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Joshua

El día anterior a Elentroia resultó agotador. Para empezar, pasé casi dos horas buscando la maleta que mi madre me había prestado para llevar a la isla, hasta que finalmente la encontré entre una multitud de cosas en un armario viejo. Después de eso, tuve que planchar, planchar y planchar. Fue en ese momento que me di cuenta de la exagerada cantidad de ropa que poseía y, aunque no iba a llevarla toda, mi madre me pidió que ordenara todas mis cosas antes de que ella regresara del trabajo.

Intenté comunicarme varias veces con Ricardo para saber cómo le iba con la tarea de decidir qué llevar y qué no a la isla. Días atrás, recibimos un correo informativo que mencionaba ciertas restricciones en cuanto a lo que podíamos llevar, con el fin de garantizar una mejor experiencia. Entre las restricciones destacaba la prohibición de llevar teléfonos, debido a la falta de señal e internet en la isla y a la ausencia de responsabilidad por parte de la organización en caso de pérdida.

En medio de todas las tareas por hacer, no me di cuenta de lo rápido que transcurría el día. Poco a poco, el sol se ocultó, dando paso a la fría noche. Escuché cómo alguien llamaba al portón de mi casa: era mi amigo. Lucía muy feliz, con un aire playero. Mis padres, que ya habían regresado del trabajo, soltaron una risa al verlo.

Dado que nuestro amigo Daniel se ofreció a llevarnos hasta Puntarenas, decidimos que Ricardo viniera a mi casa. Así, ambos esperaríamos viendo una película o jugando videojuegos, mientras el tiempo avanzaba. De esta manera, Daniel no tendría que pasar por la casa de cada uno de nosotros, ahorrando tiempo.

Salí para abrirle y ayudarle a llevar su maleta dentro de mi casa. Solo faltaba que fuera de madrugada para que nuestros amigos vinieran por nosotros y comenzáramos esta nueva aventura.

—¡Estamos listos! —Anunció Ricardo al ingresar a mi casa.

—Vamos a ganar, amigo —respondí completamente emocionado.

—Esa es la mentalidad —me apuntó con su dedo índice.

—¿Y a qué hora regresarán el domingo? —Preguntó mi papá.

—No estoy seguro, probablemente en la noche —respondí.

Las horas del día volaron, pero la espera hasta la medianoche se sintió eterna. Finalmente, el momento llegó y mi teléfono se iluminó con un mensaje que había recibido.

—¿Alguien pidió un viaje a Puntarenas? Estamos afuera de tu casa —decía el texto de Daniel.

—Abro enseguida —respondí.

Ambos bajamos al primer piso y, mientras Ricardo iba a abrir el garaje, yo me despedí de mis padres. Abrí cuidadosamente la puerta de su habitación y caminé entre la oscuridad hacia donde se encontraba mi padre. Mi madre, al escuchar mis pasos, encendió la luz de su mesa de noche.

—Papá —lo llamé.

Al instante se despertó.

—¿Ya se van? —Preguntó.

—Así es —respondí.

—Muy bien, nos vemos el domingo, hijo —dijo, y se sentó de inmediato para darme un abrazo.

Después del abrazo con mi padre caminé hasta el otro lado de la cama para despedirme de mi madre.

—Joshua, tengan mucho cuidado, por favor —dijo mi madre.

—Tranquila, mamá, es sólo un juego. Nada malo va a pasar —respondí tratando de tranquilizarla.

—Te amo, Joshua.

—Yo también los amo mucho a los dos —los miré con una sonrisa en mi rostro. —Tengo que irme, los chicos me esperan.

Cuando salí de la casa, vi que Daniel y Ricardo terminaban de cargar las maletas en el auto. Desde una ventana, apareció una sorpresa inesperada y no deseada que gritaba mi nombre llena de felicidad.

—¡Josh! ¡Josh! ¡Nos vamos todo el camino! —Gritaba Alison con entusiasmo.

—Alison, es de madrugada, no puedes estar gritando —la reprendió Daniel.

—Sí, Alison..., por favor —añadí a lo que dijo mi amigo.

Ricardo tuvo suerte de que nadie más pudiera venir y pudo sentarse en el asiento del copiloto. Resultó que la novia de Daniel tenía un compromiso por la mañana y su hermano no pudo acompañarnos porque debía ir al colegio al día siguiente.

Cuando todo estuvo listo, no perdimos tiempo y nos pusimos en marcha. En resumen, el viaje se sintió el doble o el triple de largo debido a la intensidad de Alison a mi lado durante todo el trayecto. Hicimos varias paradas, principalmente para ir al baño, llenar el tanque de combustible y comprar algo de comida para el camino. A pesar de mis intentos, no logré dormir ni diez minutos debido a mi acompañante que no dejaba de hablar. Sin embargo, mantuve una actitud positiva, ya que todo estaba a punto de comenzar. No había tiempo para perder la paciencia.

Elentroia: Un Juego Peligroso [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora