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NORA

—Tengo que irme al sótano, me esperan miles de cajas por ordenar —le lanzo un beso a Dafne—. ¡Nos vemos luego!

Se despide con una sonrisa en los labios y me alejo dirección a las escaleras para bajar hasta la última planta, donde se encuentra mi próximo castigo.

Al llegar al nivel del patio, me encuentro con Candice y su amiga del alma sentadas en las escaleras.

—Paso —intento parecer segura, agarrándome a la barandilla.

Candice ríe y se levanta, girándose en mi dirección y mirándome con aires de superioridad.

—Vamos, Cyntia, deja pasar a la reina —dice, burlona.

La chica se levanta y hace una reverencia. No entro en su juego. Sigo hacia delante, pero Candice me sujeta por el brazo.

—¿Qué tal te sentó la ducha? —sonríe, mostrando sus perfectos dientes blancos.

—Déjame —sacudo mi brazo, deshaciéndome de su agarre.

Las dos me miran divertidas.

—Parece que le sentó mal el baño —se dirige a Cyntia entre risas—. Me dijo un pajarito que Coleman fue en tu rescate, otra vez.

—Que os jodan —gruño, molesta.

La amiga ríe y se acerca a mí amenazante, frunciendo sus labios.

—¿Perdón? —estalla a carcajadas—. Me hace muchísima gracia que aún te atrevas a vacilarnos después de todo —acaricia mi mejilla brucamente—. En unos meses aprenderás, cariño.

Sin más, Cyntia araña mi pómulo con sus largas uñas.

—Aléjate de Coleman, ¿quieres? —apoya su mano en mi hombro—. No nos gustaría llegar más allá, ya sabes —me guiña el ojo—. Límitate a cumplir tu castigo, y cuando acabe, aléjate de él.

Callo y cierro mis manos en puños, impotente.

—¿Has escuchado, Scott? —señala su oreja—. Pues aplícatelo.

Sigo mi camino sin tan siquiera girarme hacia atrás. No puedo dejar que pase lo de ayer o algo mucho peor. No quiero meterme en líos. Necesito salir de aquí limpia y empezar una nueva vida fuera de toda esta mierda.

Toco mi pómulo y noto la pequeña raja sobre mi piel. Miro mis dedos y veo algo de sangre, nada importante.

Llega un punto en que dejo de ver el exterior y sigo un pasillo hacia el sótano, dónde se encuentran los almacenes, lugar donde guardan todo lo necesario para el centro.  Apenas hay gente, algunas limpiadoras sacando carros con cubos de agua.

—Vengo a hacer la limpieza del sótano —me justifico, al ver como una mujer me mira confundida.

Sigo las flechas de los carteles hasta llegar a una puerta gris enorme. Entro en la sala y cierro la puerta a mis espaldas. Es gigante.

¿Qué se supone que tengo que hacer?

Miro a mi alrededor y es cuando encuentro un gran montaña de cajas abiertas.

—Creo que ya tengo faena —suspiro y recojo mi pelo en un moño flácido.

Me arrodillo y empiezo a chafardear. Algunas cajas están llenas de productos de limpieza y otras de carpetas con hojas.
Cada carpeta tiene un nombre de un interno en la portada y en una esquina hay escrito "2007".

Vacío la caja hasta dar con dos carpetas muy interesantes.

Candice Byrd y Jude Coleman. 

Abro la primera y veo una foto de Candice de hace nueve años, estaba muy cambiada.

Eran fichas médicas, nada interesante.

Me resulta raro que se llame Jude, jamás habría imaginado un nombre así para él. Sólo he escuchado a Candice llamarle así, quizás porque tienen confianza y se conocen de hace tiempo, quién sabe.

Observo la foto de Coleman con nueve años. Se le veía triste, como si estuviera apunto de llorar, y no me extrañaba. Llevaba toda su vida en estas cuatro paredes, al igual que Candice.

Yo desde los once, y ha sido un completo infierno, así que no puedo imaginar lo que es para él. Para mi satisfacción, saldré de aquí el trece de julio, el día de mi cumpleaños, y teniendo eso en mente me olvidaba de todo lo demás.

Meto en una bolsa de plástico todas las carpetas y me dirigo hacia la otra caja, cuando un sonido metálico hace que de un brinco.

Me levanto lentamente y agarro un palo de madera que se encuentra en el suelo. Recorro los pasillos hacia una sala sin puerta, donde se pueden oír ruídos.
Saco valor y rezo para que no sean ratas, entrando en la habitación.

No es una rata, ni otro animal. Bueno, animal sí que es.

Reconozco el pelo castaño de Coleman. Está agachado, de espaldas a mí, recogiendo bandejas de plata del suelo.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, extrañada. Se suponía que estaba enfermo. ¿Porqué ha venido?

Se levanta y se gira en mi dirección. Es cuando mi semblante cambia por completo.

COLEMAN

—¡Dios mío! —da dos zancadas hasta llegar a mí.  Agarra mis mejillas con cuidado y hago un esfuerzo por no suspirar de alivio—. ¡¿Cómo te has hecho esto?!

Me mira horrorizada y asustada, observando todas las heridas de mi cara. En cuanto se da cuenta de que sus manos agarran mis mejillas las retira rápidamente.

—¿Cómo...? —sus ojos brillan. ¿Está apunto de llorar?

—No es nada —me encojo de hombros y vuelvo al trabajo.

Me agarra del brazo, girándome.

—Dime que te ha pasado, por favor —me suplica.

Suspiro y me siento en una caja de madera. Miro a Nora con detenimiento, y me pregunto si realmente se está preocupando por mí, si realmente ha olvidado lo del otro día.

Está de brazos cruzados, y puedo notar como el labio le tiembla ligeramente. Está preciosa. Tan natural, con esos ojos marrones.
Me llama la atención un arañazo que tiene en la mejilla que no había visto antes.

—Acércate —murmuro, mosqueado. Estoy imaginando cosas, y no quiero que sea lo que estoy pensando. No se acerca, mantiene las distancias, mirándome desconcertada—. Scott, acércate.

Al ver que ni se inmuta, agarro su brazo y la muevo hasta mí, haciendo que quede entre mis piernas.

—¿Cómo te has hecho tú esto? —envío mi mano a su pómulo y acaricio con cuidado debajo de la herida.

Se estremece ante mi tacto, pero no responde.

—Nora, contesta —empiezo a cabrearme.

—He preguntado yo primero, Jude —responde, vacilona. ¿Porqué tiene que llamarme así?

—No me llames por mi nombre —gruño, retirando la mano de su cara.

Hace ademán de seguir con el juego pero se calla.

—Cyntia —dice en un susurro.

Suelto un bufido y chasqueo la lengua.
¿Porqué coño la tienen tomada con ella? No les ha hecho nada, joder. Me van a escuchar.

—Pero estoy bien, no es nada —se apresura a decir—. ¿Y tú...?

—Los guardias —la interrumpo—. Estaba mosqueado y pasó.

—Por mi culpa.

—¿Qué? No, no es tu culpa —frunzo el ceño—. Estaba mosqueado y la pagué con ellos.

—Por mi culpa —repite.

Estaba cabreado con ella, sí. Joder, normal. Me había rechazado y se había ido sin más, ni una puta explicación. ¿Cómo no iba a estarlo?

Parece tan nerviosa y tensa, me gustaría saber que pasa por su cabecita.

—Déjame desinfectarte bien las heridas —susurra.

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