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Casi todo el mundo está observando la escena que he montado, algunos indignados ante mi rebeldía y otros cuchicheando.

El chico, cuyo nombre no sé, tan sólo su apellido: Coleman, me mira con nostalgia.

—Desnúdate —me susurra suplicante.

Suspiro profundamente y tras tener una pequeña batalla en mi interior conmigo misma, obedezco.

Me descalzo sin ni siquiera desatar los cordones y me bajo los pantalones, dejando que caigan al suelo. Y por último, deslizo mi camiseta lentamente por encima de mis hombros, tirándola al suelo con rabia. Miro hacia bajo, deseando que acabe ya este momento.

El guardia me mira de arriba a abajo, e incluso esboza una pequeña sonrisa pícara.

Veo como empiezan a registrar a todo el mundo, incluso a los más pequeños, que se encuentran en un extremo del patio. Extraen de los internos toda clase de cosas; cuchillos, navajas, droga, agujas... A mí, como era de esperar: nada.

—Ya podéis vestiros —el altavoz se activa—. El recreo se suspende, empezáis las clases en diez minutos.

Entre quejas e insultos, la gente se viste y desaparece por la puerta del edificio, mientras que yo dedico mi tiempo en poder vestirme.

—Scott y Coleman al despacho de la directora —dice el guardia sin apenas mirarnos, marchándose detrás de la multitud.

Miro a Coleman, que se halla de cuclillas en el suelo, atándose los zapatos.

—Gracias —agradezco, dando un paso hacia él.

Me mira con el ceño fruncido durante un instante.

—No siempre van a defenderte en situaciones como estas —murmura—, y tampoco se te vuelva a ocurrir el intentar meterte en una pelea cuando nadie lo haría por ti.

Me quedo callada, admitiendo con rabia en mi interior que tenía la razón; salir en defensa de alguien solo significaban problemas y enemigos. Tras unos segundos de arrepentimiento por mis constantes errores, me dirigo hacia dirección, el único camino que me sé con certeza. Coleman me sigue pasos detrás, totalmente callado.

[...]

Después de echarnos una buena reprimenda sobre lo ocurrido, la directora nos mira sin saber que hacer con nosotros.

–—Entiendo que sea tu primer día aquí, Scott —junta las manos—. Pero tú, Coleman, llevas más de lo que mi memoria alcanza. Ha sido una imprudencia por tu parte.

Al ver que no articulamos palabra, chafardea entre un puñado de hojas.
Desvío mi mirada a Coleman, que mira inexpresivo el suelo del despacho.

—Estaréis castigados durante todo un mes —dice convencida. Abro los ojos como platos ante tal orden —. Así aprenderéis. Las normas son las normas y están para cumplirse. No podéis ir por aquí desafiando a los de seguridad...

¿Desafiar? ¿En qué cabeza cabía hacer un cacheo en medio del patio?

—¿Qué castigo? —frunzo el ceño, interrumpiendo su charla.

––Os encargaréis de la limpieza y de la biblioteca del centro —sonríe —. Espero vuestra colaboración, no me gustaría llegar más lejos. En cuanto acabéis las clases iréis a la cocina —dicho esto, nos hace un gesto para que abandonemos el despacho.

Me levanto furiosa de la silla, apartándola con fuerza. Avanzo por el pasillo a regañadientes, siendo muy conciente de que Coleman me persigue.

—¿Vas a decirme algo o qué? —pregunto lo suficientemente alto para que me escuche.

Caminos cruzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora