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La semana pareció pasar volando, y para ser sinceros, no lo deseaba. El ser la dama de honor me tenía hasta los mismísimos ovarios; tuve que encargarme de qué todo marchara según lo planeado.

Dafne fue muy cabrona, ya qué su invitación era lo menos sincero que había escrito: no tenía traje, ni banquete, tampoco flores ni fotógrafos. Tan sólo disponíamos del lugar.

¡Había sacado la invitación de internet! ¿Qué me podía esperar realmente de ella?

Llegué a pensar que estaba perdiendo pelo del estrés que pasé toda la semana, buscando por todos lados un sitio dónde nos atendieran. ¿A quién se le ocurría casarse en una semana sin tener nada planeado? Sólo a Dafne.

—Quieres estarte quieta, me pones de los nervios —gruñe, mirándose al espejo mientras retoca sus labios de color negro.

Vuelvo a estirar el largo vestido de Dafne para evitar otra arruga más en el perfecto vestido blanco. Dafne se había encaprichado en lucir un vestido negro para su boda. Negro. El inconveniente es que, su madre, le prohibió rotundamente la idea, ya que para ella daba mucha mala suerte y era demasiado guapa para vestir tan oscuro hasta el día de su boda. Lo que no pudo evitar era pintarse los labios de negro.

—Deja de repasarlos, te van a quedar pastosos —me incorporo y le arrebato el labial.

—Joder, ¿qué se supone qué tengo que hacer? —menea su pierna incómoda —. Estoy de los putos nervios, nunca he hecho esto en mi vida, seguro que me caigo de camino al altar.

—Cállate —gruño y doy vueltas por el cuarto.

Apenas quedaba media hora para que empezara la ceremonia, y ambas solas era lo peor que podía existir en ese momento.

Hoy era el gran día.

Contemplo a Dafne y sonrío. Estaba nerviosísima y a la vez rebosaba de felicidad. Nunca la había visto tan guapa cómo hoy, a sabiendas que no había dormido en toda la noche, pero se le veía única y especial. Estaba claro que la protagonista de hoy era ella.

—Mírate, ¿quién iba a decir que tal bruta, borde e insensible iba a casarse y a tener una niña? —bromeo, sacándole la lengua —. Estás preciosa.

Dafne suelta una carcajada y acaricia su vientre. A penas se le notaba, ya que tan sólo estaba de un mes, pero con lo delgada que era, un pequeño bultito se dislumbraba. Iba a ser una niña, preciosa, y seguramente loca y matona cómo Dafne. Me esperaba lo peor. Mike no sabía lo que se le venía encima.

—Mírate tú —me sonríe y me señala el espejo que cubre toda la pared —. Estás de infarto, nena.

Un vestido de color rosa pastel se ceñía a mi cuerpo a la perfección. Tardé dos días en elegirlo y tuve qué hacerle unos cuantos retoques en los bajos para no tropezar con él. El escote era pronunciado, pero adecuado para la ocasión y llevaba el pelo suelto y liso, con unos mechones recogidos que realzaban mi rostro.

—Mejor no hablamos de mis ojeras —me siento en la silla exhausta. Parecía que era la primera vez en toda la semana que podía sentarme tranquila, sin tener que salir corriendo en cualquier momento.

Una de las muchas primas de Dafne nos avisa que en diez minutos tendremos que desalojar la sala y pasar a la iglesia para comenzar la ceremonia.

A pesar de la mala planificación de Dafne, había conseguido una especie de castillo precioso, con una iglesia perfecta y enorme para casarse. El salón era gigantesco y en la sala contigua nos esperaba el baile.

—No quiero tocar temas peliagudos —hace una mueca y frunzo el ceño —. Jude es el damo de honor de Mike.

—¿Qué? —suelto una carcajada y no sé muy bien por qué.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora