15

1.3K 126 27
                                    

—¿Qué? —No puede ser cierto—. ¡¿Os separásteis y no fuiste capaz de sacarme de aquí?! —protesto.

—Firmamos un contrato, cariño —su voz se quiebra, al igual que la mía—. Nunca quisiste hablar conmigo...

—Seguro que pensastes mucho en mí —agarro con fuerza el teléfono—. No tiene nombre lo que me habéis hecho...

—Nora, lo siento mucho...

—No, no lo sientes —digo, sorbiéndome la nariz—. Seguro que no tenías dinero suficiente para sacarme de aquí, ¿verdad?

No responde.

—Siempre has pensado en ti, y sólo en ti —digo entre dientes—. Mucho no debías quererme si permitiste que me metieran en un reformatorio —Las lágrimas caen por mis mejillas—. ¡Yo no tenía la culpa! ¡No la tenía, joder!

Mi respiración se agita y me empieza a faltar el aire. ¡¿Cómo ha podido permitir todo esto?!

—Por favor, Nora, tranquilízate —oigo como llora a través de la línea—. Yo no quería eso, no quería esto para ti. En poco tiempo todo habrá terminado y volverás a casa.

—¡Yo no tengo casa! —grito, desesperada. El guardia entra en la sala y me agarra de la mano.

—El tiempo se ha acabado.

No. No quiero. Necesito seguir hablando con ella.

—¡Tu no eres mi madre! —vocifero con todas mis fuerzas—. ¡Y espero que te des cuenta de todo el daño que me habéis hecho metiéndome en esta cárcel!

Me aferro al teléfono, escuchando como ella llora y suplica un perdón que sé que no aceptaré. El guardia tira de mí y estampo el teléfono al suelo.

—¡Suéltame! —tiro de mis brazos para zafarme de su agarre.

—Tranquilízate —me inmoviliza los brazos.

COLEMAN

Todos los que se encuentran en el pasillo, se giran en dirección a los gritos que provienen de la sala del teléfono. La última a la que llamaron fue a Nora, por lo tanto, es ella.

Corro hacia la sala y me encuentro a un guardia con los brazos pegados a su espalda, inmovilizándole las manos. Ella grita y llora, en pleno ataque de ansiedad. Se retuerce y patalea, intentando quitarse de encima al capullo del guardia.

—Nora, cálmate —me acerco a ella pero el guardia me aparta a un lado.

—Mantente alejado, Coleman —me advierte el tío—. No queremos que acabe como la última vez.

Nuestras miradas se cruzan y por un momento veo como su cuerpo se relaja, pero se tensa al recibir un empujón del guardia.

Les sigo hasta una sala pequeña llena de sillas.

—Déjame hablar con ella —suplico sin cruzar la puerta—. No vas a poder calmarla, déjame a mí.

El guardia me mira pensativo y le echa un último vistazo a Scott, que se encuentra sentada en una silla llorando sin descanso.

—Tienes un minuto.

Cierra la puerta y me deja a solas con ella. Vale, ¿ahora qué hago?

Me pongo de rodillas en frente suyo y le aparto las manos de la cara.

—Nora, ¿qué ha pasado?

Me mira y suelta un gruñido. Vuelve a llorar.

—Déjame en paz, por favor, sólo faltabas tú... —pone una mano en su frente.

—Puedo ayudarte...

—¡No! Déjame, en serio, te lo estoy suplicando, por favor. Te lo dejé bien claro, no quiero saber nada de ti, deja de perseguirme y de preocuparte por mí... No te pido nada más.

La puerta se abre y aparece Dafne con un gesto preocupado. Se nos queda mirando, y al ver el estado de histéria de Nora se acerca a mí.

—Márchate —susurra.

—Yo no he hecho que esté así —me defiendo, señalando a Nora.

—Sea lo que sea, lo empeorarás —me mira triste—. Por favor.

Desisto y me voy de la sala, bajo la mirada furtiva del guardia que espera en la entrada.

Esta chica me desespera.

NORA

Dafne me retira el pelo de la cara y acaricia mi sien.

—¿Quieres que vayamos a tomarnos un café? —dice tranquila.

Asiento con la cabeza y retiro las lágrimas de mis mejillas con las mangas del uniforme.

—¿Cómo estoy? —señalo mi cara.

—Parece que te hayas fumado cuatro porros —consigue que ria.

—Vamos a por ese café, por favor —me levanto de la silla.

[...]

—¿Mal? —Dafne se atreve a preguntar tras unos veinte minutos en silencio.

Miro el líquido oscuro de mi taza, la cual agarro con fuerza para no mostrar el temblor de mis manos.

—Me metieron aquí cuando era una cría, lo recuerdo muy bien, no es algo fácil de olvidar —me encojo de hombros. No sé porqué le estoy contando esto—. Mis padres no eran felices, cada día era peor, hasta que un día mi padre llegó a las manos —mi mirada sigue absorta en el café—. Se volvió costumbre. A mí nunca me tocaba, siempre a ella.

—¿Qué...? —levanto la mirada y veo como Dafne abre la boca de par en par.

—Un día decidió deshacerse de mí, y supongo que la mejor manera era acusándome de malos tratos hacia mi madre. Por eso estoy aquí, por algo que no he hecho.

—Nora, tu madre debería denunciarle... Esto no...

—Tiene miedo —le interrumpo—, o lo tenía. Lo único que recuerdo de todo ese infierno es la cara descompuesta de mi madre, llena de hematomas y cortes —tiemblo—. Ahora les odio, a él por meterme aquí y a ella por no sacarme cuando ha podido. Se separaron al año de dejarme en mi primer centro —cierro los ojos, incrédula—, ha tenido todo el tiempo del mundo para poder sacarme, sin embargo, no lo ha hecho.

Doy un sorbo al café, ya frío, dando por finalizada mi historia.

—Saldrás pronto de aquí, Nora —se limita a decir.

—El trece de julio —suspiro.

—Alegra esa cara, vamos —coge mi mano, en un gesto reconfortante—. Cuéntame como ha ido con Ryan.

Sonrío debilmente.

—Iremos los dos a la fiesta —le informo.

—¡Genial! ¡Podré conocerle!

—Miércoles llega ya, por favor —intento olvidar todo lo ocurrido y pensar en lo único que verdaderamente me importa.

Ryan.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora