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Joshua

Era nuestro día de descanso y sabíamos que debíamos hacer eso, descansar. Nada de entrenamientos, nada de exigirle de más al cuerpo. Teníamos claro que en el próximo juego tendríamos que ir a la isla a sobrevivir nuevamente, el único juego no letal era la Batalla de Gravedad, no se me ocurría otro, claramente los Maestros no iban a hacer el mismo juego dos veces seguidas.
Lo único que deseaba para ese día era relajarme —en la medida de lo posible, teniendo en cuenta la situación—, sentarme en uno de los balcones que habían habilitado y ver el mar toda la tarde. Ese era mi plan junto con Ricardo, Sofía, Sebas y Marianela, la nueva amiga de Sebas, que conoció días atrás en uno de los entrenamientos, ella se quedó practicando un rato más después de que su equipo había finalizado, entonces cruzaron palabras por primera vez.
Salí de mi habitación, no había nadie en nuestro salón, sabía que algunos de mis compañeros me esperaban, pero no tenía ni idea de en dónde estaban los demás, tampoco le tomé mucha importancia, posiblemente estuvieran durmiendo o recorriendo la Base de Vida, buscando algún lugar interesante donde pasar el día. Mientras tomaba el desayuno que los chicos habían preparado, pensé en invitar a Isabela y Mateo a pasar el día con nosotros, no era mala idea, después de todo ya lo iba a hacer otra jugadora verde. Aunque no podía negar me daba algo de pena hablar con Mateo, no sabía qué pensaba de mí, o de cómo se comportaría ante la propuesta.
Al finalizar el desayuno fui en busca de Isabela, sabía que posiblemente estaría en la Sala Principal, entrenando, o por qué no, alguno de los balcones.
Verme con esa ropa de civil, aunque fuera solamente por ese día, me hacía sentir algo que ya días atrás habíamos perdido: libertad. No había traje, no había espadas, no había cohetes, no había armas, me sentía libre, deseaba que esas veinticuatro horas fueran eternas.
Mi primera parada fue la Sala Principal, aún era hora del desayuno, habían al menos quince personas ahí, un equipo entero y el resto eran de diferentes equipos. Bastaron unos segundos de análisis hacia mi persona para que los del equipo que había guardaran silencio, posiblemente estuvieran hablando de estrategia o algo, realmente no era de mi interés, no estaba ahí para eso.
Isabela no estaba, así que me fui del lugar y caminé hacia los balcones. Los balcones eran lugares públicos, cualquiera podía compartir espacio con los de su equipo o con otras personas, eso era indiferente, eran muchos, muy espaciosos. Pasé por la puerta del primero, no había nadie ahí, en el segundo estaban mis amigos.

—¡Joshua! Por fin llegas. —Habló Sebas apenas me vio en la puerta de cristal que estaba abierta. —Ven, únetenos.
—De inmediato, chicos, solamente necesito un segundo. Busco a alguien.
—No te tardes. —Dijo Ricardo.
—Vuelvo pronto. —Avisé.

Seguí en cada puerta que había, en algunos había gente, pero en ninguno Isabela. Fue hasta que llegué a la última puerta al final del pasillo y entré. Ahí estaba, daba la espalda, miraba el mar, con una flor en su cabeza que complementaba su vestido, caminé hacia donde estaba ella, parecía estar sola, pero me equivoqué, el mayor asesino del juego la acompañaba. Elías se acercó con dos vasos, cuando recibió el jugo le sonrió, se veía emocionada de estar en ese lugar, y supe que no era bienvenido en ese momento. Me detuve. Así como llegué, silencioso, así me fui del lugar. Por alguna razón al verlos juntos sentí un vacío en el estómago, no entendí el porqué, apenas habíamos hablado unos días, solamente teníamos una pequeña amistad. Tal vez me sentí de esa forma al ver que era con Elías con quien estaba, me había molestado verlos juntos en la cena del día anterior, mi confianza hacia ese tipo era de menos cien, sabía su plan, pensaba en matar a quien se le cruzara en el camino, el Maestro nos lo había dejado claro. No quería que estuviera cerca de ella, no sabía sus intenciones pero no podían ser buenas, era un ser despreciable, lo estaba dejando en claro incluso cuando estaba delante de todos los jugadores, al retar a Cristina y el equipo Morado.  Y claro, no podía negar que quizá quería ser yo quien estuviera con ella ese día.
Me detuve en mi camino, sabía que si iba con mis amigos no lo iba a pasar bien, me había afectado lo que vi, no quería arruinarles el rato con mi cara larga, más aún porque no les diría qué estaba pasando, no quería parecer patético, tenía dos opciones, si tomaba el camino de la izquierda iba a llegar al campo de entrenamiento, si seguía directo, volvía con ellos. Había tomado mi decisión, necesitaba un tiempo a solas, fui al campo de entrenamiento.
Entré en el lugar, estaba completamente vacío, fui a nuestro espacio de entrenamiento y tomé una espada. No me importaba estar sin el traje, sabía que eran espadas de entrenamiento, no saldría herido, así que puse un objetivo móvil, al nivel cinco, que era la dificultad máxima. El objetivo me escaneó, me reconoció como rival. Comencé a entrenar. Estaba enojado, sentía ira contra el equipo Rojo, contra su capitán, con lo que habían hecho en la Guerra del Poder. Entendía que yo tampoco era inocente, mis manos estaban manchadas, pero lo hice para defender a una persona, a excepción de él que se jactaba frente a los demás jugadores que eran ignorantes a sus actos, se burlaba en la cara de los compañeros de sus víctimas sólo para llenar su maldito orgullo.
Usé esas emociones para enfocarme en el entrenamiento, debía sacar provecho de la situación, el día de mañana podría ser yo quien tuviera que ir al Juicio, no podía ir en blanco y el entrenamiento nunca sería suficiente. Al mismo tiempo trataba de entender por qué me importaba tanto Isabela, por qué me afectaba tanto lo hiciera una persona que tenía menos de una semana de conocer.
El objetivo dio un giro e intentó golpearme en la cabeza con la espada, estaba tan hundido en mis pensamientos que casi me da, por una fracción de segundo no fue así. Debía despejar mi mente, dejar de pensar en Isabela, quería ver la cara de Elías en el objetivo y descargarme con él. Después de hacer eso el tiempo voló, fácilmente pudieron haber pasado treinta minutos que no me había enterado, de repente el objetivo se desmaterializó. Eso no debió de haber pasado, así que confundido miré el panel de programación, ahí estaban Ricardo y Sofía, ambos me miraban aún más confundidos.

Elentroia: Un Juego Peligroso [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora