CAPÍTULO 53

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Allá fuera los aeropuertos comienzan a recibir hogares, los puertos rebozan de ilusiones y metas para un nuevo año. Las casas se decoran de luces que intentan llenar vacíos de las familias rotas que pasarán Navidad juntas. El mayor conflicto que pueden tener, es elegir el color del papel del envoltorio que será la cubierta de unos regalos anticipados desde el principio del año. Los bosques lejanos e inexistentes de la ciudad, son talados con anticipación para ser plantados en sus nuevos y temporales hogares, porque pasada la fecha, los desecharán sin culpa alguna de haber corrompido la vida. Todos allá afuera mantienen la bella ilusión de que el año que viene las cosas será mejor y que todos sus problemas se solucionarán por arte de magia. Los niños escriben cartas a un señor vestido de rojo que visitará sus ventanas y depositará ilusiones debajo de aquel pedazo de bosque. Las cocineras de la familia, buscan desesperadamente la receta perfecta para alimentarse de paz y amor en la pronta noche buena. Esas familias están completas, están unidas y se quieren.

Hace dos años que mis navidades se arruinaron, se convirtieron en una pesadilla que nunca va a repararse. Las personas deciden partir en fechas importantes, como si no bastara lo memorable que es su despedida; se van y nos dejan cuando más anhelamos estar con ellas. Hace dos años, mi regalo fue que me arrebataran al chico de mis sueños a tan solo dos días de la cena en la que mis padres y los suyos acostumbraban a reunirse. El siguiente año alejé todo obsequio que cruzó por mis manos y condené a mi familia a no festejar ni en lo más mínimo, porque para mí, diciembre era el mes del dolor.

Su muerte, navidad, mi cumpleaños y año nuevo. Todo en un solo año, todo en un solo mes, todo en menos de dos semanas.

La vida se me caía a pedazos cuando recordaba que a partir de ese año, no nos comeríamos las uvas juntos, ni saldríamos corriendo con maletas a la calle, no brindaríamos por nuestro amor—en secreto—cuando los demás brindaban por la vida; ya no habrían más intercambios, ni más santas secretos. Todo se acabó. Todas las navidades, todos los cumpleaños, todos los años nuevos. Porque el año viejo se quedó aquí, clavado en mi pecho e instalado en mis entrañas.

Este mes es una piedra fría que me golpea en la espalda cada que intento levantarme. Es esa misma molesta y dolorosa piedra que se cuela en mi zapato cuando intento dar un paso adelante para seguir. Esa que se encarna en mi piel hasta hacerme sangrar.

Otro año más que le arruino diciembre a mi familia.

Todos afuera ansiosos y yo encerrada, encamada y rota.

Por desgracia esa caída por las escaleras no fue grave, por desgracia no me llevó hacia mil metros bajo tierra, en cambio, me llevó a esta fría y desolada cama dentro de mi bóveda vacía. Vacía de amor y vacía de mí. Estoy aquí, pero también estoy en mi vieja casa, en el cementerio, en el hospital y en terapias. Mis recuerdos me atormentan cuando ni siquiera puedo golpearme la cabeza para aturdirlos. Mis brazos llevan casi dos días dormidos, débiles gracias al calmante que Susy me suministró, gracias a los somníferos y las dosis de depresivos que me echaron encima.

Dos días en cama con la sensación de estar drogada no está nada mal. Mi cuerpo está quieto, pero mi mente es un remolino, ¿acaso no saben que son dos cosas distintas? Mamá dijo que es por mi bien, que solo así puedo estar tranquila y sobria—ella sigue creyendo que apenas rompí esa mierda—. También dijo que después de esa caída por las escaleras, me levanté del suelo con la cara hecha mierda y la frente sangrando, mientras Susy llamaba a un médico porque se olvidó por un momento que ella era enfermera.

Un vago recuerdo se encaja en esa gasa en mi cabeza. No sé si iba sangrando, o si dije algo más, pero estoy segura de haber escuchado la voz de Didier:

—¿En serio Susana? Tú eres enfermera... ¿o acaso no puedes sin él?

Después de todo, eso la hizo colocarse en la realidad, reaccionó de inmediato con coraje.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora