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Los días siguientes transcurrieron muy rápidos, mucho más de lo que me gustaría.

Jude y yo intentamos pasar todo el tiempo posible juntos, sabiendo de sobras lo que se nos avecinaba. La separación. Era duro, pero no había remedio alguno. Millas nos separarían, y por mucho ímpetu que le diéramos, ambos sabíamos que los problemas acabarían llegando y destruyéndonos.
Somos personas de carácter muy fuerte e impulsivo, nos envolvía un vaivén de emociones y diferentes sentimientos a cada minuto que pasaba, y eso, pasaría factura.

—¿Qué piensas, cabecita loca? —la voz de Dafne rompe con todos mis pensamientos.

La miro disgustada. Ella sabía muy bien lo que pasaba, y en parte me entendía, ya que dentro de un tiempo Mike y ella se separarían como nosotros. Lo peor es que no solo perdía al chico que había conseguido volverme completamente loca, si no también, a una gran amiga, que me había acompañado en todo este tiempo desde que llegué.

Dafne vivía en Alberta también, a unos cuantos kilómetros de Jude, y, por lo que tenía entendido, Mike vivía bastante lejos, no más que yo.

—Mañana Jude cumple sus dieciocho —aclaro, moviendo sin cesar un mechón de pelo.

Da dos pasos hasta mi cama y se sienta. Frota mi espalda, en un acto de consuelo y me sonríe.

—¿Por qué no vas a hablar con él antes de que prohiban la salida de las habitaciones? —inquiere, esbozando una leve sonrisa—. ¿Te has despedido de él?

Niego con la cabeza.

—No sé que decirle.

—Creo que tienes demasiadas cosas por decirle, lo que no sabes es por donde empezar —replica, levantándose —. No te quedes con las ganas, amiga.

Pongo mis pies descalzos en el suelo, y con el pijama puesto, salgo de la habitación y cruzo dos pasillos, hasta llegar a la habitación de Jude. Quedaban treinta minutos para el cierre.
Doy dos golpes secos en la puerta y espero impaciente. Me remuevo nerviosa, y cuando estoy apunto de dar media vuelta la puerta se abre, mostrándome a Mike.

—Ey, Nora —me sonríe, y observo a su espalda como alguien se mueve rápido.

—¿Está Jude?

Asiente y se hace a un lado, pegándose a la puerta. Coleman se encuentra sentado en su cama, apoyado en la pared. Sus ojos azules oscuros me fulminan la mirada.

—Bueno, os dejo a solas, iré a ver a Dafne —noto la emoción en sus palabras. Acto seguido, cierra la puerta.

Me acerco a su cama temerosa, expectante a su reacción.

Estos últimos días, a pesar de que los pasamos juntos, había intentado evitar el máximo contacto con él.
No quería sufrir, me dolía ya tan sólo el pensar que no le iba a ver más, y eso que no era ni mi novio. No le conocía desde hace muchos años, ni sabía de él como si de mi mitad se tratara, pero nos unía algo muy fuerte. Creo que desde el mismo momento en que entablé mi primera conversación con él, el día del cacheo algo se encendió.

—Pensaba que no vendrías —confiesa.

Yo tampoco.

—Me es duro pensar que... —vacilo—. No sé, hemos estado todo este tiempo en una montaña rusa y ahora que parecía que las cosas empezaban a fluir...

—Me voy —acaba por mí. Se iba, sí. Y debería ser una gran alegría, pero parecía todo lo contrario.

Agarra mi mano y estira de mí, subiéndome a la cama, hasta quedar atrapada entre sus brazos, con la espalda pegada a su pecho ligeramente.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora