo pequeño.

—La besé.

Me mira estupefacto y suspira.

—Estás jodido —se tumba sobre el colchón y coloca los brazos bajo su cabeza.

—No estoy jodido —reprocho—. Scott no me gusta.

––Ya, claro ––bosteza.

Niego con la cabeza inútilmente. No quiero seguir con la conversación.

Agarro la gasa y le echo el líquido transparente para después frotarlo por las heridas. Aguanto el escozor.

Tengo la cara echa un asco. Mi ojo derecho no puede estar más hinchado, mañana estará peor, al igual que toda mi cara. El labio lo tengo partido, también hinchado.

Logro deshacerme de los manchurrones de sangre, que hacían tener peor aspecto a las heridas y, cuando ya he desinfectado todo, levanto mi camiseta y miro mi costado.

Meto las gasas y el alcohol dentro del botiquín y lo dejo donde estaba. Contemplo a Mike, ya dormido. Eran las dice de la noche, y a pesar de mi carencia de sueño, decido intentar dormir, al menos para olvidar por unas horas todo lo que me había ocurrido a lo largo del día.

NORA

He decidido hacer como si nada hubiera ocurrido. Nunca he besado a Jude Coleman, nunca y evitaría todo tipo de contacto con él.

Ato mis bambas y salgo de la habitación acompañada de Dafne. Tenemos media hora para desayunar antes que empiece las clases, aunque no tenía demasiadas ganas en ir a la cafetería, ya que eso supondría encontrarme con Candice y sus amigas, pero mi estómago ruge.

—Si quieres puedo a ir a por tu desayuno y nos lo comemos de camino a clase —me sugiere Dafne.

Al levantarnos, Dafne insistió en saber lo ocurrido anoche, y se lo conté dado que todo el mundo iría contándolo por ahí y prefería que escuchara mi versión.

—No importa —entro en la cafetería y todas las miradas se centran en mí.

Lo que me temía, y era aún peor de lo que había imaginado.

—Pobrecita —oigo decir a medida que avanzo hacia el mostrador.

Suspiro al llegar. Me centro en la señora que me mira con melancolía. ¿Se ha enterado hasta la cocinera?

—Un café —pido. Miro a Dafne, que asiente con la cabeza—. Dos.

Minutos después, ya está listo. Avanzamos por la cinta y llenamos nuestro plato de fruta.

—Me muero de hambre —gruño, mirando con deseo mi desayuno.

—Ya somos dos —ríe Dafne, cogiendo los cafés que le tiende la señora—. Gracias —deja uno en mi badeja.

Nos dirigimos hacia una mesa libre basante apartada de las demás.

—No tenía que haber venido —suspiro, sentándome en la silla.

—No puedes saltarte las clases a no ser que estés enferma —sacude el sobre de azúcar.

—¿No es un buen motivo lo de ayer?

—Pues haberte quedado en la habitación —rueda los ojos, molesta.

Bebo de mi taza con gusto, dando por finalizada la conversación. Noto como la gente me mira mientras habla y como ríen o se compadecen. Entre ellos, me encuentro con la mirada de Candice.

Miro a las chicas que se encuentran a su lado y me pregunto quienes estuvieron allí y quienes no, quienes hablaron y quiénes se limitaron a disfrutar...

—Voy a por a por una pasta —dice Dafne—. ¿Quieres una?

—No —contesto, saciada.

Camina hasta allí y veo como señala hacia el cristal del mostrador. La mujer que la atiende lo abre y saca con unas pinzas un cruasán.

Cuando ya lo tiene, se dirige hacia aquí, pero a mitad de camino, un chico moreno y grande la detiene, diciéndole algo que no logro escuchar empieza a hablar. Por la cara de asco de Dafne, deduzco que no se conocen. Ella ríe con molestia.

Parto la sandía con el cuchillo de plástico y me la como poco a poco.

Dafne llega y se sienta en su silla con cara de apuro.

—¿Quién era ese tío? —pregunto, dándole un bocado a la fruta.

—Un tal Mike —dice, indiferente—. Le acabo de conocer. Un pesado.

—¿Qué te ha dicho? —rio.

—Que soy un bombón —dice, poniendo los ojos en blanco.

—Vaya, qué ligona —muevo mis cejas.

—Siempre —suelta, irónica.

El timbre suena y las clases empiezan. Paso tres horas aburrida, con la cabeza apoyada en la mano y mirando las musarañas.

Coleman no ha venido. Debe estar enfermo, ya que se ha presentado, y cuando la educadora ha pasado lista ni siquiera se ha molestado en mencionarle. Es extraño.

¿Qué le habrá pasado?

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora