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Después de comer en un sitio extremadamente caro, donde los platos eran enormes y la cantidad de comida enana, cogimos las veinte bolsas, todas de tiendas diferentes y salimos del restaurante.

Dafne era impresionante. No me podía creer la cantidad de dinero que se había gastado en apenas cuatro horas. Era una máquina de gastar. No había tienda donde no hubiéramos entrado para mirar vestidos y conjuntos sexys, y sobre todo comprarlos. Ella había insistido en que usara su tarjeta de crédito como si mía se tratase, y tras varias insistencias tuve que obedecerla para evitar que se enfadase.

—¿Te crees que me importa gastar? —me pregunta entre risas—. Ni te imaginas el dinero que llega a tener mi madre. Para mí esto no es nada, Nora —se para para mirarme—. Es un gusto poder gastar en alguien a quien le intereso —suelta, sincera —. Si quieres el abrigo más caro de todo puto Texas te lo compro, y luego lo destrozamos con unas tijeras.

No puedo evitar reírme. Dafne estaba en lo cierto, no me importaba su dinero. Exactamente, hasta que no salimos del correccional no era consciente de la cantidad de dinero que tenía. No era de mi incumbencia. Apreciaba su compañía y me sentía cómoda a su lado, de alguna manera protegida. A pesar del dinero, Dafne era la persona más humilde que había conocido hasta ahora.

Aún recuerdo mi casa. Era pequeña, sólo tenía dos habitaciones, un baño, la cocina y el salón. No llegaba a los sesenta metros. Siempre que llegaba de la escuela, pasaba las horas bajo mi cama, agarrada a Miau, mi perro de peluche, que parecía tan asustado como yo. Me pasaba horas oyendo los gritos de mi madre, llorando y esperando a que se callara. Que dejara de pegarle esas palizas. En ese tiempo, era pequeña e indefensa, aunque aún parezco serlo, pero no era consciente de la realidad que sufría día a día, para mí era una costumbre horrible.

—¿Y ahora qué? —alzo mis brazos llenos de bolsas y miro incrédula a mi compañera—. ¿Aún quieres más?

—Es muy tarde, deberíamos volver al centro y cambiarnos —me guiña el ojo, graciosa—. Nos espera una buena...

Empieza a menear sus caderas y a cantar una canción a los cuatro vientos, sin importar las miradas de desaprobación que la gente le lanza. Me limito a reír.

[...]

—¡Puta Miss universo! —exclama Dafne, con la boca abierta de par en par.

Vuelvo a dar una vuelta enfrente del espejo de nuestra habitación. Bajo repetidas veces la parte baja del vestido, intentando hacerlo lo más largo posible sin éxito. Dafne golpea mi mano.

—¡Estás genial! —aplaude emocionada—. A Ryan se le caerá la baba cuando te vea con ese vestido, te lo querrá arrancar a bocados.

—¿Tu crees? —pregunto, indecisa. Vuelvo a mirar mi reflejo y acaricio la suave tela. Me había encantado este vestido desde el momento en que lo vi, y eso que no era de vestidos.

Me giro y Dafne alza unos tacones enfrente de mí y los menea de un lado a otro.

—No —musito. Estaba loca.

—Vamos, Nora —se queja—. ¿Qué vas a ir, con unas bambas hechas mierda? —vuelve a acerca los tacones a mis manos.

Ir en tacones se me daba fatal. Tampoco es que me hubiera puesto muchos, ya que me he pasado toda la vida de correccional en correccional, pero recuerdo la vez que en una fiesta, tras unos cubatas, o bastantes, me puse los tacones de una amiga y la cosa no acabó muy bien.

—Me abrí la barbilla la última vez que andé encima de eso —levanto mi cabeza, enseñándole una cicatriz, prácticamente invisible ya—. Seis puntos.

—Deja de quejarte. Son bajos —me los vuelve a ofrecer y esta vez los agarro. Sonríe satisfecha.

Tras varios problemas intentando andar con los tacones, finalmente no se me hizo tan complicado, ya que como decía Dafne, eran bajos, pero no quitaba lo incómodos que llegaban a ser.

Peleé unas treinta veces más con ella, que insistía en que debería maquillarme un poco para deslumbrar a Ryan, que al final, este iba a parecer el mismo Jesucristo de tanto deslumbramiento. Opté por algo sencillo. Pinté mis pestañas de un negro muy oscuro, pronunciando aún más mis ojos y mis labios de un color granate.

Estaba tan acostumbrada a mi cara limpia, sin tanto producto, que me sentía sucia.

—Estamos listas.

Dafne llevaba su melena negra recogida en una coleta muy alta. Sus ojos, adornados de negro como siempre, y los labios del mismo color. Lucía un vestido aún más corto que el mío, con unas medias de rejilla abajo y unas botas, tan altas que daban hasta vértigo mirarlas, que casi alcanzaban sus rodillas. Llevaba un sujetador carísimo, que se había empeñado en comprar. Alzaban sus pechos muy arriba, que un poco de movimiento juraría que uno de sus pezones saldría a saludar. En cambio, yo no llevaba, ya que la espalda era totalmente descubierta y el vestido en sí ya se encargaba de ello.

Abro la puerta, y sin esperarlo, me encuentro de frente con Coleman, acompañado de Mike, que avanza hacia la salida. Al verme, repasa mi cuerpo de arriba abajo y noto como hace una mueca con la boca.

—¡Eh, Mike! —grita Dafne, que ahora parece interesada por él—. ¿Nos vemos en la fiesta?

Él le sonríe y rodea su cintura. Empiezan a hablar por los codos y desconecto totalmente.

Mi atención se centra en Jude Coleman, que avanza hacia mí serio. Viste una camisa blanca, que transparenta débilmente sus tatuajes y unos pantalones negros apretadas, a juego de unas bambas Nike oscuras.

Se para justo enfrente de mí y no puedo evitar olvidar todo lo ocurrido, así que me limito a cruzarme de brazos y desear que Dafne acabe ya con Mike.

—¿Qué es lo que miras? —acabo soltando, tras varios minutos incómoda ante su mirada.

—Estás bien —suelta rápido. ¿Estás bien? ¿Enserio? ¿Es gilipollas, o qué narices le pasa?

Esbozo una sonrisa de lo más odiosa y le miro furiosa. No iba a dejar que me fastidiara la noche, ni hoy ni nunca más. Todo lo que hubiera habido entre nosotros, había acabado días atrás.

—Piérdete —camino hacia Dafne, intentando no caerme por los tacones y la agarro del brazo—. Vayámonos ya —digo, casi suplicando.

—Nos vemos luego, ¿vale? —lanza un beso a Mike y agiliza el paso para desaparecer de allí, entendiendo mi incomodidad—. Lo siento, Nora —se lamenta al salir del centro—. No pensaba que él fuera a hablarte —dice, refiriéndose a Jude—. Intenta despejarte, ¿vale? Queda toda la noche por delante y piensa que en pocas horas verás a tu chico.

Asiento, apaciguando un poco mis emociones y caminamos hacia la parada de taxis, donde tras esperar media hora, por la cantidad de personas del correccional que solicitaban el servicio, conseguimos uno.

Camino a Colorado Street, en Austin, justo a una hora de camino. Allí es donde se encontraba la fiesta, y Ryan.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora