CAPÍTULO 59

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DIDIER NARRA:

El rostro de mamá cambió desde que salimos de la junta con todos los terapeutas, no puedo descifrar ese gesto que sus facciones esconden. No entiendo si la preocupación le cae como rayo al pecho o es un golpe de alivio lo que sintió cuando los terapeutas dieron la autorización para seguir con la nueva terapia de mi hermana. Sus ojos lucen desorbitados, cada dos segundos se pasa la mano por el cuello como si quisiera aflojar su propia piel, como si le asfixiara. Sus manos están inquietas, sus piernas tiemblan cada que el semáforo se detiene. Traga saliva cada dos segundos, se desordena el cabello, se toca el pecho, se rasca.

—Ma —...intervengo para que se detenga pero ella no lo hace—ma —nada— ¡Karina! —levanto la voz para llamar su atención, esta vez sí centra los ojos en mí— ¿Qué sucede?

Nota todos aquellos movimientos involuntarios en su propio cuerpo. Para calmarse bebe de la botella de agua que tiene en el portavasos. Detiene esas lágrimas que quieren brotar de sus ventanas y desvía los ojos hacia la dirección contraria a los míos.

—¿Tú sabes si Eider alguna vez tuvo problemas en la escuela?... ¿o con alguien más? —externo esa duda que últimamente ha estado rondando en mi cabeza.

—¿Problemas? Por Dios, era un enfermo...

—No, no, me refiero a problemas de comportamiento con otras personas, con amigos o alguien más. Es que el día que todo sucedió yo recuerdo...

Mi baúl de tragedias comienza a abrir paso en el esfuerzo de desempolvar un instante en específico. Una sensación indeseable me recorre por la piel alborotando mis poros, es un escalofrió ensordecedor.

—Tengo un mal presentimiento —mamá se toca el pecho nuevamente.

—También yo —susurro al mismo tiempo que nuestros ojos se encuentran.

No dejo que ni un solo segundo más pase para que mis manos actúen de inmediato. El intento de actuar rápido hace que mis largas manos entorpezcan en busca de mi teléfono, busco debajo del asiento mientras mamá aumenta la velocidad para llegar lo antes posible a casa.

Aferro el teléfono a mis dedos, tardo siglos en desbloquearlo gracias a que en mi cabeza rondan millones de pensamientos sobre una vida que no llegó a culminarse como todos hubiéramos querido. Mis dedos se deslizan en esa pequeña pantalla hasta que hallan el contacto de Susy que aún permanece registrado como "Amor".

Soportando el terremoto que está sufriendo mi brazo entero, me llevo el teléfono a la oreja. Mamá no se decide si mirarme a mí o al frente, acelera lo más que puede, el camino a casa parece eterno. El sonido del buzón alerta nuevamente a mis poros. Cuelgo la llamada y lo intento una y otra vez sin obtener alguna señal.

—No atiende —susurro intentando marcar una vez más.

El hombre de la familia vuelve a quebrarse en medio de esa tormenta de desesperación. Las gotas de lluvia se enojan porque no son ellas las que empapan mi rostro, el cielo desprende los sonidos de una desgracia, grita en auxilio y amparo.

—Apresúrate —mi llanto nubla mis ojos e incluso hace ver más lejana la casa que solo está a unos metros.

El auto se detiene y ambos bajamos hechos rayos. Corremos hacia la puerta de entrada. Mamá abre mientras yo me asomo por la ventana y una pizca de calma airea mi cuerpo al ver absolutamente todo en orden. Nos quedamos frente a la puerta abierta un par de segundos, nuestros ojos viajan por esas paredes que permanecen en silencio y sin rasguño. Nos miramos compartiendo unos ojos de confusión, entramos con paso cuidadoso. Me percato del baño cerrado así que me acerco para tocar la puerta, Susy debe estar...

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora