CAPÍTULO 44

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El hilo de luz que se cuela por mi ventana hace que mi habitación se ilumine en lo único que brilla en este espacio. En Nicolas.

El silencio danza a nuestro alrededor en esta noche llena de suspiros amorosos, carente de alcohol por primera vez desde hace semanas. No hace falta embriagarme con alguna otra sustancia, sé que la compañía de él es más embriagante y relajante. Nicolas me provoca los mismos efectos que cualquier alcohol: me hace alucinar, olvidar, sanar y poner mis sentimientos a flor de piel.

Sus ojitos se entornan cuando se encuentran con los míos, ambos sumidos en la oscuridad de mi habitación. En medio de todo el caos y las dudas de nuestro alrededor, pero nada de eso importa. Toda preocupación desaparece cuando posiciona con delicadeza su mano detrás de mi cabeza y la acerca con sutileza hacia sí mismo. Automáticamente me dejo vencer apenas siento ese aroma a Nicolas. Las mariposas de mi interior revolotean como si un niño pequeño las correteara. Siento mis alas parchadas extenderse con algo de esfuerzo por lo empolvadas que se encuentran. Mi corazón palpita en mis oídos sintonizándose como una melodía fina en cuanto se une a los latidos de él. Nuestros labios siguen siendo torpes, y de vez en cuando se apenan al pensar que estamos sobrepasando una línea inexistente, una barrera que estoy derribando día a día.

Sus labios toman ritmo dirigiéndose a la misma dirección que los míos, mientras más sube la intensidad siento algo surgir de mi pecho. Primero es una luz débil, blancuzca, pero cuando el beso sube, la luz se hace más y más fuerte hasta ser cegadora para ambos.

—Eres mi ángel —susurra apenas separa sus palpitantes labios.

—Tú eres el mío —respondo acariciando su suave mejilla.

Los minutos silenciosos entre nosotros nunca fueron incomodos porque desde un principio él supo que para mí el silencio era paz, aun lo sigue siendo. La diferencia es que ahora el silencio es el conducto para comunicar lo que aun somos prematuros para decir. Sabemos que aquellas pausas son necesarias, para que ambos podamos recuperar el aire que nuestros besos felizmente nos arrebatan.

Me recuesto en la cama tomándolo del brazo para que él se recueste alado mío. Sin insistir él cede a hacerlo por completo. Me acurruco con sutileza en uno de sus brazos, apoyarme en su pecho no es una opción para mí, no quiero hacerle daño o que le cueste respirar y no me lo haga saber. Acaricia mi cabello en un patrón relajante.

—Sería bueno estar en la azotea y mirar las estrellas —dejo salir cuando miro hacia el techo.

—¿Para qué? Si desde aquí miro a la única estrella que me ilumina —deja salir una risita discreta. Sabe bien que me rio cada que dice algo tierno.

Mi corta memoria divaga hacia noches anteriores, cuando lo único que provocaban en mí aquellas estrellas, era una depresión profunda. Las noches eran distintas, eran una mierda. Noches llenas de soledad, lluvia de lágrimas, olor a Benson mentolado y un repertorio de alcohol barato. Tan parecido como un escritor en busca de su mejor obra, en cambio; esta era una adolescente alcohólica, ahogándose por su amor perdido.

—Haces que mis noches sean buenas —susurro jugando con la yema de sus dedos.

—Haces que mi vida sea mejor —deposita un beso en mi cabeza.

—Recuerdo que mamá no dejaba que él entrara a mi habitación por las noches, nunca lo permitió —sonrío con nostalgia.

—¿Y nunca lo hizo? —pregunta sin preocupación alguna. Reímos sin mirarnos a la cara.

—Solo un par de veces. Por alguna razón que no recuerdo, sé que siempre disfrute estar sola por las noches —dejo salir apenas llega ese recuerdo a mí.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora