CAPÍTULO 30

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Cuando por fin pensé que había alcanzado la serenidad en mi vida después del arrebato que la misma me hizo, me doy cuenta de que todo ha sido como una resortera. Estiré mi tiempo de vida lo más que pude pensando en que el hule se rompería y podría escapar, pero estaba equivocada. Tan solo estaba tomando vuelo para caer de nuevo al vacío de la depresión, ¿lo peor? Es que si estiré lo suficiente la resortera. Esta es una caída en donde mis muñecas llevan cadenas al ras del suelo para no poder levantarme. Caí de nuevo en el océano del alcohol, en el mar de las lágrimas y laguna de recuerdos.

Sin querer, él me rescató momentáneamente y en aquel tiempo me brindo estabilidad. Me enseñó a andar por ahí en las madrugadas, a beber café amargo, a confesarle mis secretos a la luna. Nicolas me enseñó que llorar no está mal, que tropezar es solo el calentamiento para dar el salto a la meta; me enseñó que sonreír no era un pecado, pero también me enseñó... a crear una estúpida ilusión.

7, 6, 5, 4, 3, 2... 1.

Apoyo las manos en el suelo de la ducha, tomo impulso y me pongo de pie mareándome un poco por el esfuerzo. Masajeo mis sienes antes de cerrar la llave del agua dejando que todos los recuerdos y lamentos se vayan por la coladera.

Bajar a desayunar me costó aún más de lo que imaginé y apenas terminé subí rápido a mi habitación con la excusa de ponerme el calzado y tomar mi mochila para ir hacia la clínica de Lara. Vigilé que nadie estuviera en la planta de arriba antes de meterme al baño y arrodillarme al inodoro. Dejé salir todo lo que había consumido minutos antes, intenté hacerlo lo más rápido posible para no levantar sospechas. Me cepillé los dientes pero antes de salir, tomé el cordón de uno de mis tenis sucios, lo rodee a mi cintura y marqué con un poco de pasta dental el punto donde el circulo se cerraba. Esboce una sonrisa satisfactoria cuando noté que la marca era aún más cerrada que la anterior.


—Vendré por ti a la hora de salida para llevarte con el terapeuta —mamá se dirige a mí antes de bajar del auto.

No contesto nada y solo me dispongo a bajarme en cuanto hemos llegado. Entro a la clínica y por el pasillo me topo a Diego quien va un poco cabizbajo; ignora mi presencia y yo la de él así que para evitar la incomodidad apresuro el paso hasta llegar al círculo.

Tomo asiento entre Eli y Esther, Eli levanta las cejas como saludo y Esther me sonríe ampliamente a lo que solo levanto la cabeza. La terapia grupal comienza de manera usual y aburrida como siempre; Lara hace que hablemos sobre nosotros mismos, nuestro progreso o cualquier otra estupidez que queramos compartir.

—Danger es tu turno, sé que tienes algo que contarnos —Lara ladea la cabeza.

Odio que haga eso. Dudo un momento sobre que decir.

—Estoy mejorando, todos los días son una aventura nueva y pretendo seguir explorando —me cruzo de brazos y le echo una mirada a Eli quien se aguanta la risa.

Contengo la risa también yo, aunque creo que ante los ojos de los demás sigo pareciendo fría. Lara frunce el ceño confundida pero asiente pidiéndole a Eli que hable.

—Estoy bendecida y no puedo pedir nada más que eso —se toca el pecho mirando con una falsa conmoción a Lara, ella solo sonríe convencida.

Aguantamos la risa de nuevo y dejamos que todo siga. Es un juego tonto con Eli, en donde preferimos evadir el interrogatorio de Lara respondiendo lo más estúpido que se nos venga en mente. Fue idea de ella, a la que yo me había resistido porque no había estado de humor y no me había tocado hablar, así que hoy no dejé pasar la oportunidad.

—¿Esther? —Lara le sonríe para que hable.

Titubea por unos segundos intentando pensar que decir y en el momento recuerdo a Diego a quien por instinto miro discretamente. Luce serio.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora