Cuando vives encerrada en tu burbuja de mediocridad y egoísmo te resulta imposible mirar lo que está sucediendo a tu alrededor, incluso cuando crees que estás al pendiente de todos. Tan solo un par de segundos y una frase corta son suficientes para que la vida se te desmorone. Caes en cuenta que esa persona te gritaba a la cara todo lo que sentía y tú nunca lo notaste; todos aquellos abrazos, esas palabras, esa preocupación. Cuando llevas tiempo en el mismo círculo dejas de restarle importancia a la vida de los otros porque crees que van a la par de la tuya, aunque en realidad jamás podremos descifrar que es lo que pasa por sus mentes. Aseguramos que las cosas van bien porque se comportan como si lo estuvieran; las subestimas pensando en que no son inteligentes como para realizar una coartada como esa.
El aire deja de llegar a mis pulmones justo en aquel instante que miro el rostro de Eli, es como si con sus ojos lo dijera todo pero, hacerlo realidad y escucharlo salir de sus labios, hizo que me estremeciera de pies a cabeza. Por segunda vez experimenté ese asqueroso dolor de perder a un ser querido; por segunda vez me arrancan de las manos la posibilidad de despedirme de aquella persona, de abrazarla y sentir su olor por última vez.
Esther es la chica más amable, tierna y comprensiva que pude haber conocido en mi vida. Esa chica era quien le brindaba calma a la agresiva amistad que llevábamos con Eli. Cuando iban a casa, ella siempre decía que cuando ganáramos la batalla contra la anorexia, nos hornearía un inmenso pastel de chocolate para celebrarlo. Esther guardaba la esperanza en que yo un día pudiera compartir un trago con ella sin el miedo de no poder controlarme; imaginaba como serían los días de almuerzo junto con Eli cuando ella ya no se preocupara por engordar. Esther mantenía la fe en que yo un día sanaría mi dolor de esa perdida, pero ella me aportó una nueva pérdida, un nuevo dolor; decía que saldría triunfante y que después de un tiempo encontraría al amor verdadero nuevamente sin enterrar el anterior, que aprendería a vivir con ambos. Ni siquiera pude contarle sobre Nicolas, ni siquiera pude compartir ese trago, ni ese pastel de chocolate, ni esa fiesta que Eli estaba organizando. Le decíamos que después de esto, seguiríamos viéndonos pero ella insistía en que nos extrañaría, en que no sería lo mismo, ¿por qué no presté más atención?
No teníamos ni idea de que todo este tiempo Esther se estuvo despidiendo de la vida en nuestras narices, cuando nosotras creíamos que era la primera en salir triunfante de la depresión.
Esther era nuestra pequeña, y la dejamos ir.
—Danger si tú también planeas matarte dímelo ya, porque no voy a soportar perderte —Eli llorando con desesperación mantiene la cabeza clavada en mi hombro, incluso cuando caí de sentón al suelo por la noticia.
Su llanto era el peor diluvio que se ha registrado a mis ojos. Negaba con la cabeza, estrujaba mi playera y dejaba salir gritos de angustia.
Yo no sentía las piernas, dejé de sentirlas cuando recibí la noticia. Flageé en un abrir y cerrar de ojos, en segundos ya estaba en el suelo con Eli prendida a mí. Se enrolló entre mis piernas para que la abrace a lo cual respondí de inmediato. Mis ojos se mantienen inmóviles, fijados en un punto cualquiera, mi llanto a comparación del de ella, es más silencioso.
Mamá me mira en el suelo abrazada de Eli. Sus ojos también reaccionan ante la noticia; Susy en cambio actúa rápido y va a por las llaves del auto. Se agacha a un lado de nosotras dándonos una mirada nostálgica.
—Eli —ella no levanta la cabeza pero Susy procede a hablarle—, ¿qué fue lo que sucedió? —pregunta con delicadeza.
Mi amiga lucha por hablar intentando vencer su llanto.
—Se acabó frascos de pastillas...
—¿Estás segura de que —... no termina la oración por miedo a decirlo.
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SOBRIA, DANGER...
Teen FictionMis manos tiemblan, el corazón comienza a latirme más rápido, su voz... El móvil cae de mis manos. En la pantalla ha dejado de correr la llamada y solo puede verse su nombre, quien diría que sería la última; quien diría que incluso estaría con él ha...