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—¿Así qué el trece de julio, eh? —Dafne choca su hombro contra el mío y ríe.

—Eso parece —esbozo una pequeña sonrisa. Tan sólo me quedaban dos semanas exactas para acabar todo lo que había sido mi vida, ya que no recuerdo a penas momentos en los que disfrutara con mi familia, sólo acechaba en mi mente lo malo, las palizas, y la entrada a los correccionales. ¿Qué clase de niño querría esto?

A mis diecisiete años, tan sólo había acumulado odio hacia mis padres. Siempre he llegado a culpar más a mi madre, ya que aún sabiendo la verdad, apoyó a mi padre para meterme aquí, supongo que para librarse de otra paliza. Yo tan sólo quería escapar con ella. Era mi refugio. Era.

Cuando a mis once años me metieron en mi primer correccional, pasó a ser una desconocida para mí. Una madre no abandonaba a sus hijos así, no de esa manera.
Recuerdo su cara al despedirse de mí, toda magullada, de un color violeta por las peleas con mi padre. En poco tiempo, había envejecido como diez años. Ya no parecía ella. Sólo lloraba y se lamentaba, presa del miedo que tenía a su marido.

—¿Dónde vivirás? —pregunta Dafne mientras cotillea unos escaparates con ropa de lo más atrevida.

Caminábamos por la calle Richmond, bastante lejos del correccional. Según Dafne, buscando el modelito perfecto para esta noche.

—No sé nada de mi madre —me encojo de hombros—. Dudo que siga viviendo dónde antes —Me parecía absurdo que después de abandonar a mi padre, siguiera en esa casa, que tan sólo recordaba malos tiempos.

—Siempre puedes venirte conmigo —propone Dafne—. A mi madre no le importaría. Es muy abierta de mente.

—Tranquila —sonrío agradecida.

Dafne era mi amiga, y a pesar de eso, aún no sabía el motivo por el cual se encontraba en Giddings. Nunca le había preguntado, pero tampoco quería saberlo. Hay cosas que mejor dejarlas enterradas atrás.
El pasado de las personas no me importaba, siempre había creído que una persona mejoraba en base a lo que sufrió en un pasado, y por ello no es digno de criticar.

—¡Entramos aquí! —exclama, señalando una tienda enorme, que con tan sólo ver los precios del escaparate se me revolvía el estómago.

—No tengo dinero, Dafne —digo sincera. Es cierto, nunca había aceptado el dinero que mi madre me proporcionaba los primeros meses que me encerraron. Cuando dejé de aceptarlo, dejó de llegar.

Agarra mi mano y me acompaña al interior de la tienda. Tres plantas se alzaban encima nuestro, con una diversidad de ropa increíble y preciosa.

Dafne solo se acercaba a la ropa negra. Tampoco era muy difícil equivocarte a la hora de regalarle algo.
En menos de diez minutos, a duras penas veía la cara de amiga, ya que un montón de ropa se alzaba desde sus manos hasta la nariz.

—¿Todo eso te vas a probar? —pregunto incrédula, echándole una mano.

— Nos, querida —me corrige, divertida—. Todo esto nos vamos a probar.

Contemplo por encima la variedad de vestidos que hay, que a decir verdad, eran preciosos pero demasiado atrevidos, no llegaban ni a las rodillas.

—No es mi estilo —refunfuño.

No me hace caso, y entrando al probador, me lanza un vestido azul oscuro y rápidamente se mete tras la cortina de enfrente mío.

—Capulla —río y corro la cortina.

Me desnudo, dejando mi ropa interior y me observo. Soy delgada, no mucho, pero tengo una figura bonita. A falta de tetas, algo de culo tengo, que tampoco me gustaba marcarlo mucho.

Me pongo el vestido y cierro la cremallera lateral. No está mal, pero el escote quedaba demasiado vacío y cada vez que me movía el vestido se subía aún más descubriendo mis muslos.

—Es demasiado corto —retiro la cortina y veo a Dafne, preciosa, con un vestido negro que deja descubierta toda su espalda y le estiliza mucho su figura—.Vaya, te queda perfecto.

—Me quedo con este sin duda alguna —sonriente se acerca a mí—. Buscaré otro para tí, el negro te quedará mejor, confía—corre fuera del probador y a los minutos aparece con otro vestido—. Pruébatelo. Sin sujetador.

Toco la fina tela del vestido y me gusta. Es negro, mucho más sencillo que el anterior y la espalda está totalmente descubierta hasta poco más arriba del culo. Al probármelo, siguiendo el consejo de Dafne, me noto muy cómoda. Mis pechos se alzan ligeramente y veo como el escote no es tan pronunciado, cosa que me gusta.

—¡Te queda de lujo! —me grita al abrir la cortina—. Ya tienes vestido para la fiesta, estás cañón, nena.

—No tengo dinero —niego, dejando el vestido colgado en una percha.

—Yo sí —lo coge y se dirige hacia fuera rápidamente. Intento seguir su paso—. Mi madre cada mes me ingresa una barbaridad de dinero. Ese vestido esta hecho para ti, Nora —ríe y se acerca a la caja. Saca una tarjeta y paga con gusto.

La cajera mira curiosa a Dafne, pero a ella no le parece importar, se siente orgullosa de vestir así, y que a la gente no le guste, ella lo disfruta más.

—Ahora iremos a una lencería —me guiña un ojo y me sonrojo. Quiero que Ryan se quede alucinado al verme, pero tampoco quería aparentar algo que no soy. Toda esta vestimenta era demasiado para mí, o demasiado caro mejor dicho.

—Lo que tu quieras —agarro mi bolsa y nos dirigimos a la salida, en busca de otra tienda donde Dafne disfrute gastando su dinero.

COLEMAN

Tras pedir una variedad de marisco y carne, Mike y yo esperamos a que nos sirvan ese manjar. Era una barbaridad las ganas que teníamos de comer algo rico, no la mierda de comida del correccional, qué apenas estaba en su punto.

—Eh, tío, disimula, tenemos a Candice y a Cyntia justo detrás —me susurra Mike, tapando su boca con la carta del restaurante.

Ruedo los ojos y escucho la risa atolondrada de Candice y maldigo. ¿Es qué no hay otro puto restaurante que tienen que venir al mismo que nosotros?

Mike comprende mi expresión y pretende levantarse cuando Candice se sienta de repente a su lado. La cara de Mike es todo un espectáculo.

—¿Qué haces aquí, Candice? —pregunto calmado, y noto como Cyntia pone su culo a mi lado y se arrima a mí sutilmente.

—Ya que hemos coincidido, podríamos comer juntos —contesta Cyntia por ella, demasiado coqueta conmigo. Noto como Candice se molesta.

—No te molestes, cielo, por un día más juntos, qué más da —rueda los ojos y levanta la mano para que el camarero les tome nota.

Estas tías no pueden ser más pesadas. No entienden que no quiero nada con ellas, ¿o qué? Un polvo no significa nada más, no tiene porque seguirme a todos lados.
Con Cyntia solo me he enrollado un par de veces, y tampoco es que quiera repetir.

—Hemos venido solos a comer —recalca Mike, disgustado.

—Nosotras también —ríe Candice.

Gruño y deseo que acabe ya la comida, no podía ir esto peor. Odiaba que me agobiaran de esa manera, no me interesaban más que para un rato.

Entre plato y plato notaba como Cyntia no apartaba su mirada de la mía, y Candice miraba a Mike con deseo, a la par que a mí.

Cuando llegó el momento del postre ni lo pedimos, Mike y yo abandonamos el restaurante rápidamente para librarnos de ellas y pasear un rato.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora