CAPÍTULO 61

33 7 0
                                    

NICOLAS NARRA:

El vacío de mi corazón me impulsa a que camine una y otra vez dentro de este minúsculo espacio que se encuentra en mí. Los sonidos de mi alrededor se agudizan cada que las llantas del taxi ruedan en camino a casa de Dan. Mi pecho grita oxigeno incluso después de haberme ilusionado con la posibilidad de que ya no necesitara más de esas estúpidas terapias. Mi pulso quiebra los cristales que protegían mis ojos. Esa sensación extraña me ataca, la misma sensación que tuve el día en el que mamá decidió irse y dejarme sin aviso. Sé que no es paranoia mía y la confirmo a tan solo unos metros de la casa cuando el auto de la madre de Dan pasa a toda velocidad alado del taxi. Le ordeno al taxista que retorne para ir hacia el hospital central.

Mi pulso se acelera haciendo palpitar los costados de mi cabeza. La imagen de mi madre en esa caja de madera invade mis pensamientos, su pálido rostro que ya no reflejaba alegría pero tampoco tristeza. No quiero volver a travesar por esto, no quiero ir de nuevo a un sepelio, no quiero encenderle una veladora a un corazón, no quiero tener que buscarla más en el cielo.

Mis prioridades del día se derrumbaron en cuanto imaginé a Dan al otro lado del cielo. Se supone que yo iba a cuidar de ella; se supone que hoy al fin iba a plantar cara a esa huida cobarde; se supone que hoy sus dudas se resolverían sin importar que después ella me quisiera lejos. Me arrepiento tanto de no haber actuado antes, ahora tal vez Dangi me abandone sin haber sabido si era real o no.

Las llantas del auto frenan con violencia, pago de inmediato y me bajo corriendo detrás del cuerpo que yace en los brazos de Didier. Mi garganta despega gritos de desesperación, el aire se lleva cada palabra, cada letra, pero no me doy por vencido. Ignoro a la enfermera que me dice que no pase y ella me ignora a mí cuando mira a Susy desesperada pidiendo ayuda. Ruego en voz alta que hagan algo por ella y sin siquiera notarlo estoy solo a unos pasos de su familia. Corro hasta alcanzar la camilla en la que la llevan, la miro en aquel estado de trance que podría ser perpetuo. Danger parece eterna, parece que esto no es lo que en realidad quería.

La camilla me abandona en medio de aquel pasillo. Las puertas se abren de par en par y succionan a aquella chica llena de sueños suspendidos en el aire, la chica que aprendió a contarle sus secretos a la luna.

Mis rodillas se azotan en el crudo suelo del hospital en el que por años mi madre plasmaba la suela de sus zapatos para ir a auxiliar a quienes la necesitaban. Los recuerdos se desempolvan a cada lágrima que mis tristes ojos dejan salir. De nuevo siento que las esperanzas y la buena suerte se escapan de mis manos para ya no volver jamás.

—Tú —... una mano se posa ligeramente en mi hombro.

Levanto el rostro del suelo y miro los mismos ojos de Dangi en los de su hermano. Su rostro pálido con aquellas mejillas empapadas de dolor me hace creer que este es el arte que ella plasma en nosotros. Sus canicas se centran unos segundos en mi rostro, intenta analizar cada facción mía y por un largo instante mi corazón tiembla con temor a que sus recuerdos se vuelvan locos. Después de unos instantes se dirige hacia el gorro que cubre a mi remolino de pensamientos, lo mira con detenimiento en busca de respuestas claras. Sucede lo inesperado. Didier extiende la mano para que yo me ponga de pie. Lo miro con temor a que la aleje pero de todas maneras la tomo.

—¿Eres Nicolas? —sus ojos se cristalizan y sus labios se contraen para evitar que aquellos cristales estallen.

—Soy Nicolas —respondo destruyendo ese nudo que me asfixiaba.

En el fondo miro a la madre de Dan romper en llanto al escuchar mi respuesta. Esconde el rostro en la pared y golpea hacia ella reclamándose todas las veces que no fue capaz de creer en su pequeña, todas aquellas veces que la acusó de las supuestas historias que su cabeza inventaba.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora