50

899 89 33
                                    

Un mes y medio después...

JUDE

Repaso el listado de todos los domicilios y empresas a los qué están previstos para estas dos próximas semanas. Rondaban entre unos quinientos veinte en total.

Ya llevaba prácticamente dos meses en Europa, expandiendo la empresa mundialmente. Mi padre estaba muy orgulloso de mí y de mis logros; había conseguido lanzar la empresa a nivel internacional por todos los países del mundo.

Cuando me propuso marcharme a Europa, creí haber estado en el cielo, ya que en ese momento era lo mejor qué me podía pasar.

Hago una parada y aparto las hojas para sacar mi móvil. Tenía miles de mensajes de trabajadores y trabajadoras, algunos de Karen, otros de Mike, qué a duras penas había contestado y el de Nora, él cuál había leído al instante hace dos meses y no me había dignado a responder.

La rabia corroía mis venas cada vez qué lo leía, y sin embargo, no tenía los suficientes cojones para borrarlo, aunque la hubiera bloqueado de todas partes para no saber de ella.

Froto mis ojos y soy consciente de las ojeras que tengo, debido a lo poco que lograba dormir. Cerrar los ojos era todo un suplicio; la imagen de Nora cabalgando encima de ese maltratador y gimiendo como si no hubiera un mañana, me atormentaba todas las noches.

La amaba, y por ese mismo motivo no quería saber de ella nunca más. Le había entregado mi corazón abierto en bandeja y había cambiado como persona sólo por ella, para qué lo agarrara y lo rompiera en pedazos a su antojo.

Cierro el movil con rabia y vuelvo a poner delante de mí el lista. Dos toques en la puerta llaman mi atención y suelto un grito para que pase, quien quiera que sea.

—Jude, ya hemos enviado cien camiones por hoy —Candice aparece por la puerta con papeles en la mano. Lucía una falda gris y una camiseta blanca, formal y acorde al trabajo —. Aquí tienes.

Lo deja en mi mesa y se da media vuelta, desapareciendo.

Candice había llegado a Europa hace justamente dos semanas, ya que se que había incorporado a la empresa de mudanzas de su padre, que era socia de la nuestra. Por alguna extraña razón, después de tantos años, el padre de Candice y el mío, habían fusionado en su totalidad las dos empresas, formando una sola. Por ese motivo, Candice había viajado hasta aquí.

Para mi sorpresa, se había comprometido a lanzar la empresa de forma seria y profesional, implicándose totalmente, costara lo que costara. Dos semanas después, podía jurar que había cumplido su promesa, aunque no quisiera admitirlo. Se había adaptado a la perfección, y lo qué más atónito me dejaba era que no me había tocado los huevos en ningún momento. Parecía otra persona totalmente, pero eso no significaba que olvidara todo el daño que me había causado a mí y a la gente que me importaba.

Mi teléfono suena y un nombre aparece en la pantalla blanca: Papá.

—Dime.

¿Cómo va todo? —inquiere lo mismo de todos los días, asegurándose que no hay ningún contratiempo.

—Genial, ya hemos enviado cien camiones por hoy.

Es toda una buena noticia —me felicita —. ¿Cómo va Candice?

—Sorprendentemente de puta madre, se le da bien esto de mandar.

No me extraña de ella —ríe y al segundo vuelve a adoptar la voz autoritaria —. Tengo que comentarte algo: he hablado con el padre de Candice, y parece ser que se os ofrece la posibilidad de alargar la estancia en Europa un año más, siempre qué quieras.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora