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COLEMAN

Entrelazo una toalla en mi cintura y salgo del baño secándome el pelo bruscamente, encontrándome de pleno con Karen, la hija de Margaret, la mujer con la que está mi padre. Era muy morena, con una larga melena rubia y unos ojos marrones enormes. Se encontraba sentada en mi cama, con mi teléfono en mano y sacudiéndolo en el aire.

A decir verdad, no me había caído nada mal. Al saber que iba a tener, por así decirlo, una nueva hermana, me imaginé lo peor; una cría mucho menor que yo, quejica y rebelde. Para mi sorpresa, Karen tenía la misma edad que yo, aunque me superaba unos meses. Desde el primer día se mostró muy reservada conmigo, respetaba el cambio que suponía para mí y no me molestó en ningún momento, cosa que agradecí. Supuse que ya estaría al tanto sobre de qué clase de correccional venía y de la relación con mi padre.

Hacía dos semanas que la conocía y la confianza comenzaba a crecer entre ambos, lo que no me venía nada mal, ya que prácticamente había perdido la mayoría de amigos de la infancia.

—Te han llamado —estira su brazo, ofreciéndome mi móvil.

Mis ojos se abren de par en par y agarro el teléfono, provocando que casi caiga al suelo.

—¿Quién?

Reviso las llamadas y aparece un número desconocido, un fijo. ¿Sería Nora?

—Una chica —se encoje de hombros —. Creo que no le sentó muy bien que le respondiera yo.

Por un momento pienso en la cara que se le habría quedado a Nora al ver que respondía una chica. Ella sabía que no tenía ninguna relación con mi madre y no conocía a Karen, ya que me enteré de su existencia horas antes de llegar a Calgary.

—Joder —me siento a su lado entre gruñidos.

—¿Tu novia? —inquiere, curiosa.

—No sabría que decirte —refunfuño.

Suelta una risa y parece comprenderme a la perfección.

—¿Por qué no te vienes a una fiesta esta noche? —pregunta de golpe —. Supongo que no querrás quedarte amargado aquí, ¿no? Así te distraes.

Salir de fiesta era algo que sólo asociaba al día del permiso; noches de locura, peleas, alcohol y más alcohol. A decir verdad, la propuesta era tentadora, aunque no vería muchas caras conocidas, a no ser que mis amigos de guardería se acordaran de mí.

Llevaba ya prácticamente una semana trabajando para la empresa de mudanzas de mi padre. Era un empleo que al principio lo veía muy estresante, hecho que cambió al coger más práctica. Se trataba de un cambio muy drástico para mí, acostumbrado a no dar un palo al agua, a tener mis propias responsabilidades y parecer un chico hecho y derecho.

En la oficina descubrí que Margaret era su secretaría, por lo que no dudé en sospechar que incluso cuando estaba con mi madre, mi padre pasaba más tiempo empotrándose a la secretaria que trabajando.

Karen trabajaba en un bar musical, sirviendo y haciendo algún que otro espectáculo, lo que no agradaba mucho a Margaret, y al parecer, a mi padre tampoco. Lo veían como un trabajo vulgar y poco adecuado para una chica de esa categoría, pero como ella me había explicado no veía que encajara en otro sitio mejor. Le gustaba y no pensaba convertirse en una damisela.

—Venga —asiento, provocando una sonrisa en su cara —. Pero no pienso cuidarte si vas muy borracha.

—Veremos quién cuida a quién.

Ambos reímos y poco después se despide para arreglarse para esta noche. Cojo el teléfono y no dudo en marcar el número desconocido. Nora.

Tras varios tonos, cuando creía que nadie lo iba a coger, un silencio abunda al otro lado, para después encontrarme con una voz adormilada.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora