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Doy un paso hacia atrás, aún no dando crédito a lo que veían mis ojos. Mi padre, ahí estaba. Era él. Miro el rostro de mi madre incrédula, con la palabra en la boca, sin saber que decir ni que hacer. ¿Se había reído de mí?

Noto como mi respiración se vuelve más brusca y miro a mi alrededor, buscando una vía de escape, algo en lo que poder aferrarme, como había hecho todo este tiempo; pero Jude no estaba, y Dafne tampoco.

—¿Se trata de una broma? —miro con rabia a mi madre, que permanece a mis espaldas, quizás procurando que no saliera corriendo en cualquier momento.

—En ningún momento te mentí —aclara, empujándome con suavidad hacia el interior de la casa, acercándome a mi progenitor —. Estamos divorciados desde hace años, pero tu padre ha cambiado. Días después de que hablara contigo por teléfono solucionamos nuestros problemillas.

—¿Problemillas? —espeto, acechándola con la mirada —. ¿Un problemilla es que te dé una paliza?

Noto la mirada de mi padre sobre mi nuca, amenazadora. Conocía esa mirada como si de mí misma se tratara; la había visto millones de veces, seguidas de gritos y golpes.

—Háblale bien a tu madre, Nora —gruñe.

Entro en la casa a regañadientes, impotente y rabiosa. Me cruzo de brazos y mantengo las distancias con ambos, sin saber que hacer en ese mismo instante.

¿Cómo es posible que le perdonara? Después de todo lo que había sufrido, ¿cómo existía un perdón para tantos años de sufrimiento?

Por un momento pensé en dar una oportunidad a todo lo perdido, esforzarme y quizás acabar entablando una buena relación con mi madre, pero era algo que en ese preciso momento, quedaba a años luz. La decepción corría dentro de mí y mi subconsciente gritaba que huyera, que me alejara de allí y me mantuviera a salvo. Sabía que las cosas no iban a ir bien, conocía a mi padre y cada perdón que le haya suplicado a mi madre no era más que una mentira para no quedar solo.

—Te acompaño a tu cuarto... —me indica mi padre, haciendo ademán de agarrarme el brazo, a lo que interrumpo rápidamente cogiendo mi maleta.

—La encontraré sola —dictamino, dirigiéndome a las escaleras —. No pienso quedarme aquí —sentencio, antes de dar un paso más —, y no podéis retenerme. Si vosotros sois felices, serlo, pero alejados de mí. Encontraré trabajo y me buscaré un piso.

—¿Qué? —cuestiona mi madre —. ¿Acabas de llegar y ya te quieres ir?

—¿Es qué no lo entiendes, joder? —inquiero, sin dar crédito a lo que escuchaban mis oídos —. ¡Me arruinasteis la vida! ¡Recuerdo cosas como si hubieran pasado hace dos minutos! —amenazo con la mirada a mi padre —. No he tenido el cariño de unos padres, y ahora no lo quiero. Por un momento pensé en que todo podía ir bien, que las cosas podían mejorar, pero viendo esto —me encojo de hombros —, es como si volviera a mi infancia.

Subo las escaleras rápido con la maleta en mano y las lágrimas brotando de mis ojos. Esto era una completa locura.

—Déjala, Emma —escucho la voz lejana de mi padre al llegar al piso de arriba.

Camino entre las habitaciones y encuentro una, de lo más moderna que intuyo que es la mía, ya que desde el marco de la puerta visualizo una foto mía de cuando tan sólo tenía tres años, en los brazos de mis padres. La agarro y paso mi dedo pulgar por mi rostro; había cambiado tanto...

Seco con mi otra mano las lágrimas, ya casi secas que ruedan por mis mejillas y estampo el pequeño cuadro al suelo, agrietando el cristal.

El teléfono que hay justo al lado llama mi atención, y por un momento la idea de llamar a Jude inunda mis pensamientos. ¿Acaso era lo mejor? Tenía que preguntarle muchas cosas acerca de Candice y tenía demasiado que contarle...

Agarro el fijo y con mano temblorosa busco entre mis bolsillos el papel donde está escrito el teléfono de Coleman. Lo encuentro enseguida y no dudo en marcar.

El suave pitido me anuncia que la llamada está comunicando y no puedo evitar ponerme más nerviosa de lo que ya estoy.

Trago saliva cuando el pitido se clava y se escucha un ruido de fondo.

—¿Quién es? —una voz de una desconocida me atiende.

¿Me había equivocado? Era una chica joven, la voz la delataba.

—Ehmm... Habré marcado por error... —murmuro, mordiéndome el labio inferior.

—Este es el teléfono de Jude, ¿quién eres? —me quedo de piedra ante sus palabras. ¿Y quién era esta tía?

—Soy una amiga suya —dudo.

—Ahora mismo se encuentra en la ducha, le diré que has llamado —su voz suena simpática, lo que me pone más de los nervios. ¿En la ducha? ¿Por qué coño le cogía ella el teléfono?

No quería pensar en que ya había encontrado otra chica con la que divertirse.

—No te molestes, no importa —concluyo y cuelgo.

Cierro la puerta de la habitación y no tardo en tumbarme boca arriba en la cama hecha. Choco mi mano en la frente y suspiro agobiada. Parecía que la mala suerte estaba de mi parte y no podía hacer nada para remediarlo.

Debo ser tonta por haber si quiera pensado que las cosas me irían mejor, que encontraría un equilibrio. Dafne me suplicó antes de irme que diera una oportunidad a mi madre, pero, ¿cómo iba a hacerlo después de esto? La necesitaba en esos momentos. No tenía a nadie.

Tampoco sabía donde narices me encontraba. No me habían dicho nada, no reconocía la zona, solo sabía que había dormido muchas horas de camino. Miro desde la cama como empieza a oscurecer el día y las hojas de los árboles moverse por la fuerte brisa. ¿Qué lugar era este?

Me giro exhausta y me encojo, aún con las bambas puestas. No pensaba bajar a cenar. Mañana daría un paseo y buscaría empleo, era lo que más me urgía.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora