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NORA

—¿Acaso piensas saltarte el castigo? —inquiere Dafne, tras haberle explicado con detalle todo lo ocurrido con Coleman. Cada vez tengo más confianza con ella, no como al principio
Es una buena chica—. Sólo te quedan tres semanas y no tendrás que verle más, almenos no constantemente.

La idea de verme tres semanas más castigada con Coleman me revuelve las estrañas. Quiero que todo acabe y poder olvidarlo todo.

—No sé si podré aguantarlo.

¿Porqué narices tuvo que enfrentarse al guardia? Desde mi primer día aquí todo a sido un completo caos.

—¿Mañana llamarás a Ryan, entonces?

—¿A quién iba a llamar, sino? —me duele tenerle tan sólo a él.

Me mira melancólica.

—Qué suerte que tengas a alguien que te quiere como Ryan, aunque haya pasado... —tose. Sé que se refiere a Coleman.

—Es lo único que tengo.

[...]

Pasé toda la tarde en clase, intentando prestar la máxima atención posible para el día del examen.

Coleman ha vuelto a sus andadas, esta vez con una pelirroja. Se ha dedicado a juguetear todo la hora con ella y notaba como me miraba algunas veces.

Mike, su mejor amigo, ha pasado la clase al lado de Dafne. Sabía que por mucho que ella se quejara de su presencia, no podía evitar soltar una carcajada de vez en cuando.

Cuando acabaron las clases, hacia las ocho de la noche, tenía que ir a el sotano a cumplir con mi castigo, pero no lo hice y sabía que Coleman tampoco.

[...]

—Estoy muerta —gruñe Dafne, mirándose en el espejo.

No tengo ganas de salir a cenar, tengo el estomago revuelto de tan sólo pensar en mañana. Podré llamar a Ryan y quedar con él para la semana que viene, por fin podré tenerle, besarle... Se me hace la boca agua. Le echo tanto de menos... ¿Qué le diré? ¿Estará esperando mi llamada?

—No voy a bajar, apenas tengo hambre —y en parte es verdad—. Estoy cansada.

Noto la mirada de Dafne a mis espaldas, sé que sabe que estoy mintiendo, pero me da igual.

—Bueno —dice, poco convencida—, nos vemos luego.

Me arropo y me hago un bola bajo las sábanas. Me cuesta dormirme, y aunque no sean ni las nueve de la noche, tras varios intentos lo consigo.

COLEMAN

Miro a Dafne, la gótica y amiga, si se puede llamar así, de Mike. Apareció por las puertas del comedor sola, y mi mejor amigo, aprovechando la oportunidad, la invitó a comer con nosotros. No me molesta, parece buena chica, pero creo que Mike está demasiado ilusionado, y yo tan sólo veo calabazas por parte de ella.

Me extraña que no venga acompañada de Nora. No la he visto desde esta mañana, pero me da igual. Ella ha decidido no tener ningún tipo de relación conmigo, ni siquiera cordial, y voy a respetarla. Me da igual lo que haga, no pienso arrastrarme como un puto perrito faldero.

—¿Irás a la fiesta de la semana que viene? —me pregunta Dafne, irrumpiendo mis pensamientos.

—Coleman es el rey de las fiestas, preciosa —contesta Mike por mí.

Y es verdad. Desde que tengo uso de razón, en el día del permiso de las veinticuatro horas, he asistido siempre a esa fiesta. Es la más cercana, y la única a la que ido, pero me hace tener una idea de como son las demás. Es brutal: sexo, alcohol, música... Lo único que necesito para ser feliz.
Suelen acudir varia gente de los reformatorios cercanos, obviamente, gente fiestera como Mike y yo. Allí hacemos amigos y enemigos, nos lo pasamos bien y esperamos otro mes entero para poder repetirlo.

—Claro que iré —contesto.

—¿Tu amiga irá? —pregunta Mike.

¿Este tío es tonto o come piedras? ¿Porqué mierdas tiene que mencionarla?

Dafne me mira un segundo curiosa y luego desvía su mirada a Mike.

—No creo, irá a ver a su novio —dice, enfatizando la última palabra y volviéndome a mirar.

—Qué aburrida —ruedo los ojos.

—Si consideras aburrido estar con alguien a quien quieres... —suelta, borde—. Quizás el problema es que tú nunca has tenido esa posibilidad de hacerlo.

—Haya paz —Mike levanta las manos y yo me centro en acabarme la cena.

Pasamos todo el rato hablando de tonterías y chismes del centro. Cuando ya casi hemos acabado de comer, Dafne y Mike empiezan a hablar sobre un tema más íntimo, preguntando con cuantas tías se había acostado y varias burradas más.

—¿Y tú, Coleman, tienes novia, lío, amante...? —pregunta, divertida. Maldita niña. Sé que lo sabe todo aunque se haga la loca.

—Tengo mis entretenimientos —digo, añadiendo al paquete a Nora. Me ha entendido a la perfección.

—Lástima que algún que otro entretenimiento te haga sentir algo de verdad, ¿no? —inquiere.

Mike mira fascinado a Dafne. Estoy apunto de levantarme de la silla y irme a tomar por culo un rato. No sé que pretende esta niña o qué quiere darme a entender.

—Nada que no se pueda arreglar con otra —me levanto y agarro la bandeja—. Os dejo, voy a darme una ducha y a dormir.

—Buenas noches, hermano —Mike choca mi mano y sigue comiendo. Ella ni se molesta en despedirse.

Les dejo hablando tranquilamente, y después de dejar la bandeja en un cubo, me dirigo hacia las duchas.

Agarro una toalla y un bote de gel. Algunas duchas están activadas, por lo tanto, no podré disfrutar con tranqulidad de mi momento favorito del día.

Programo la ducha para quince minutos y entro. Disfruto del agua templada y tarareo una canción en inglés, cuando de pronto la ducha se detiene.

—Maldito aparato —soy consciente de que no han transcurrido los quince minutos.

La puerta se abre y para mi sorpresa, Marie, la pelirroja, mi distracción actual, entra en la ducha con un preservativo en la mano.

—¿Qué haces aquí? —cierro la puerta y rodeo su cintura con un brazo. La ducha se activa de nuevo.

Está completamente desnuda, y puedo apreciar como sus pezones están ligeramente duros. Desvío mi mirada a su intimidad y se me pone dura al instante.

—Me apetecía una ducha y mira por dónde, te ví entrar —sonríe, agarrando mi polla con una mano—. ¿Quieres que me vaya? —pregunta, juguetona.

¿Qué si quiero que se vaya? Ahora mismo solo puedo pensar en empotrarla contra la mampara de cristal.

—Ya que has venido, vamos a aprovechar el tiempo que nos queda, preciosa —digo, agarrando sus muslos para enrrollarlos en mi cintura. Nuestros sexos se rozan.

—Métemela, ya —implora.

Jadea, mordisqueando mi labio inferior. Su lengua entra en contacto con la mía bruscamente y todo se convierte deseo puro. Apoyo su espalda en la pared, para así tener más accesibilidad a ella. Masajeo sus pechos y me meto uno en la boca, provocando que gima mi nombre repetidas veces.

Finalmente, sin muchos preliminares, me coloca el condón rápidamente y me meto en su interior de una estocada.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora